Cuando los vocablos se convierten en una trampa mortal para nuestra comunicación
José Luis López Vázquez y Tony Leblanc, prototipos del español representado en el cine. Este fotograma es de la película 'Historias de la televisión' (1965)./elpais.com |
La jerga médica y científica está llena de términos casi imposibles de pronunciar: electroencefalografista, desoxirribonucleico o dimetilnitrosamina, por citar solo tres. Pero es que, sin irnos a los tecnicismos, el español, este idioma rico, bello y tan inspirador, presenta decenas de palabras de uso habitual que incluso a nosotros, los propios hispanohablantes, nos resultan tremendamente complicadas de vocalizar con soltura.
Las razones son variadas. Por un lado, como apunta Carmen Pérez Araujo, logopeda del centro ISEP Clínic Madrid, si no hay un problema físico y sabemos pronunciar todos los sonidos, “la complicación reside en las combinaciones que se producen, porque cuantas más consonantes seguidas, más difícil nos resultará la palabra. Como transgresor, Israel o monstruo”. Por otro lado, a la hora de vocalizar con destreza, la dificultad de la palabra puede presentarse por el hecho de usarse con muy poca frecuencia. “La palabra transportista tiene dificultad porque algunas de sus sílabas están formadas por muchas consonantes; mientras que caleidoscopio presenta más complicación por su escaso uso que por los fonemas o sonidos que contiene”, especifica la propia Pérez Araujo.
“La complicación reside en las combinaciones que se producen: cuantas más consonantes seguidas, más difícil nos resultará la palabra"
Rebuscando entre esas voces que suponen un auténtico martirio, incluso para el más refinado castellano, hemos querido saber por qué palabras más o menos sencillas acaban siendo alteradas y mal dichas; por qué metacrilato puede ser una bomba de relojería en un discurso; esparadrapo, el desencadenante de nuestra mala imagen como oradores, y pasteurizado, en caso de que no prestemos atención a la articulación, acabe con nuestra paciencia y la de nuestro oyente.
Nos ayudan a entender algo mejor estos entresijos fonéticos y morfológicos de nuestro propio idioma estos expertos: la logopeda Carmen Pérez, el filólogo y académico de la Real Academia Española José Manuel Blecua (responsable del volumen de fonética y fonología de la Nueva gramática de la lengua española), y David Pérez Rodríguez, profesor de lengua de la Universidad de Valladolid,
Las trampas de la mente
Debemos tener presente los mecanismos, a veces tramposos, del cerebro. Falsas identificaciones de una palabra con otra, por ejemplo, pueden empujarnos a cometer torpezas incluso en términos muy sencillos. De muestra, el misterioso caso de viniste. ¿Por qué decimos mal algo aparentemente tan fácil? “Es un problema de analogía morfológica con la segunda persona vienes y que entra dentro de la estimación social de la forma vinistes a la que la norma actual considera vulgar y que considera que no debe utilizarse”, explica el académico Blecua. Que quede claro: la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple del verbo venir no es vinistes ni veniste, sino viniste.
La lista de palabras mal dichas y aquellas que se convierten en puro trabalenguas es larga: ventrílocuo, idiosincrasia, institucionalización, cronómetro, antihistamínico…
El nivel cultural
Bien por un escaso nivel intelectual del hablante o por el entorno en el que nos hallamos, también se puede meter la pata, y hasta el fondo. Por ejemplo, se puede llegar a decir esparatrapo en vez de esparadrapo solo porque las últimas sílabas de la primera versión suenan a algo familiar; y, quizás, haya a quien el término correcto le resulte totalmente desconocido.
Luego, por otra parte, habría que contar con los malos hábitos que hemos ido adquiriendo y que nunca hemos corregido. “Puede ocurrir que la primera vez que se escuchó una palabra se hizo lo que llamamos una discriminación auditiva, es decir, no procesamos la palabra exacta como era, sino que se hizo una aproximación a cómo se dice porque los fonemas a nivel auditivo son muy similares, se sustituye uno por otro y se acaba interiorizando como si la palabra estuviera bien dicha. Suelen ser fallos que se extienden no solo al individuo, sino a su entorno. Por ejemplo: palacana en vez de palangana; furboneta en vez de furgoneta; cocreta en vez de croqueta; y abuja en vez de aguja. "Esto nos puede ocurrir al escuchar una palabra por primera vez, tanto cuando somos niños como, incluso, ya de adultos”, advierte la experta logopeda.
Hay abundantes ejemplos de estos errores: idiosincracia en lugar de idiosincrasia, midicina por medicina; acituna por aceituna; pediórico por periódico; o tortículis en lugar de tortícolis.
