Desde que lo leyera por primera vez siendo una joven estudiante, Reina Roffé quedó prendada de Juan Rulfo, de sus libros y de su misterio. A partir de ahí, empezó a escribir sobre él, publicó Autobiografía armada en 1973, lo entrevistó en 1974, dio a conocer Las mañas del zorro en 2003 y ahora, en Juan Rulfo
Juan Rulfo, El llanero solitario de México./pagina12.com.ar |
Biografía no autorizada, amplía y expande
lo anterior. ¿Por qué Rulfo dejó de publicar y, según algunos,
directamente de escribir? ¿Por qué reconstruyó su biografía hasta
convertirla en un mito plagado de pistas falsas? ¿Cómo se situó respecto
de los autores del boom latinoamericano? Reina Roffé busca descifrar
nuevamente estos misterios que probablemente no cesen, mientras nuevas
generaciones siguen abordando el maravilloso y desértico universo de El
llano en llamas y Pedro Páramo.
Juan
Rulfo perteneció a aquella raza peculiar de escritores que, en plena
estridencia del boom latinoamericano, poco antes o después de la gran
eclosión de stars como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Vargas
Llosa, eligieron las estrategias del silencio, la retirada al fondo de
la escena, el bajo perfil. Rulfo, como Onetti y José María Arguedas,
tenían un enemigo en común que también era una fantasma y una demanda
explícita: la profesionalización del escritor. Al combatirla, cada uno a
su manera, se resguardaron de la fama y también pagaron altísimos
costos. Esa manera de ser, y de existir, y de dejar de ser y de
escribir, los convirtió en mitos vivientes, sufrientes y románticos.
Rulfo no se suicidó como Arguedas ni se echó a la cama por años como
Onetti, pero fue el más consecuente en sostener el misterio sobre sí
mismo, los motivos de su no publicar. Parco, hundido en el silencio, se
quemó en el fuego de El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Ya
estaba todo dicho y faltaba una década para el boom latinoamericano.
¿Qué lo llevó a dejar la escritura o, en rigor, la publicación? ¿No
tener “más nada que decir”? ¿Alcohol? ¿Mal de amores? ¿La presión de la
fama que le resurgió en los ’70?
Reina Roffé, escritora y crítica, se interesó desde muy joven por la
obra, la figura y los misterios de la “agrafia” de Rulfo. A punto tal
que Juan Rulfo. Biografía no autorizada es el tercer libro que le
dedica, sumando voces y testimonios y conjeturas a lo ya publicado.
Además, pudo conocerlo y entrevistarlo en 1974, constatando en carne
propia que no era una tarea fácil acceder a su palabra, enfrentar su
figura. Esta edición, ampliación de Las mañas del zorro (2003), abre con
un interesante prólogo de Blas Matamoro, autor, vale pasar la voz, de
la mejor biografía sobre Victoria Ocampo (Genio y figura de Victoria
Ocampo) y cierra con un personal epílogo de la autora que, según señala
en esta entrevista, ya no volverá sobre los pasos de Rulfo.
Roffé confiesa que fue más por devoción que por obsesión que se
dedicaría desde muy joven a “asediar” a Rulfo. Lo cierto es que a lo
largo de los años, el fruto fue creciendo y también Roffé fue combinando
una peculiar capacidad para mantener el equilibrio entre espíritu
crítico (no sólo hacia Rulfo sino hacia todo el sistema literario que lo
contuvo o no, que lo lanzó y lo relanzó, que quizá no pudo terminar de
entenderlo) y sensibilidad y cariño hacia un ser frágil aun en la
autoconsciente construcción del mito.
¿Cómo fue tu acercamiento a Rulfo y su obra, y cómo se fue desarrollando a lo largo de los años?
