Robert Graves, en su estudio. En el suelo, cartas de admiradores.foto:Johnny Bonne. fuente:elpais.comLucía, hija del escritor, firma la edición española de sus relatos completos
"Cuando regresé con mi familia poco después de la II Guerra Mundial, aún podía uno colgar la cartera de un árbol y volver tres meses más tarde para encontrar su contenido intacto...", relata Robert Graves sobre la sociedad mallorquina de la época, protagonista de algunos de los cuentos más entrañables. En la estela de una larga nómina de artistas, eligió la isla balear como su refugio de escritor, y acabó convirtiendo la población de Deià en su morada definitiva tras el paréntesis de la Guerra Civil española y su encadenamiento con la confrontación aliada frente a Hitler. Allí murió a la edad de 90 años.
De aquella primera década instalado con su familia -primero en Palma de Mallorca- datan unos relatos cortos que destilan su afecto hacia los mallorquines, su plena integración como convecino, aunque sin dejar de ser a la vez outsider inglés, el conocimiento de los códigos intransferibles de los isleños que se solapaban con la normas franquistas. Si anécdotas domésticas y cotidianas dan pie a deliciosos cuentos de tono costumbrista, a los que contribuyeron las experiencias escolares de sus propios hijos, Graves también profundiza en las dramáticas secuelas de la guerra fratricida en España a partir de una conmovedora historia de rivalidad y venganza (Está en su casa).
Este último título es el favorito de Lucía Graves (Devon, 1943), traductora y escritora, que colaboró estrechamente con su padre, y responsable de recopilar la colección completa de sus cuentos, una docena de ellos inéditos en España. También de trasladar al español, lengua que domina perfectamente al igual que el mallorquín, algunos de los relatos de Robert Graves, cuya obra encara "como la de cualquier otro escritor", aunque inevitablemente "oyes la voz del padre que habla, cómo subraya una palabra".
El autor de La diosa blanca o Mitología y leyendas griegas, de una producción de casi centenar y medio de obras, reconocía que "la ficción pura está más allá del alcance de mi imaginación". Esa imaginación que reservaba para el universo de la poesía. Por eso la mayoría de sus cuentos son de carácter autobiográfico o arrancan a partir de episodios y sucesos que le relataron personas próximas. Escritos en su mayoría en los años cincuenta y principios de los sesenta para publicarse en revistas de los dos lados del Atlántico, los títulos de la colección evocan también la nostalgia de la Inglaterra que dejó atrás definitivamente: las Navidades de un niño en la era victoriana, los años de colegio en los que descubre la inspiración poética a pesar de la rigidez del profesorado, la dureza de las trincheras como soldado y las lecciones de la guerra.
El autor incluso juguetea con su propio nombre y biografía en uno de los cuentos ambientados en los tiempos romanos, Vida del poeta Gnaeus Robertulus Gravesa, cuyo protagonista procede de "una localidad suburbana situada en la décima piedra miliaria de Londinium" (Wimbledon, donde nació Robert Graves). Las otras dos historias donde el autor recrea la vida cotidiana en la Roma imperial, de forma muy amena para la comprensión y empatía del lector contemporáneo, parecen salidas de las páginas de Yo, Claudio, su libro más famoso y objeto de una legendaria serie televisiva de la BBC.
Desde la publicación de sus tempranas memorias Adiós a todo eso (1929), con las que se despedía de su Inglaterra natal, Graves no volvió a escribir "nada que pueda tener interés autobiográfico", según sus propias palabras. La excepción se produjo en el territorio de los cuentos que, tal como subraya su hija, "nos revelan sus actitudes vitales, su forma de ver las cosas, su domesticidad". Aunque para Lucía Graves nos confirman sobre todo "al gran narrador, porque consigue que en unas pocas páginas sus personajes cobren vida".
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