El texto que se reproduce pertenece a un volumen colectivo, que Eudeba publica en estos días, en el cual diversos especialistas reflexionan sobre las implicaciones periodísticas, jurídicas y culturales de un fenómeno que quebró los patrones tradicionales
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Wikileaks es una expresión de la pelea que libran,
desde el comienzo de la humanidad, los que mandan y los que no: una
lucha por el poder que otorgan la información y el conocimiento hoy como
nunca. La persecución judicial y el espionaje sobre Julian Assange, su
director, es una prueba de la eficacia de esa organización, acaso la
única dedicada en exclusivo a obtener y difundir secretos del poder.
Antes de describir su capacidad subversiva, conviene
tener en cuenta que es un desarrollo natural de la Red, ese nuevo lugar
en continua evolución. En ese espacio en incesante renovación -y aún
libre- en el que nos conectamos y compartimos conocimiento, enlazados en
una red planetaria. Allí circula y se construye poder. Ese es el
espíritu de WikiLeaks, más allá de la controversia que genera su líder
Assange.
WikiLeaks es Internet. No reconoce fronteras
nacionales. Es global en su acción y en los efectos de su acción. Debido
a Internet, el campo donde se libra la lucha por el poder se ha
ampliado y se ampliará cada vez más: dos mil millones de personas tienen
acceso a la red.
El modelo de WikiLeaks es un desafío a una forma de
concebir el poder. Sus revelaciones reivindican el derecho de los
ciudadanos a saber qué hacen sus gobernantes, a acceder a la información
que está en poder de las autoridades públicas.
Es significativo que ninguno de los 250 mil cables de
la diplomacia estadounidense difundidos por WikiLeaks en agosto de 2010
fuera desmentido por Washington. Uno de ellos contenía una denuncia
gravísima de un alto funcionario de la ONU: lo que fue informado por el
ejército de Estados Unidos como un enfrentamiento en Irak había sido una
ejecución de civiles a quemarropa disimulada con un bombardeo
posterior, archivada luego de una supuesta investigación.
Este desafío a la arbitrariedad del poder comprende
desde luego a otras instituciones que ejercen roles centrales de
mediación social: los partidos políticos y los medios. Cuando WikiLeaks
denuncia, los partidos saltan furiosos o callan, y los medios
menosprecian o quedan limitados a hacer de voceros calificados. En ambos
casos hay cálculo, temor o ignorancia.
Los políticos sufrieron en el siglo XX la aparición de
una prensa que les disputaba la construcción de la agenda pública, una
cuestión central a la mediación política. Hoy sufren la misma
competencia, potencialmente más peligrosa porque viene desde los
márgenes del sistema y porque su naturaleza es novedosa y desconocida.
En Estados Unidos prominentes políticos llegaron a pedir la pena de
muerte para Assange por violar secretos de Estado.
Para un político tradicional es imposible trabajar en
la intemperie de la transparencia, sin paredes que oculten y con
micrófonos que amplifican lo que se dice. La política implica un grado
de secreto, claro. Pero también es cierto que las luchas por reducir ese
espacio de oscuridad y arbitrariedad han mejorado la calidad de la
democracia. Para un periodista tradicional es impensable trabajar junto
con su audiencia, compartir parte de su tarea en los nuevos periodismos
que se insinúan. Ambos -políticos y periodistas tradicionales- conciben
su rol como un espacio infranqueable aun cuando la tecnología y la
cultura de la época comienzan a derribar los muros que los protegían.
Esa ceguera posiblemente contribuye a la caída de credibilidad de esas
dos profesiones.
La naturaleza de WikiLeaks es incomprensible si no se
tiene en cuenta su condición global. Jay Rosen la ha descrito como la
primera organización noticiosa no nacional. Esa condición disruptiva la
hace peligrosa e inasible desde una perspectiva tradicional. ¿Qué
nacionalidad tiene una organización cuya producción circula en Internet
por todo el mundo, sus servidores están en distintos países y su sede
material cambia constantemente? Posiblemente porque WikiLeaks quiebra
patrones conocidos, se ha elegido acusar a Assange por un delito dudoso y
no conectado con su actividad: supuesto abuso sexual en Suecia,
denuncia desestimada por un fiscal por falta de pruebas y luego retomada
por otro en un distrito distinto del país.
Si WikiLeaks es una organización noticiosa, ¿tiene la
misma protección legal de los medios periodísticos? Yo creo que sí. Por
eso, igual que los medios periodísticos establecidos, no debería sufrir
persecución por difundir secretos de Estado que consiguió a través de
otros y considera de interés público.
WikiLeaks es un híbrido que combina periodismo,
comunicación y activismo político; es un producto y un agente de este
momento histórico en que aquellos campos se redefinen. WikiLeaks recibe
documentos, los chequea, los ordena y los difunde. A veces lo ha hecho
en su propio blog, sin ayuda de los medios tradicionales; y también los
ha distribuido a unos pocos de esos medios (ninguno argentino) para
ganar difusión e impacto. Estos medios se han consolado declarando su
importancia a la hora de difundir y otorgar credibilidad; pero el haber
sido elegidos por WikiLeaks es un mérito tibio comparado con el hecho de
que perdían su rol principal -investigar, obtener la información y
elegir el momento de difundirla- y se convertían en propaladores.
WikiLeaks los ha debilitado cuando todavía están frescas sus culpas por
haber acompañado la guerra en Irak y por no haber previsto y denunciado
la crisis financiera mundial de 2008, pegados como estaban al punto de
vista de los gobiernos y los grandes bancos.
En cuanto al activismo, WikiLeaks no oculta sus
objetivos políticos ni intenta presentarlos en un contexto de
imparcialidad como hacen los principales medios tradicionales. La
funcionalidad de su naturaleza híbrida es incontrastable: su difusión de
los cables de la diplomacia estadounidense sirvió como catalizador y
herramienta de la revuelta popular que derrumbó al autócrata Ben Alí en
Túnez y luego se extendió a Egipto, Libia y otros países de la región,
en lo que Manuel Castells definió como "la primera revolución del siglo
XXI".
WikiLeaks tiene la fuerza disruptiva de lo
verdaderamente nuevo; desacomoda. Un ejemplo: el gobierno de Obama apoya
las revueltas en el mundo árabe en las que WikiLeaks ha jugado un papel
tan importante, condena el bloqueo de Internet que han intentado
gobiernos de la región, y dice que el acceso a una Internet libre e
igualitaria es uno de los derechos humanos. Pero condena públicamente a
WikiLeaks.
WikiLeaks es mucho menos importante que el modelo que
ofrece como instrumento político y periodístico. Es una herramienta que
puede servir para mostrar las miserias del poder y cuestionarlo desde la
perspectiva de los que no tienen poder; para revelar y generar
contradicciones y para vehiculizar acciones políticas. Este es un camino
para la creación de nuevos periodismos
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