–De aquellos autores que se dieron a conocer internacionalmente en
los sesenta y setenta, de la mano del boom latinoamericano, Rulfo fue
quien más me interesó. Sus dos exiguas obras, que leí en esos años, me
fascinaron y quise saber quién estaba detrás. Comencé a leer cuanta
entrevista le hacían y los trabajos críticos que iban surgiendo sobre
Pedro Páramo y El llano en llamas. Yo era muy joven y hablaba con tanto
entusiasmo de Rulfo que Alberto Vanasco y Juan Carlos Martini Real, que
dirigían la revista Latinoamericana, me pidieron que escribiera algo
para ellos, y de ahí surgió lo que denominé Autobiografía armada, un
texto en primera persona que trabajé como si fuera un relato, construido
con fragmentos de reportajes y declaraciones de Rulfo, y cuyo
protagonista principal era él mismo hablando de su infancia, de su
pueblo, de la Revolución mexicana, de la revuelta cristera, de cómo
elaboró sus cuentos y la novela. El texto se publicó en la revista y,
luego, apareció en forma de libro, con bellas ilustraciones, en una
edición de Corregidor de 1973. Era un libro muy breve que más tarde, en
1992, descubrió un editor catalán que lo recuperó para editorial
Montesinos. Después de este tímido acercamiento a Rulfo, y ya
recientemente, surgió la posibilidad de escribir la biografía para
Espasa Calpe de España. Una biografía que titulé Juan Rulfo. Las mañas
del zorro, y vio la luz en 2003 con muy buena recepción crítica. La
edición se agotó pronto, pero, en el ínterin, la editorial canceló la
colección de biografías de escritores y mi libro no fue reeditado hasta
ahora aumentado y corregido.
¿Por qué esta edición dice “Biografía no autorizada” en el subtítulo?
–Para indicar que el texto no ha pasado por ningún visto bueno, por
ningún filtro de ésos por los que suelen pasar las biografías. Para esta
edición, enriquecí fragmentos relacionados con su trabajo en el
Instituto Indigenista y con otros tramos de su vida y también incorporé
más testimonios y anecdotarios.
Uno de los aspectos centrales de Rulfo fue su cerrazón, su
toma de distancia, pero vos pudiste entrevistarlo. ¿Cómo describirías el
impacto que te produjo?
Juan Rulfo. Biografía no autorizada Reina Roffé fórcola 292 páginas
–Conocí a Rulfo en 1974, cuando visitó Buenos Aires como miembro de
la comitiva oficial de intelectuales que acompañaron al presidente
mexicano Luis Echeverría Alvarez en un recorrido por América latina.
Parte de la delegación se había alojado en el Plaza Hotel, y allí lo
entrevisté gracias a la amabilidad de Edmundo Valadés y de Augusto
Monterroso, que hicieron de puente. Fui a visitarlo con Héctor Lastra y
Martini Real, dos escritores que, lamentablemente, ya han fallecido, y a
quienes siempre recuerdo con especial cariño. Los tres teníamos una
gran expectativa por encontrarnos con un autor tan singular y
enigmático. La leyenda sobre su extraña personalidad, su melancolía, su
negativa a seguir publicando, su modestia y timidez, que lo llevaban a
escaparse de la prensa, se había expandido como un reguero de pólvora.
Ciertamente, su conversación estaba llena de silencios, de momentos
incómodos para un interlocutor que no lo conocía en profundidad, cosa
que hacía difícil entrevistarlo. Pero cuando encontraba lo que quería
decir, finalmente hablaba y lo hacía con frases cortas, con un lenguaje
poético campesino realmente encantador. Entonces, uno se daba cuenta de
que no era tan tímido, sino, como él mismo decía, “de chispa retardada”.
En ese momento, 1974, ¿qué te llamó más la atención de él?
–Advertí que, como todo ser apartado o automarginado, le gustaba ser
incluido, que le prestaran atención. Ese encuentro fue para mí muy
revelador. Era un hombre que llevaba en su rostro una pena enorme. Tenía
editores y lectores reclamándole más libros, contaba con una crítica
que lo ponderaba, algo con lo que sueñan todos los escritores, y sin
embargo no podía, por retraimiento o exigencia desmesurada, escribir
nada que él considerara apto para su publicación. Por un lado, lo tenía
todo y, por otro, nada, aunque lo respaldaban sus dos magníficas obras.
