El Encuentro de la Fundación Gabriel García Márquez y Conaculta promovió la discusión sobre la narrativa de lo real y su adaptación a la nueva identidad latinoamericana
NUEVOS CRONISTAS DE INDIAS. Los jóvenes periodistas y sus maestros discutieron qué significa narrar la realidad./Revista Ñ. |
¿Qué, cómo, sobre qué y de qué manera escribir en el campo de la
narrativa de realidad para sintonizar con las ciudades desmembradas, la
exclusión y la miseria, los narcos y la legalización progresiva del
consumo de drogas, la concentración de poder pero también los nuevos
flujos migratorios, el consumo y las falsificaciones, la explosión de
expresiones culturales y la privatización de los recursos naturales que
caracterizan al siglo latinoamericano?
Maestros veteranos y
promesas del periodismo sub 31, editores de medios independientes e
integrantes de la Fundación García Márquez para un Nuevo Periodismo
Iberoamericano, que dirige el colombiano Jaime Abello Banfi, despuntaron
consignas y previsiones repartidas entre los debates cerrados en el
monumental Castillo de Chapultepec y los coloquios abiertos del Museo de
Antropología, en México D.F.
Boris Muñoz, autor venezolano de La ley de la calle y Despachos del Imperio
y ex becario Nieman (Harvard) incita a la tropa: “Escriban desde el
compromiso con la resistencia, manteniendo una congruencia intelectual,
identificados con un lugar y un tiempo”.
Precisa Santiago Gamboa (autor de Necrópolis y Plegarias nocturnas): “Como Rimbaud dijo al viajero: las historias que debemos buscar están en las ciudades espléndidas”.
Miradas
pretendidamente neutras implican una toma de partida ideológica: “En un
mundo que planta más antenas que árboles, lo peor que puede pasarnos es
quedar encerrados dentro del cerco de la aristocracia de la
subjetividad”, arroja el argentino Mancini (Pablo, Amphibia). Recibe y
devuelve la peruana Gaby Wiener (Nueve lunas), desde el
núcleo duro de la aristocracia de la prosa: “Martín Caparrós ha dicho
reiteradas veces en este encuentro que cuando un cronista empieza a
hablar más de sí mismo que de la historia, deja de ser un cronista.
Discrepo. Creo que es peligroso seguir viendo a estas crónicas como
elementos ajenos e infiltrados, cuando es un hecho que compartimos
medios y lectores. Pasamos horas de horas tratando de delimitarnos, de
estrechar los márgenes del género. ¿No sería más aburrida la crónica si
expulsáramos del club a los que a veces les da por hablar “de sí
mismos”? “Hace cuatro años –replica Caparrós, en otro espacio y tiempo–
me incomodó la vanidad. Es nuestro trabajo escaparnos de eso”.
Pasan
los días y persisten los intentos de definir un estado del campo así
como las nuevas condiciones de producción del género en el continente
que nos toca.
Ilustra Juan Ignacio Boido (director de Radar, autor de El último joven):
“Hoy la primera persona es casi la tarjeta de presentación de cualquier
periodista que escribe crónica. Nuestra generación estaba ceñida por el
papel. Hoy Internet permite que 20 mil o 30 mil caracteres sea casi
aclararse la garganta”. Apoya la moción –en cuanto a lo de las miradas y
escrituras expandidas– la académica mexicana Rossana Reguillo: “La
crónica, animal de profundidad capaz de sumergirse en lo más hondo,
oscuro, doloroso, apestoso, y terrible, pero también en los luminosos
sótanos de la sociedad, cuyo arte consiste en la ligereza con la que
sale a la superficie derivada de la solidez de su saber para realizar
una crónica distinta que ayude a comprender el mundo”, en referencia al
sitio Anfibia del chileno-argentino Cristian Alarcón.
Acto
ineludible: la mirada vira hacia atrás para identificar referentes
inmediatos que iluminen pasos próximos. Se focaliza en un puñado de
nombres desde el colombiano Gabriel García Márquez hasta la anfitriona
Elena Poniatowska (y en Lemebel, Caparrós, Moreno, Cozarinsky,
Sánchez...) pero con una vuelta obligatoria al mismo nombre, a esta
altura y post mortem, ultra-canónico: “Trajo lo marginal al centro, dio
visibilidad a temas que para muchos resultaban vedados. Todo esto,
logrado con una narrativa y una visión aguda y cosmopolita del mundo”,
tributa el mexicano Guillermo Osorno (director de Gatopardo) al también
mexicano Monsiváis. La lista de deudores y agradecidos a Monsi es más
amplia que los turnos para recordarlo, y atraviesa jerarquías y
trayectorias, involucrando a la propia Poniatowska en el homenaje
colectivo: “Durante los últimos 30 años resultó indispensable tanto en
los actos universitarios como en los multitudinarios porque reseñaba
tanto las tragedias nacionales como las glorias de la farándula y si
comía con el rector Ramón de la Fuente en la torre de Rectoría, cenaba
con Madonna. Salir en la foto con Monsi era una consagración, salir con
Madonna, una muy probable excomunión.” Sergio Ramírez (Nicaragua) agrega
un ineludible al círculo de los próceres que prefiguraron el presente
del género: “Kapuscinski reunió en sí mismo muchos oficios a la vez,
algo que proviene del propio Heródoto, que también fue explorador,
viajero, cronista, reportero, narrador literario, y periodista, y por la
fuerza de la necesidad, geógrafo, arqueólogo, etnólogo y paleontólogo,
pues al poner pie fuera de las fronteras conocidas, se veía en la
imprescindible necesidad de comportarse como un descubridor obligado al
registro de todo lo visto y oído”.
Y, entre tanto, a la par del
crecimiento de la violencia, proliferan sitios y revistas con cada vez
más despliegue de informaciones policiales, motivadas –cree Carlos Dada,
director del periódico salvadoreño El Faro– “en que ya no son hechos
aislados. Por eso –sigue– decidimos en el periódico hacer un espacio
llamado Sala Negra, donde hay trabajos de crónica y reportajes más
profundos sobre el crimen”. Narrar, sintetizan los cronistas del rubro:
catarsis, resistencia, grito, forma de pedir y/u ofrecer ayuda.
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