La Fanfarlo. Charles Baudelaire. Prólogo de Carmen Camero Pérez. Traducción de Alejandrina Falcón Backlist (Barcelona, 2011)La editorial Backlist ha realizado una magnífica edición de este clásico, bastante ninguneado en España, algo incomprensible si se tiene en cuenta la proliferación de editoriales independientes que podrían haber recuperado el manuscrito y rendirle los honores que merece
Toda nuestra relación con un libro debería acompañarse de un momento íntimo, casi epifánico. Sin embargo pocas son las ocasiones en que una anécdota ilustra la importancia de un manuscrito en nuestra andadura por este planeta. Hace ya muchos años paseaba por los muelles de París. Paraba cada dos por tres en sus tenderetes mientras preguntaba a los libreros de esas miniaturas ancladas desde tiempos inmemoriales por volúmenes imposibles. De repente, una joya se insinuó entre llaveros, postales y mamotretos varios. Era La Fanfarlo de Charles Baudelaire, novela corta de 1847 en la que el padre de la modernidad poética esbozó un completo esquema de un futuro episodio de su existencia.
Al llegar a Barcelona deposité la obrita en su correspondiente estantería y no recuerdo si llegué a leerlo. La confusión se debe a una mezcla de olvido consciente de mi época estudiantil y la desmemoria fruto de mi obsesiva fascinación por el personaje, que tiene su propio rincón en mi hogar entre biografías, flores del mal y mil ensayos sobre el fascinante período que le vio deslumbrar avant la lettre entre dandismo, innovación y lucidez de lo contemporáneo. De todos modos, eso sí que es innegable, conocía perfectamente la trama del libro y sus vericuetos, que despiden lo romántico y abren con descarada cautela una puerta donde todo lo sólido se desvanece en el aire.
El caso, vayamos al grano, es que ahora la editorial Backlist ha realizado una magnífica edición de este clásico, bastante ninguneado en España, algo incomprensible si se tiene en cuenta la proliferación de editoriales independientes que podrían haber recuperado el manuscrito y rendirle los honores que merece. En las últimas dos décadas sólo dos pequeños valientes se han atrevido con él y finalmente parece que alguien le presta debida atención. Lo demuestra lo cuidado del conjunto y el prólogo de Carmen Camero Pérez, a la altura de cualquier colección erudita de Cátedra y Alianza. En una época donde todo lo que no es novedad de fast food suena a rareza para el lector, es remarcable hallar una introducción de estas características, capaz de situarnos a la perfección tanto en el contexto histórico como en las circunstancias que inspiraron al bardo que dejó caer la corona en el barro de los Campos Elíseos.
La trama es la siguiente. Samuel Cramer es un hombre condensado en una mezcla explosiva, producto de un pálido alemán y una oscura chilena. De educación francesa y cultura literaria, este ser se entusiasma con extrema facilidad con las creaciones de sus contemporáneos, tanto que las mimetiza hasta hacerlas suyas. Es el genio de la nada y el todo, un fantasma a la deriva que presume de versos y malgasta sus horas entre seducciones y la eterna esperanza de un triunfo imposible, pues como todo buen dandi destaca más por su personaje público que por las palabras que poco esforzadamente vierte de vez en cuando en alguna que otra página.
Un buen día este flaneur cumple sus deberes callejeros y topa con un antiguo amor. Es Madame de Cosmelly. La chica ha prosperado, tiene criada y lee a Walter Scott, lo que supone una reprimenda por parte del protagonista, quien sin embargo se complace en galanterías que llevarán a la cuestión primordial del relato. El marido de su cortejada tiene una amante de rompe y rasga, una bailarina llamada la Fanfarlo que nutre las fantasías de muchos espectadores y las noches de Monsieur de Cosmelly, encantado con las curvas indescriptibles de su amante, por lo que su mujer, más lista que el hambre, propondrá a Cramer una parodia del pacto faústico. Si él seduce a la arpía que le ha robado la paz marital ella aceptará encantada sucumbir a sus avances: será suya sólo cuando haya cumplido su parte del trato.
Cramer, que se toma el cometido muy en serio, atiborrará a la estrella con cartas anónimas. El desenlace será imprevisible, el shock mayúsculo. No anticiparé acontecimientos porque no estamos en un examen universitario y últimamente muchos de los que leen crítica literaria creen que hablamos de series, ahora que están tan de moda. Chicos, si esto fuera un mundo normal lo de mentar el término spoiler no tendría sentido alguno en cualquier tipo de texto, no sólo en uno escrito hace más de un siglo. Los libros tienen introducción, nudo y desenlace, es obvio, aunque estas tres partes sólo son un componente más del todo. El análisis desgrana y ayuda a la comprensión. Alguien avispado puede intuir a partir del detalle por donde irán los tiros. El propio Baudelaire da un espaldarazo a lo que decimos con su propia singladura personal. Durante una larga temporada escribió epístolas anónimas a una de las damiselas de más renombre del París de Napoleón III. La afortunada era Madame Sabatier, elogiada por los más grandes plumas del momento. El poeta la loaba en misivas cargadas de afecto y piropos. La ausencia de firma consolidaba apuntes que captamos en las flores del mal. À une passante es el paradigma, con esas miradas que se cruzan un hombre y una mujer que circulan por la urbe, demasiado poblada hasta el punto de promover la fugacidad del ojo y el adiós del deseo en un santiamén. Al final el iconoclasta por excelencia confesó su identidad, y lo hizo por motivos más bien banales. Gustave Flaubert salió airoso del famoso juicio de Madame Bovary c'est moi gracias a la inclusión en el folletín que era todo proceso de una fémina de alto rango. Baudelaire, al romper su silencio dos días antes de acudir a los tribunales por Las flores del mal, conseguía una mínima esperanza de absolución. Los hechos sucedieron diez años después de publicar La Fanfarlo, en 1857. La vida imitaba a la literatura desde los mismos parámetros de su denso relato de juventud. Lo burgués, que en la nouvelle se muestra por la frivolidad de los hechos y el inicio de la sociedad del ocio, tan sólo podía ser contrarrestado con maniobras propias de esta clase social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario