Las muertas es un libro emblemático de la literatura
mexicana. Publicado originalmente en 1977, en su país ya agotó 35
ediciones bajo el sello Joaquín Mortiz. En la Argentina lo publicó
Sudamericana en 1986 y, como tiende a suceder en estos casos, los libros
en algún momento pasaron a saldo y al tiempo se dejaron de conseguir,
elevándose, para los lectores argentinos atentos a este tipo de textos, a
la categoría de mito. Hace un par de años RBA lo publicó en España y
ahora llega, al fin, una nueva edición a las librerías argentinas, en la
colección Vía México de Corregidor, con prólogo de Ezequiel de Rosso y
un ensayo de Angel Rama.
La historia de este libro es atractiva y
truculenta. Está basada en un caso real, que tuvo alta repercusión en
la prensa escrita de su época, y que se conoció como el caso de “las
Poquianchis”: un par de hermanas que regenteaban una serie de burdeles y
manejaban una éxitosa red de trata de mujeres. De a poco y por
distintos motivos, muchas de las mujeres de sus casas de prostitución
fueron muriendo y las hermanas las enterraron ilegalmente en campos.
Esta es la historia que tomó Jorge Ibargüengoitia y en el epígrafe a Las muertas precisa: “Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”.
Y digámoslo sin mayores preámbulos: Las muertas
es un prodigio de la narrativa, una máquina perfecta. Escrita con un
tono liviano y vagamente cómico, la prosa es el contrapunto exacto para
una historia tremenda, que cualquiera podría haber narrado de un modo
solemne y dramático, enfatizando el juicio moral sobre los hechos. Y no
es que Ibargüengoitia se ría de lo que narra, para nada. No se pone por
arriba de la trama pero tampoco se involucra como intelectual y
ciudadano: el de este libro es un narrador que solamente cuenta, sin
emitir opinión, incluso casi sin adjetivar. Como si la historia se
contara sola y se explicara a sí misma, porque finalmente no hay nada
más difícil de explicar que la violencia extrema.
El libro, además, llega en un momento clave del debate social y por lo tanto literario de nuestro país. Libros como Chicas muertas de Selva Almada o Racimo
de Diego Zuñiga, por nombrar dos casos recientes y conocidos, han
trabajado las posibilidades del asesinato de mujeres como tema de un
libro. Lo que se está discutiendo en las calles argentinas está pasando
también en algunos libros, y por eso la llegada de Las muertas nos obliga a revisar esa tradición hacia atrás, a encontrarle nuevos precursores a este grupo de libros contemporáneos.
Pero
la huella de Ibargüengoitia no está sólo en este puñado de libros sobre
el femicidio. Podríamos afirmar, sin miedo al equívoco, que Roberto
Bolaño leyó muy bien este libro y que algo del tono y sobre todo la
estructura (una historia contada por sus distintos protagonistas) se
derramó y explotó en Los detectives salvajes , enorme novela mexicana que fagocita y se devora a otras novelas mexicanas.
César
Aira apuntó que el gran legado de Ibargüengoitia ha sido reescribir una
narrativa anterior y prestigiosa. Acá toma el género “testimonios
policiales” y le confiere un buen aire fresco.
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