La cantante Grace Jones, con un vestido diseñado por Jean-Paul Gaultier en 1979. foto.fuente:elpais.comLondres revisa el ascenso y caída del polémico movimiento cultural
Como herederos suyos, ¿somos víctimas o beneficiarios? Los artífices de la exposición que el museo Victoria & Albert abre este sábado (Posmodernismo: Estilo y Subversión 1970-90) no quieren entrar en disquisiciones filosóficas sobre un fenómeno que desafía una definición compacta. Su propuesta se centra en la historia reciente del arte y el diseño, en cómo un movimiento provocador nacido en el universo de la arquitectura acabó extendiendo su influencia en todas las áreas de la cultura popular, incluidos el cine, la música y la moda.
Frente a las connotaciones negativas que arrastra la etiqueta, la muestra explora a través de dos centenares y medio de piezas la vocación rupturista con el pasado inmediato, la pluralidad que reniega de toda narrativa dominante, también un estilo irónico y multifacético que abrió un sinfín de posibilidades.
"El posmodernismo toma fragmentos de estilos ya existentes y los reúne a modo de collage para crear algo diferente", subraya la comisaria de la exposición, Jane Pavitt, sobre una de las características principales del movimiento. Cuando Philip Johnson inauguró hace más de cinco lustros su diseño del rascacielos de la compañía AT&T (hoy edificio Sony) en Nueva York, que talla con un agujero circular el vértice del frontón triangular de la fachada, fue tildado de traidor. El arquitecto -como muestra uno de los bocetos que exhibe el V&A- rebatía la ortodoxia cúbica racionalista, de la que hasta entonces él mismo había sido adalid. El gesto entroncó con una joven generación que miraba con ironía hacia los monumentos del pasado, los reciclaba y combinaba.
Uno de los grandes exponentes del diseño y la arquitectura posmoderna en España fue Oscar Tusquets, cuyo Belvedere Georgina, construido en Llofriu (Gerona) en 1972, fue calificado como "la primera obra posmoderna sin mala conciencia". Lo hizo Charles Jencks, a cuyo ensayo El lenguaje de la arquitectura posmoderna, de 1977, se atribuye la popularización del término que puso nombre al cambio de sensibilidad apuntada ya en textos de Robert Venturi como Complejidad y contradicción en la arquitectura o Aprendiendo de Las Vegas.
Desde su estudio de Barcelona, Tusquets sostiene que "tenía que venir una revisión de esa época". No para reproducir su estética, aclara, sino para reconocer el valor que tuvo: "Fue una reacción de hartazgo contra el monolitismo puritano del movimiento moderno, que despreciaba el gusto de la gente y le decían cómo tenía que vivir. Lo tildaron de snob y reaccionario capitalista porque los modernos decían construir para los obreros, pero resulta que a los obreros les gustaban las cubiertas a dos aguas".
Si aquellas ideas no acabaron de encajar entre el público de los setenta, los diseños posmodernos logran en la siguiente década, con su boom económico, la aceptación de las masas, especialmente en su traslación a los objetos de la vida cotidiana. Los muebles de Ettore Sottsass, fundador del grupo Memphis, o los estilosos artículos domésticos de la firma Alessi, anteponen la originalidad y la ostentación a cualquier otra función, y aparecen como objetos irresistibles en las revistas de estilo que empiezan a proliferar. Todo era una declaración de estilo en aquella "década del diseño" que también impregnó el mundo de la música y a sus intérpretes, exponentes de la teatralidad, el colorido y la exageración. Jane Pavitt alega que el look de personajes tan diversos como David Byrne, Annie Lennox o la diva Grace Jones (a cuyos estilismos se dedica una sala) contribuyó a cuestionar las nociones de género, sexo e identidad, acarreando consigo nuevos aires de libertad.
La resistencia a la autoridad, en el ámbito artístico y en el social, que quiso encarnar el posmodernismo acabó cediendo a la seducción del dinero, simbolizados en el cuadro de Andy Warhol que en el tramo final de la exposición toma como estrella el signo del dólar. El arte como mercancía, la subversión que en realidad persigue el gancho comercial, la superficie a expensas de la profundidad.
"¿Frívola?", se resiste Tusquets. "Comparada con los edificios-estrella que han venido después y que ignoran olímpicamente el contexto en el que se levantan, la arquitectura posmoderna era de un rigor absoluto", ironiza. "En 20 años veremos que los proyectos de Zaha Hadid, por no hablar del Hotel Puerta América de Madrid, se aguantan menos que los de Michael Graves".
Con todo, el arquitecto catalán reconoce que "la desobediencia a Mies y Le Corbusier" y la recuperación de valores de la arquitectura tradicional no siempre encontró una creatividad a la altura de su ambición. Eso y la implantación arrolladora que conoció en los ochenta -"en EE UU Graves anunciaba tarjetas de crédito por televisión y el único arquitecto italiano al que conocían los alumnos era Aldo Rossi"- determinó su caída: "Su descrédito fue proporcional a su éxito". Posmoderno se convirtió en un insulto casi. Nada nuevo según Tusquets: "Cuando yo era niño, el modernismo, Gaudí incluido, era de mal gusto. Si no tiraron el Palau de la Música fue porque no había dinero".
Los detractores del fenómeno encuentran sus argumentos en los años noventa, cuando el posmodernismo, efectivamente, sucumbe ante su propio éxito. Por eso el Victoria & Albert remata ahora una programación que ha revisado los movimientos artísticos y del diseño en el siglo XX con una mirada retrospectiva hacia una escuela multiforme. Un movimiento que, en palabras de Pavitt, "lo adores o lo odies, tuvo en su momento el poder de inflamar", de socavar los dictados de la uniformidad, de abrazar "un diseño radical" y de abrir impensables vías de expresión.
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