La serie histórica de Baena cierra con un libro, enmarcado en su generación, la del 55. foto.fuente:vive.inEn La bala vendida, Rafael Baena reflexiona sobre la época de la Guerra de los Mil Días
El escritor Rafael Baena creció en medio de anécdotas históricas de su abuela, de origen santandereano, que le permiten tejer la trama de 'La bala vendida', la nueva novela de su serie histórica sobre la violencia, que, esta vez, hace 'zoom' a la Guerra de los Mil Días.
Un tío loco al que le dio por encerrarse en un cuarto y tocar el mismo punto de las paredes, la venta de una bala para ejecutar a un prisionero -que da título al libro- y la tía espía que se metía armamento debajo de sus faldas son algunas de las historias que enriquecen el libro.
¿Qué le interesó de este período histórico?
La Guerra de los Mil Días fue una batalla que se adelantó a su tiempo, en el sentido de que era la guerra que iba a poner fin a las guerras. Veníamos de todo un siglo XIX de matazones y de alternancias en el poder a punta de armas, acabábamos de vivir todo lo de la Constitución de 1886, Nuñez y la Regeneración y esta guerra se suponía que iba a terminar con tanta violencia. En efecto, no ocurrió. Entonces, a mí me llamaba mucho la atención escarbar ahí porque esta guerra era el resumen de todas las del siglo XIX y el anuncio de lo que vendría en el XX, que reflejan a una nación incapaz de saldar cuentas consigo misma e incapaz de perdonar.
¿Fue una especie de patria boba?
Yo siento que vivimos una eterna patria boba desde el 20 de julio de 1810. Hay unas paradojas, unas torpezas dirigenciales y como sociedad; y lo que aterra no es que hayan pasado, sino que siguen pasando. Es tan aterrador, que da risa.
¿Qué representa la Hacienda Saia?
Es que la casa es un tema tan recurrente, a lo mejor es pura construcción del subconsciente. Por ejemplo, Cien años de soledad' se iba a llamar 'La casa', y está 'La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio; no sé, hay como una cosa que yo creo que es latinoamericana: esa referencia por la casa, por el útero, que es al mismo tiempo como de sueño, de utopía, del lugar ideal para vivir y de los recuerdos de infancia.
¿Por qué dos mujeres (Débora y Micaela) son las protagonistas?
Sin ser un discurso feminista, creo, objetivamente, que no ha sido contado, lo suficientemente bien, el papel de la mujer en la historia, en tiempos de guerra y de paz en este país. Estos albores del siglo XX, en los que ocurre la novela, son como los primeros brillitos de lo que sería una emancipación femenina, que necesitaría más de 50 años para que les dieran el voto, por ejemplo.
Usted ha dicho que se identifica con Vicente, otro de los personajes...
Yo soy Vicente, en el sentido de que, de repente, él se da cuenta de que tanta causa noble no vale la pena y se desencanta de esas banderas, de su militancia. Se da cuenta de que no es la lucha armada lo que puede terminar con la inequidad, pero no tiene tampoco una respuesta alternativa. Y es un poco lo que me pasa a mí: creo que a este reino de la inequidad hay que darle el bote, hay que hacer una revolución sin tiros. ¿Cómo?, no sé.
Personajes como Sanclemente o Uribe Uribe no salen muy bien parados...
Ellos se encargaron solitos de caricaturizarse. Yo soy un novelista que se limita a describir exactamente lo que ocurrió, para que el lector saque sus conclusiones. Era una clase dirigente, que alternaba las armas con el ejercicio de la política y que no hacía bien ni lo uno ni lo otro. Yo sí creo que lo mínimo que merecemos los colombianos es que alguien les diga: dejen de creer en próceres. Además, es rico sacarse el clavo histórico.
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