Afiche de la Feria Internacional del Libro de Centroamérica 2011, con Colombia como país invitado de honor. foto.fuente:revistaracadia.comEl discurso de la presidente fue patético e Isabella Santodomingo era la estrella del certamen
El stand de Colombia en la FILCEN (Feria del Libro de Centroamérica) fue importante: un espacio grande con las más importantes novedades editoriales comerciales, independientes y universitarias, un diseño muy apropiado con altos biombos, fotos grandes de escritores, un área de café con videos de parques naturales y espacio infantil con libros gratuitos para rayar. Colombia era invitado de honor de la feria y Juan Gabriel Vásquez fue el escritor que inauguró el certamen. Además, el Gobierno colombiano y la Cámara del Libro llevaron un grupo importante de editores y gerentes para propiciar negocios con la región. El autor Jairo Buitrago y el ilustrador Rafael Yockteng hicieron exitosos talleres y se montó una improvisada pero animada mesa redonda de literatura infantil. Fue una presencia muy honorable. Sobre todo si tenemos en cuenta que la feria era, sencillamente, un desastre.
Nadie espera una feria del libro de Fráncfort estilo tropical, pero convocar a cualquier país como invitado presupone que hay una mínima estructura editorial detrás de un certamen. En cambio lo que hubo fue un remedo de feria con stands pequeños, sin decoración ni señalización y casi sin libros. Los eventos culturales se concentraban en un par de conferencias caóticas y lo que es peor, anunciadas con algunas horas de anticipación. Las editoriales trajeron tan pocos títulos que el asunto parecía un bazar de colegio. El discurso de la presidente de la FILCEN fue patético y olvidó darle la bienvenida al país invitado. Isabella Santodomingo era la estrella del certamen. Y lo más triste: en esta feria, gratuita, asustaban. Nunca hubo más de 200 personas, incluso el día sábado.
La realidad del país y de la región se hicieron evidentes: en El Salvador, el país del gran poeta Roque Dalton, hoy en día existen poquísimos lectores y su actual entramado cultural es tan frágil como escaso. No hay revistas culturales, son pocos los editores activos y las librerías tienen muy regular factura. Las editoriales salvadoreñas, salvo las públicas, no están editando casi nada. Y Juan Gabriel Vásquez, premio Santillana 2011, firmó la impresionante cantidad de tres o cuatro libros.
Sin lugar a dudas la delegación colombiana que visitó El Salvador se devolvió pensando que las cosas no están nada mal en el país y que los entramados culturales del libro, sean de centros culturales, editoriales, revistas especializadas, ferias del libro nacionales o regionales, demuestran actividad, interés y sobre todo una cierta masificación de la lectura. Varios ejemplos confirman esta hipótesis: hace pocos días el insólito festival literario del colegio Gimnasio Moderno ofreció a los alumnos y a la ciudad, gratis, coloquios con escritores brillantes como el español Ignacio Martínez de Pisón, el argentino Pablo Ramos o el boliviano Juan Claudio Lechín. Estuvo asimismo el argentino Mempo Giardinelli, ganador del premio Rómulo Gallegos y el poeta Luis García Montero. Casi en simultánea, en el Centro cultural del FCE, la nómina de su encuentro literario era igual de asombrosa: el reconocido ensayista, investigador y promotor cultural Ollé-Laprune, el mexicano Fabio Morábito o la mítica argentina Luisa Valenzuela. En la Fiesta del Libro de Medellín los nombres de Alejandro Zambra o Rodrigo Rey Rosa (literatura de verdad, verdad) convocan nuevos públicos y hace un mes La Feria del Libro de Bucaramanga, que contó con estrellas como el economista Max Neef, autor de decenas de libros, fue un completo éxito y todos los eventos se llenaron a reventar. Ni qué decir del paso por Bogotá de Hal Foster o Carolyn Carson: abrumador.
En otras palabras: nuestras clases medias ilustradas son una masa crítica que soporta un país que ya es potencia cultural en el mundo andino. Colombia, con su Hay Festival, interesa porque hay públicos ávidos de proyectos, historias y estéticas. Y porque el consumo cultural es creciente y cada vez de mejor calidad. Sin embargo, todo esto que tan robusto parece, puede fragilizarse rápidamente. Y la prueba de esto la dieron las directivas de la empresa Carvajal la semana pasada, que de un plumazo acabaron casi por completo la más importante editorial colombiana, Norma, sin que les doliera una uña. En otras palabras, el mundo de la producción cultural colombiana se encuentra rodeado por una gran cantidad de riesgos. Y es importante decirlo, porque cuando la iniciativa privada se retira de los eventos culturales hay problemas. Y es justamente lo que paso en la FILCEN de El Salvador: ni un solo patrocinador privado se presentó este año a su feria del libro. Y los resultados saltan a la vista.
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