28.9.11

La academia está tranquila y calentita

Visitamos la sede del Nobel de literatura

Peter Englund, secretario de la Academia Sueca, en su despacho, en Estocolmo. foto:Pau Sanclemente.fuente:que-leer.com

Sucede que el secretario permanente de la Svenska Akademien, el hombre actualmente encargado de anunciar el ganador del Nobel de literatura, es el historiador Peter Englund, responsable de un intenso "collage" de testimonios sobre la Primera Guerra Mundial que lleva por título "La belleza y el dolor de la batalla" (Roca). Por eso, nuestra visita a Estocolmo sirvió para matar dos pájaros de un tiro: hablamos con Englund sobre su obra y le acompañamos en una visita a la institución que año tras año concede el premio gordo de las letras mundiales.

¡Taxi, a la Academia Sueca! Qué ganas tenía de poder decir eso, por favor. Me sentía como Paul Newman en la película El premio. Es aquélla en la que interpretaba a un Nobel de literatura algo cogorciano que se veía metido en un lío de espionaje e iba apurado todo el día por Estocolmo. Yo también tenía prisa. Esa misma mañana había dejado una lluviosa Barcelona para plantarme en la soleada Suecia cuando el secretario permanente de la Academia, Peter Englund, ya llevaba un rato atendiendo a la prensa española. ¡Rápido, a la Academia! Al taxista kurdo, mi destino, ni fu ni fa. Tuvo que teclear "Svenska Akademien" en el GPS para saber por dónde caía lo del Nobel. Este hecho confirmaba (más o menos) la tesis de Englund, quien ya en el 2009 se quejaba de que "el jurado del Nobel es demasiado eurocéntrico".
La Academia tiene el tamaño de un teatro de provincias español y la somnolencia de un casino galdosiano. Es un martes de invierno y está cerrada. Ni bedeles, ni libreas, ni formalismos: nosotros mismos abrimos y cerramos las puertas. Bienvenidos a la república independiente de tu casa, como suelen decir por aquí.
Peter Englund es una persona con una biografía curiosa e intensa. Historiador de formación, ejerció de periodista y como tal cubrió varios conflictos bélicos. Militó contra la guerra de Vietnam, perteneció al partido socialdemócrata y compartió cabecera con Stieg Larsson en la revista Expo. Con pocas esperanzas de conseguir el curro, se presentó a secretario permanente de la Academia, donde destaca por su juventud sobre la Edad Media de los otros miembros.
Los gacetilleros que escribimos en la lengua del Nobel Vargas Llosa, nos esperábamos en la misma sala donde el escritor peruano leyó su speech de agradecimiento. La madera cruje y hay poco oro y mucho yeso. De uno en uno, entramos en el despacho de Englund, que es amplio, luminoso y confortable. Conserva aún mobiliario del siglo XVIII, desmintiendo así la pasíon sueca por la reforma de interiores.