A la luz de los libros, incluyendo este último, ¿tenés una
“versión” definitiva acerca del mito de Rulfo, de su silencio, su
retiro, su lugar entre los otros escritores latinoamericanos?
–Esta biografía es lo último que voy a publicar sobre Rulfo,
precisamente porque doy por terminada mi composición de lugar sobre un
autor insuperable, incluso por él mismo, que no pudo dar a conocer nada
más, porque sentía que todo lo que intentó después de su libro de
cuentos y de Pedro Páramo no daba la talla, no tenía el nivel de lo
anterior y, en consecuencia, decidió, valiente y atinadamente,
abstenerse, algo que lo honra, pues da ejemplo de ética personal. Con mi
biografía intenté reescribir los vacíos, los baches, los puntos ciegos
del escritor. Una de las cosas que más me atrajeron como materia de
investigación fue la cuestión de la mentira en Rulfo. Me resultó muy
interesante observar cómo fue urdiendo fragmentos de su vida a través de
una serie de embustes. Mintió en casi todo, incluso en asuntos que no
tenían mayor importancia: cambió su fecha y lugar de nacimiento varias
veces, maquilló su infancia, contó historias distintas sobre cómo había
ocurrido el asesinato de su padre, mintió sobre los estudios que había
cursado, ocultó hasta el final, cuando ya no era necesario hacerlo, que
había sido seminarista. Juró y perjuró que estaba escribiendo libros
que, finalmente, nunca publicó, y de los que apenas se encontraron un
par de páginas, algún fragmento, nada significativo. Mintió, pero
también desmintió, desmintió ciertas lecturas, sus influencias
literarias, odió y habló pestes de los críticos que vieron en su obra la
huella de Faulkner, porque quería ser el más original de todos, cuando
sabemos que cada lectura que realizamos deja una marca y no es algo para
avergonzarse. Además, orienté la escritura de esta biografía hacia el
enfoque de lo que se había callado de este autor, lo que el propio Rulfo
había silenciado o tergiversado para mostrar la distorsión, la
permanente metamorfosis de la verdad en él. Me di cuenta de que a veces
uno no está a la altura de sus deseos o expectativas, y Rulfo era una
persona que deseaba demasiado, que pedía mucho de sí mismo. En Rulfo
había que leer, digamos, la “mexicanidad” y sus múltiples trabas: la
imposibilidad de decir no, no sé; su aspecto insondable, que se cubría
de elementos imaginarios, incluso melodramáticos o de humor, a veces
agudo y otras francamente ácido, para desdibujar o endulcorar cierta
verdad que no podía nombrar.
Además, abordaste esta nueva y última biografía con todo un bagaje propio de escritora.
–Escribimos porque nos rehacemos escribiendo. En este sentido,
abordar la escritura de una biografía, sobre todo la de un escritor,
representa un claro ejercicio de reescritura y también de transformismo o
travestismo, porque el biógrafo se transforma en el personaje narrado
y, a veces, el personaje se vuelve como el narrador. Ambos ignoran esta
mudanza, simplemente sucede, especialmente cuando sintonizamos de tal
forma con la mitología del otro: en Rulfo, el niño abandonado, el hijo
del desconsuelo, el escritor silencioso y silenciado que se produce una
suerte de coexistencia. La biografía es un espejo del Yo, de un Yo que
puede ser el mío en la medida en que la escritura sobre la vida del otro
empieza a reflejarme peligrosamente. De cualquier forma, poco hay que
sea definitivo. Y como existe mucha información sobre Rulfo que
permanece blindada, quizá más adelante alguien pueda tener acceso a ese
material oculto y aportar nuevos datos, ofrecer otra mirada. Pero yo doy
por concluida mi tarea.
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