''Todos los casos de San Spade'' y ''El expediente Archer'' son los libros de Hammett y MacDonald. fotoilustración.fuente: Revista ÑLos casos reunidos de dos detectives legendarios del policial negro como Sam Spade y Lew Archer llevan a discutir la influencia entre sus autores: Dashiell Hammett y Ross MacDonald
El halcón maltés es la cuarta novela escrita por Dashiell Hammett y, en palabras del autor a su editor Alfred A. Knopf, lo mejor que había escrito al momento de su aparición. Fue serializada entre septiembre de 1929 y enero de 1930 en la célebra revista de narrativa “dura” Black Mask y produjo para su creador un conjunto de beneficios materiales –tres adaptaciones cinematográficas y un pasaje a Hollywood como guionista– que, sin embargo, no deberían eclipsar el verdadero motivo de la estima que el escritor sentía por la novela: en ella debutaba Sam Spade, y con la irrupción del famoso detective privado, Hammett creía por fin haber alcanzado cierta calidad literaria de la que él aún dudaba, a pesar de que hacia 1927 su estilo físico y cortante ya había cosechado elogios, por ejemplo, del mismísimo André Gide.
En comparación con el anónimo y casi amoral Continental Operator que había protagonizado las anteriores El gran golpe y Cosecha Roja, Sam Spade posee la carnadura y la impronta de un héroe clásico, quizá mucho más asociadas a la interpretación que de él hizo Humphrey Bogart en la película dirigida por John Huston que a la propia calidad del texto de Hammett, salpicado de referencias autobiográficas que ofrecen en clave un recorrido sumarísimo por la trayectoria del autor como detective privado al servicio de la Pinkerton entre los años 1915-1922 y cruzado por una parábola existencial que actúa como anticipación de su propio futuro: en la novela, Spade le cuenta a Brigid la historia de un hombre llamado Flitcraft, que rompe lazos con su vida pasada por el simple hecho de haber estado a punto de morir en una circunstancia absolutamente casual. Mandado por el azar, Flitcraft desaparece de su mundo y empieza una nueva vida, algo muy parecido a lo que estaba por hacer el mismo Hammett, que poco tiempo antes de que El halcón maltés se edite en forma de libro, abandona a su mujer y a sus hijas para irse a Nueva York y empezar de nuevo junto a Lillian Hellman, que también era escritora.
El volumen Todos los casos de Sam Spade que RBA editores acaba de distribuir en nuestro país, agrupa El halcón maltés con los otros tres relatos protagonizados por el célebre detective privado (Demasiados han vivido; Sólo pueden ahorcarte una vez y Un tal Sam Spade), escritos entre julio y noviembre de 1932 en circunstancias, como se dijo, de replanteamientos tanto personales como profesionales. Hammett se había trasladado a Nueva York huyendo de su familia, se había gastado casi todo el dinero que había logrado reunir tras su experiencia como guionista en Hollywood, y pasaba sus días bebiendo con William Faulkner y la decadente bohemia literaria que frecuentaba en el sórdido hotel regenteado por otro escritor, Nathanael West, en cuya suite “diplomática” había instalado una especie de estudio. Hellman recordaría en sentidas notas autobiográficas aquellas jornadas de trabajo intenso, en las que su compañero se encerraba a trabajar en forma obsesiva, a veces durante diez o quince días seguidos, casi sin salir a la calle, mientras las cartas de su esposa reclamando alimentos para sus hijas se acumulaban en la oficina de su editor. En las elecciones del otoño de ese año se enfrentaban Roosevelt y Hoover, pero de aquellos tres relatos protagonizados por Spade, donde abundan asesinatos, engaños y chantajes de todo tipo, se desprende que Hammett no abrigaba ninguna esperanza de que su país fuera a transformarse en un mejor lugar para vivir.
Ningún imitador
Veinte años después del debut de Spade, en los inicios de 1949, se publicaba El blanco móvil, primera novela protagonizada por el detective privado Lew Archer, presentado inicialmente como un especialista en divorcios con una habilidad extraordinaria para encontrar personas desaparecidas. Sin embargo, El expediente Archer, que el sello Mondadori pone al alcance del lector en nuestro país, recoge todos los cuentos protagonizados por la creación de Ross MacDonald (seudónimo de Kenneth Millar) remontándose incluso a 1946, cuando aún ni siquiera se llamaba así y andaba hurgando en vidas ajenas bajo el más impersonal nombre de “Joe Rogers”. Si bien en los orígenes de la novelística de MacDonald se encuentran tanto Hammett como Chandler (el primero en un sentido casi literal, puesto que el detective de MacDonald toma su apellido del socio de Spade asesinado en las primeras páginas de El halcón maltés) al creador de Archer le tomará una media docena de novelas encontrar un tono y un estilo propios, que lo alejarán de sus influencias para bien y terminarán por transformarlo en un escritor extraordinario, con un mundo y una sensibilidad perfectamente identificables. A diferencia de lo ocurrido con Hammett y Spade, los cuentos protagonizados por Archer se ubican en los intersticios de un ciclo de dieciocho novelas que, en su etapa final, acumula por lo menos siete u ocho obras maestras ya no de la lieratura policial negra, sino de la literatura a secas. En este sentido, Lew Archer es un personaje mucho más completo y complejo que Spade –tal como lo demuestra el extraordinario perfil biográfico reconstruido por Tom Nolan a partir de toda la saga novelística e incluido en el volumen–, especie de testigo y narrador de un ciclo que se inicia en la noche negra del macartismo y alcanza un bellísimo crepúsculo a través de Watergate y la Guerra de Vietnam. Como consecuencia, los relatos breves de Archer no son desprendimientos sino condensaciones de sus novelas, y por lo tanto contienen, aunque en escala, su misma fuerza poética y narrativa. MacDonald toma el legado de Hammet, eso es innegable, pero el paso de los años le otorga la perspectiva necesaria para fundir crítica y reflexión con un lirismo y una complejidad que el creador de Sam Spade acaso poseía pero no llegó a explotar por completo, tecleando como estaba en el mismísimo ojo de la tormenta. A la muerte de Dashiell Hammett en enero de 1961, John Crosby comentó en el Herald Tribune de New York que las ondas televisivas estaban repletas de Sam Spades de imitación. Por entonces, MacDonald ya estaba muy atareado tratando de mostrar que Lew Archer era otra cosa.
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