La catástrofe inimaginable
Ahora cambio de tema. De tratar con el secretario de la Academia paso a hacerlo con el historiador y notable prosista que firma La belleza y el dolor de la batalla (Roca Editorial). Su libro es como una cota de malla. Un trabajo de urdimbre delicada pero de factura y consistencia férreas. Se trata de un tapiz donde veinte personajes reales que vivieron de las más divesas maneras la Grande Guerre, nos relatan, como mirando a cámara, sus experiencias. El trabajo de Englund para documentar esas peripecias ha sido primoroso, de asombrosa pericia historiográfica, pero la prosa, desnuda, detallista e íntima hasta el horror, es fruto del otro Englund, el que se avisa como un potentísimo narrador. A pesar de estos elogios, el hombre es calvo, poca cosa para ser sueco y hasta alegre. Me explica: "Europa había vivido antes del 1914 un largo periodo de paz y bienestar. No tenían, pues, capacidad de imaginar una catástrofe así. En nuestra civilización, el desarrollo tecnológico anula nuestra capacidad imaginativa. Se abre una sima entre tecnología y razón por la que caemos una y otra vez". De Ypres a Fukushima, no me diga más. Englund está de acuerdo con las tesis de Siegmund Neumann, que consideraba que las dos guerras mundiales no son más que una sola pero con media parte de descanso. Es decir, una "Segunda Guerra de los Treinta Años". Quizá para vincular ambos conflictos, el libro lo cierra un fragmento del libro que escribiera, años después de la guerra, un cabo llamado Hitler.
Pero Englund, además de como historiador, se ha acercado a la guerra como corresponsal. La brutal diferencia de ángulo entre ambos oficios me interesa: "El problema del periodista bélico es que, por neutral y objetivo que seas, sientes emociones hacia los soldados que tratas. Además, siempre te puedes marchar y esa idea te hace tener una sensación fragmentada y distante del conflicto. En una guerra, la verdad es algo que aparece mucho después. Y ése es el gran dilema, porque también es necesario que alguien te lo cuente en el momento, aunque su relato sea parcial".
La querencia bélica de Englund tiene su origen, como sostenía aquel austriaco del diván, en la infancia. Nuestro autor nació en Boden, una ciudad militar cercana a la frontera finlandesa que durante la Guerra Fría respiraba el aliento helado del otro lado del Telón. Más tarde, buscando emociones intensas, trabajó en el MUST, el servicio de inteligencia militar sueco. "Al final -explica Englund divertido-, acabé detrás de un despacho mirando expedientes".

Suspense sueco
Tras las entrevistas, Peter Englund se aviene a darnos un garbeo por la sede que miles de escritores sueñan con camelar. Los bustos y retratos del rey Gustavo III, fundador de la Academia, nos vigilan. A este rey lo alimentaba el espíritu de la Razón y por eso, convencido de la toxicidad del café, obligó a un condenado a muerte a tomar café cada día, a otro a tomar té, y constituyó un cómite médico de seguimiento. Primero murieron los médicos, después mataron al rey y los presos murieron de viejos con una tacita en la mano. Los límites del pensamiento ilustrado, ya ven.
Los académicos de hoy en día, para decidir el campeón en literatura, son algo más contundentes. Siguiendo el más puro método español, tras una reunion formal en la sede donde se preguntan por la familia, se bajan al bar de abajo a decidir de verdad quién se lleva la rifa. La parte buena es que el bar de abajo es Den Gyldene Freden ("La Paz Dorada"), el figón más antiguo de Estocolmo, que no hace menú, no tiene tragaperras ni la tele a todo trapo.
Los académicos son dieciocho pero sólo quedan dieciséis porque dos están moscas y pasan de ir. Según me pude informar en la Wikipedia, salió rebotado por el Nobel a Elfriede Jelinek y Kerstin Ekman se picó por el de Rushdie. Total, que no van ni a los cafés. Tengo curiosidad por saber si se saludan con los otros académicos cuando se cruzan por la calle. Estocolmo tampoco es tan grande. Suspense sueco.
Englund sigue ejerciendo de cicerone por la modesta y coqueta Academia. "Aquí es donde se decide finalmente el nombre", dice señalando un salón con una larga mesa. Se acerca a la ventana: "Pusimos vidrios blindados después de premiar a Rushdie", afirma medio divertido. "Además, el día de la votación corremos las cortinas para que no miren los vecinos". Al otro lado de la calle, los habitantes del bloque deben estar aburridos de ver a los académicos gesticulando y tirándose de sus suecas melenas. Englund nos señala una especie de jarra de cerveza antigua. "Y en este recipiente se depositan los votos en un papelito". Inquirido, niega: "No, la jarra no tiene ninguna historia en especial"… Hum, más suspense sueco. La Academia sigue casi vacía. Una secretaria por allí, un señor algo asustado de ver tanto meridional suelto por allá. Tiene un aire como a la casa-museo de Espartero. Me enternecieron sobremanera unos radiadores eléctricos de esos baraticos, aquí y acullá dispuestos para calentar la brasa viva de éste, el hogar supremo del arte literario. Y yo que siempre había admirado de Suecia su neutralidad y la calefacción central.

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