5.10.11

Y usted, ¿vive de esto?

Trabajos forzados, de Daria Galateria, narra la vida laboral de los escritores. Gorki fue estibador; Bukowski, cartero; Eliot, empleado de banca. Perec no quiso renunciar a su trabajo rutinario por el bien de su obra
Una pluma estilográfica. foto: Roberto Cárdenas.fuente:elmundo.es

Fueron burócratas, carteros, camareros, empleados de banca, contrabandistas de opio, diplomáticos, aviadores, acróbatas e incluso cazadores de ballenas en el Ártico. Y, en sus ratos libres, escribían obras maestras. ¿A qué se dedicaba Apollinaire? ¿Cómo sobrevivía Maximo Gorki? ¿Qué trabajo permitía a Georges Perec dedicarse a la literatura?

La escritora italiana Daria Galateria se dio cuenta un día de que en la biografía de los grandes autores había un lado secreto, desconocido y a veces un punto extravagante: sus trabajos alimenticios. Así que decidió recopilar en un curioso inventario el oficio al que se habían dedicado personajes como Jack London, Bohumil Habral, Bulgakov o Faulkner. El resultado fue Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, un libro muy celebrado en Italia y que ahora publica por primera vez en castellano la editorial Impedimenta con traducción del escritor aragonés Félix Romeo.

En esta perspectiva inédita del mundo literario, la autora indaga en las tareas a las que se dedicaron autores como Maxim Gorki que empezó a trabajar desde niño como descargador en el Volga. Luego fue pinche, fogonero, pescador, panadero. Sin embargo, bastó que uno de sus cuentos tuviera éxito para que comenzara a colaborar en varios periódicos y tuviera que escribir dos artículos al día. Curiosamente, Gorki confesaba que ese "trabajo esclavo" lo agotaba.

Hay una larga tradición de médicos escritores, a veces con problemas. Bulgakov, por ejemplo, aprovechó su oficio para engancharse a la morfina.

Esta naturaleza vampírica de la literatura frente a los oficios puramente alimenticios la sufrió también Jack London, quien, en 1897, durante la fiebre del oro, desembarcó en Klondike, trabajó duramente e incluso vivió en una cabaña abandonada rodeado de lobos. Claro que cuando se dedicaba a la escritura se quejaba de intensos e insoportables dolores de espalda.

Esta consideración de la escritura como la más agotadora de las tareas también nubló a Charles Bukowski que trabajó disciplinadamente durante 14 años como cartero, pero que "cuando le dieron un sueldo por escribir, se quedó paralizado por el terror toda una semana".

Para muchos escritores, trabajar en algo que no tuviera que ver con la literatura les permitía tener libertad, ya que su medio de vida no dependía de lo que escribieran. Es lo que pensaba Voltaire que argumentaba que era imposible ocuparse de la cultura sin una buena base económica. Del mismo parecer era Georges Perec que no abandonó su empleo subalterno de documentalista en un laboratorio médico. "Pensaba que era peor depender de la escritura para vivir -peor para la escritura-. Cuarenta horas a la semana, y después era libre para crear lo que le pareciera", explica Daria Galateria.

Desde los míticos funcionarios, como el burócrata Kafka, a Eliot ejerciendo de empleado de banca que "trabajaba en un sótano, inclinado, como un pájaro negro en un comedero", este inventario de oficios aburridos o extremadamente extravagantes se detiene en la historia del checo Bohumil Habral que cuando llegó el socialismo real a Checoslovaquia tuvo que convertirse en obrero no cualificado porque los profesores y artistas fueron degradados. "Habral trabajó en las acerías y casi perdió la vida en el empeño", apunta Galateria.

Hubo emprendedores como la novelista francesa Colette que en 1932, ya con 60 años, montó un instituto de belleza financiado por la princesa de Polignac y por el bajá Al-Glawi, contando además con el apoyo del ministro Andrés Maginot, el de la línea defensiva de entreguerras. Entre polvos y cremas, la autora de la exitosa serie de novelas de Claudine se movía como pez en el agua incluso aportando detalles de su célebre personaje para diversos perfumes y lociones. Lástima que el negocio fracasara.

También hay una larga lista de médicos como Mijail Bulgakov, que se enganchó a la morfina, o el austriaco Arthur Schnitzler que alternaba su oficio con la escritura y con la vida social, ya que era muy aficionado a los bailes. Ese mundo burgués 'fin de siècle' de la Viena del decadente imperio austrohúngaro aportó no pocos argumentos al autor de 'El teniente Gustl' o 'La señorita Else'. En febrero de 1881 anota en su diario: "Bailo con más pasión que nunca. En casa a las seis. Poco después he ido a la sala anatómica a hacer la autopsia de una joven. Estoy confuso".

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