Toda obra de arte es un ser con vida. Parte de la oscuridad total y nace en el momento que el artista tiene una diminuta idea en mente, la cual poco a poco ordena y nutre con sus experiencias, traumas y deseos
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Quizá tarde mucho tiempo en dibujar el primer trazo, porque en el fondo su creador sabe que pintar es como dar a luz a un espíritu independiente, una esencia paralela que deberá proteger el resto de su vida.
Cuando se empieza a trabajar sobre el lienzo, la obra se transforma en un pequeño bebé que necesita ser alimentado día y noche para llegar a su punto máximo. Hay que arrullarle. hablarle y darle el cariño que necesita, porque si fuera tirado al abandono, moriría en un estado incompleto y absurdo.
Una vez que terminó de madurar, la pintura es arrojada al mundo y el salvaje azar la rodea. Porque el arte no tiene brazos para defenderse de los demás, su belleza es su única arma que la mantendrá con vida, pero en este mundo lleno de ciegos, cada día es un peligro para su existencia.
Así fueron traídas al mundo miles de pinturas y con tantos años de vida, tienen cientos de historias que contar. Tal vez si se prestara atención a sus palabras mudas se podría conocer su verdadero espíritu, aquellas emociones que adolecen y la sabiduría que esconden.
Porque sabemos que el arte vive al igual que el resto de personas, aquí conocerás sus historias que callan por vivir inmóviles en un marco.
Esta pintura nació por mandato de la realeza. La noble familia Gherardini le pidió a Leonardo da Vinci que retratara a Lisa del Giocondo para celebrar el nacimiento de su segundo hijo, Andrea. Se dice que la pintura fue comprada por el rey Francisco I de Francia, quien la utilizó para decorar su cuarto de baño.
Un siglo más tarde, Napoleón Bonaparte la trasladó al Museo del Louvre y la dejó descansar en paz durante un siglo más. En 1911, Vicenzo Peruggia, un ultranacionalista italiano, robó la famosa pintura y la escondió durante años. La obra maestra de Leonardo fue recuperada y ahora permanece estática de nuevo en el Louvre.
En 1994, mientras todo el mundo estaba en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Invierno en Lillehammer, un astuto ladrón sólo necesitó 50 segundos de distracción y una escalera de madera para robar la obra más importante del arte contemporáneo a su alcance. Diez años después, volvió a ser robado a plena luz del día y ante la mirada de los visitantes del Museo Munch de Oslo por tres encapuchados que amenazaron a los encargados con armas de fuego.
Van Gogh gustaba de pintar autorretratos y entre 1886 y 1889 realizó más de 43 obras de este tipo. De ese cúmulo de pinturas destaca la de “Autorretrato sin barba”. Se sabe que el autor se rasuró especialmente para esta pintura porque fue un regalo para su madre. Esta es la única pintura en donde se puede observar al holandés sin barba, lo que aumenta el valor del lienzo. Este cuadro fue comprado en 1998 por la cantidad de 71.5 millones de dólares.
Fabritius fue discípulo de Rembrandt y pintó bajo este estilo gran parte de su obra. Para este cuadro decidió buscar un estilo propio y quizá hubiera logrado consolidar una nueva tendencia de no ser porque explotó la tienda de pólvora de su pueblo, Delft City. El accidente arrasó con más de la mitad de la ciudad, llevándose consigo al pintor y sus trabajos. De ese suceso sólo sobrevivió “the Goldfinch”.
Esta obra maestra de Rembrandt ha sufrido repetidos intentos de destrucción debido a la locura del hombre. En 1911, un hombre cortó la pintura con un cuchillo de zapatero y para 1975, una maestra de una escuela en paro descargó su furia con grandes cortes en zig zag que hasta la fecha aún pueden percibirse. En 1990 sufrió un último ataque en manos de un hombre que derramó ácido pulverizado sobre el lienzo. Afortunadamente, el ácido penetró sólo capa de barniz y pudo ser restaurada muy pronto.
La obra fue pintada en el siglo XVII y desde entonces ha pasado por decenas de dueños y viajado por todo el mundo hasta llegar a la National Gallery de Londres. En 1914, el lienzo fue atacado con una hacha de carnicero por Mary Richardson, una sufragista británica que le hizo siete largos cortes en el área de los hombros. Su acción fue una venganza, ya que en días pasados el gobierno había asesinado a una de su amigas.
Esta pintura fue comprada por el multimillonario japonés Ryoei Saito en 82.5 millones de dólares. El lado negativo de este acto fue que Ryoei decidió que cuando él muriera, el cuadro debía ser quemado con él. Al parecer su deseo se realizó al pie de la letra, porque en cuanto murió, no se supo más de la obra.
Esta obra fue rasgada cuando una mujer que visitaba el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York, cayó sobre ella. Afortunadamente para ella, el museo sabía que se había tratado de un accidente y no le cobró los 130 millones de dólares en que está valuada. Esto sucedió en 2010.
Lo que vivieron estas pinturas demuestra lo bajo que ha caído la sociedad, ¿necesitas más pruebas?
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