Razones, como hemos visto, muchas, aunque como argumenta el académico José Manuel Blecua: “No se trata de torpeza, sino de una educación que tiene que prestar más atención a la dimensión oral de la lengua”.
Rizando el rizo
Tenemos que fijarnos en otros dos elementos capaces de ponernos en un brete: la presencia de sílabas de articulación similar (por ejemplo, paralelepípedo) y los grupos consonánticos con consonante más –r/-l. “El caso de frustrar es uno de ellos y es extraordinariamente curioso", señala José Manuel Blecua. "Como han estudiado Joan Corominas y José Antonio Pascual, en el dominio hispánico existen dos formas disimiladas: fustrar (en España, México, Nicaragua, Colombia, Ecuador y Chile) y más reducida frustar (en Costa Rica, y Venezuela). Estas fórmulas presentan soluciones distintas para resolver un problema de dos grupos consonánticos de extraordinaria dificultad articulatoria”, afirma Blecua. ¡Ojo! son formas disimiladas, no aceptadas. Lo que en fonética se conoce como alterar la articulación de un sonido del habla diferenciándolo de otro igual o semejante.
De lo físico a lo léxico
Puede ocurrir que una persona presente dificultades físicas a la hora de saber articular bien todos los sonidos. Que no sea capaz de pronunciar la erre fuerte o que muestre trastornos fonológicos añadiendo sonidos que no existen o sustituyendo unos por otros. Pero en situación normal, como indica el profesor Pérez Rodríguez, “a menos que un fonema presente algún problema de tipo ortológico que haya que solucionar con un logopeda, para un hablante nativo ningún fonema suelto presenta dificultad intrínsecamente. Es más bien la combinación de algunos de ellos”, afirma.
Efectivamente, he ahí donde aparecen los primeros aprietos. Incluso en palabras cortas, no es lo mismo lidiar con una sílaba larga (como álbum) que con una de dos letras, ni con una sencilla en la colocación de sus elementos, que con una complicada (como desvestirse). “En los estudios generales de tipo lingüístico se piensa que la unidad estructural básica es la sílaba y sobre ella giran todos los problemas", subraya el académico José Manuel Blecua.
Y añade: "Existen dos tipos básicos de sílabas: abiertas, de tipo consonante-vocal, y consonante-consonante-vocal; y cerradas, del tipo consonante-vocal-consonante. Y la lengua española tiende por razones históricas al predominio de las sílabas abiertas en sus palabras (más de un 60 %)”. Estas, como casa, son más fáciles de pronunciar que aquellas con elementos cerrados, como delfín o árbol. “Por otra parte, hay sílabas formadas por una sola consonante, llamadas sílabas simples, y sílabas constituidas por dos, denominadas sílabas complejas. Y los sonidos de tipo simple son más fáciles que aquellos que se presentan en un grupo, como la pr en provocar”, explica el académico. Un término que nos sirve de ejemplo para añadir otros tantos sonidos incluidos siempre en esa lista de vocablos difíciles: la tr de electrocardiograma y ventrílocuo, y la br de sombrero.
La vocalización
Sin embargo, como bien apunta Dávid Pérez, más allá de la morfología, “el español presenta multitud de variantes que afectan a la pronunciación”. Están, como decíamos anteriormente, las asociadas a aspectos físicos, y no por tener el frenillo corto. “En algunos casos, el cambio de punto de articulación de los fonemas que componen la palabra hace que por razones de tipo físico ese término sea difícil de pronunciar. Por ejemplo piscis, en donde la lengua tiene que ir desde los alveolos a una posición interdental casi instantáneamente; o la expresión las rosas, donde la -s del artículo prácticamente desaparece para que podamos hacer vibrar la lengua”.
La buena noticia es que, como asegura la logopeda, estos apuros se pueden solventar con un poco de entrenamiento. “Hay ejercicios específicos para ello. Por ejemplo, podemos entrenar la vocalización pronunciando una y otra vez lo que llamamos pares mínimos, es decir, palabras que cambian el punto de articulación solo por un fonema: beso y peso, bara-barra, herir-hervir. Esto nos ayudará a tener una mejor articulación y mayor discriminación auditiva. Y cuanto mejor sea nuestra vocalización, más soltura tendremos para pronunciar cualquier término”, dice Carmen Pérez.
Baste este artículo para aportar modestamente nuestro granito de arena en esta ardua, pero siempre interesante, misión de cuidar mejor nuestro idioma, también cuando lo hablamos.
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