Raúl Núñez: dipsómano y depresivo, parroquiano del Paricio y escritor de aúpa
Raúl Núñez con Sinatra se volvió un clásico./elmundo.es |
Hora de buscar en el baúl de los olvidos el rastro de otro grande. Sí, a otro puñetero titán de los que escribían a navajazos y a cuchilladas
vivieron hasta su último día de vida, gota de aliento, racha de
inspiración. La siguiente excepción a la regla de la estafa del estado
del malestar. Y que no os vengan los de siempre con sus monsergas. Aquí,
a los buenos, a los que realmente conocen ese malaventurado oficio que
consiste en juntar letras, les ha tocado comerse los mocos por decreto
mientras veían medrar a los mediocres papanatas del vecindario
literario. ¡Esto es España, nenes! ¡No vayamos a confundir la piel de
toro con la benemérita Suecia a estas alturas de la 'pachanga' nacional!
Su nombre era Núñez, Raúl Nuñez. Y os aseguro que quien lo conoció,
nunca ha podido olvidar que, al contrario del pijo de Bond, Raúl Núñez
no se tomaba los martinis agitados ni removidos, sino en copado balón
con dimensiones de enorme pecera. A tumba abierta. Puesto que a tumba
abierta vivió, bebió, fumó, amó, padeció. Bonaerense nacido en el 46 y
crecido en dos décadas más que jodidas hasta que la mala vida le hizo
recalar en el regazo del Chino barcelonés y allí que se quedó a vivir. O
a malvivir. Escribiendo a salto de 'mahón' y enamorándose hasta el
corvejón de toda 'pilingui' que se cruzaba en su errabundo caminar. Dipsómano, depresivo, donjuán. No le faltaban des, no.
Su mundo eran las 'lumis' de Ramblas abajo en los felices 70, muchos
años antes de que la aldea global hiciese de 'Barna' ese inmenso solar
pendiente de 'españolizar' que, según el ministro del ramo, Wert, es hoy
por hoy. Un tipo infeliz y tocado por la gracia de la escritura al modo
que fueron tocados los santos evangelistas, aunque siempre sentado en
el otro extremo de ese ring repleto de putas, bares, pensiones, fantasmas y calcetines sucios.
Raúl Núñez era un poeta de etílicos versos pergeñados en servilletas
de papel y diseminados por el serrín del suelo del garito. Un poeta de
altura iluminada que inventó el realismo sucio mucho antes de que
convirtiesen la etiqueta en marca de la casa. Un Bukowski con eñe, con
bigote, con una prosa delirante que derrochó en novelas como 'Derrama whisky sobre tu amigo muerto'
(Star Books, 1978) o 'Sinatra. Novela urbana', de la que nos toca
ocuparnos en esta ocasión. Para que luego digáis que Marga Nelken,
vuestra prima de riesgo, no os llega siempre con 'mierda' de la mejor
clase.
Sinatra se parecía a Sinatra. Tenía 40 años. No era demasiado alto. Se había empezado a quedar clavo y llevaba el pelo muy corto. Había conseguido un trabajo de portero de noche en la pensión donde vivía. Le salía su habitación gratis y le quedaba un poco de dinero. Hacía un año que su mujer lo había dejado para irse con un negro. Tenía gracia. le parecía una broma. Siempre que pensaba en ello, un sonrisa torcida aparecía en su boca. La misma sonrisa torcida con la que se enfrentaba al mundo. Ahora no tenía mujer. Le costaba aceptarlo. Se sentía solo.
Sinatra solía pasar las noches escuchando la radio. Programas nocturnos dedicados a gente como él. Le gustaba la música. Una noche había telefoneado a la radio para pedir un disco de Sinatra. No había dicho nada de su parecido ni de su apodo. Lo complacieron, como suelen decir los locutores. Sinatra encendió un cigarrillo y escuchó. No sabía inglés, pero comprendió todo. Se acordó de su mujer. Y del negro. Y volvió a sonreír.
Así empieza la historia. Y hasta ahí, hasta ese 'Y volvió a sonreír',
de momento, podemos leer. Pero que nadie se deje engañar por culpa de
esta prosa de aparente sencillez. Os aseguro que se trata del portón de
bienvenida de una de las novelas más aconsonantes que escritas en España
en los felices 80 del pasado siglo. Una bomba de neutrones que hace estallar las neuronas,
gracias a su preciso engranaje narrativo y a unos toques de esperpento,
al lector más empedernido. Es más, si yo estuviese en vuestro lugar y
aún no supiese de la existencia de este libro, saldría a la calle a
darlo todo, a hacerlo todo, incluso la calle, con tal de hacerme con un
ejemplar.
Novelaza negra, desternillante, dura, cruel, sensible y tierna a la
vez. Raúl Núñez se dedica a contarnos la historia de un Sinatra de caras
B sin dejarse llevar por amaneramientos o pretensiones fatuas. Cual
'Chinaski' resucitado el cuerpo de un 'argentiñol' dado
a beberse hasta el agua de los floreros ('Sinatra' está dedicada al bar
Paricio que lo vio calmar su sed). ¿Quién iba a decirnos que un tipo
andaba levantando el castillo de naipes del realismo sucio a la española
años antes de que Bukowski se leyese aquí?
No en vano esta alucinante (y alucinada) historia acabó convirtiéndose en un más que recomendable filme dirigido por Francesc Betriú
y estrenado en 1988. ¿Queréis saber quién interpretaba al tal Sinatra
en esta ocasión? Alfredo Landa. Sobran las demás credenciales. Eso sí,
nada que ver con el 'Sinatra', otra película homónima, en que anda
enfangado Scorsese. Que todavía hay clases y en España, aunque escasos y
en situación de permanente olvido, también tenemos a nuestros clásicos.
Como Raúl Núñez. Quedaos con este nombre. No os arrepentiréis.
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