Conozca por qué es tan importante el ganador del premio Princesa de Asturias a las Letras 2015
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El detective de las novelas de Padura es Mario Conde, un cubano común y corriente./eltiempo.com |
Debo decir que como lector siento un gran
afecto por muchos escritores latinoamericanos contemporáneos, pero hace
ya algunos años que las novelas de Leonardo Padura forman parte de mis
libros más amados. Por eso sentí una gran alegría cuando supe que le
habían dado el premio Princesa de Asturias de Literatura.
Primero, me alegro por él: lo tiene más que
merecido, y ya les diré por qué; luego, por Cuba y después por
Latinoamérica y su literatura. Por él, porque, sin discusión, ya tiene
una sólida y sostenida novelística.
Es difícil encontrar en Leonardo Padura una
obra destemplada, imperfecta o desigual. Sus libros tienen el don de la
frase ligera y bien elaborada, el talento para la metáfora justa, el
tino y el equilibrio para la composición narrativa redonda, así cada una
de sus obras sea (como ocurre con las protagonizadas por Mario Conde) o
parezca una continuación de la anterior.
Y, sobre todo, tiene una novelística con una
visión y comprensión de lo social, lo cultural y lo político muy bien
definida, en un contexto donde escribir y ser fiel a su realidad era, en
un momento dado, como caminar sobre una cornisa recién encerada.
Me alegra por Cuba, porque en realidad esta
isla de tesoros literarios nunca bajó la guardia con respecto a una
tradición que no tiene discusión: desde José Martí, mártir y poeta
nacional; pasando por Lino Novas Calvo, acaso uno de los mejores
cuentistas que ha dado la región; José Lezama Lima, el patriarca sin
otoño literario; Alejo Carpentier, de quien deberíamos recuperar las
huellas y pasos perdidos de sus libros; Virgilio Piñera, quien acuñó la
frase más lapidaria sobre su país cuando dijo que “si Kafka hubiera sido
cubano habría sido costumbrista”; pasando por Cabrera Infante, un
Quevedo surgido de las Antillas, y Reinaldo Arenas, quien siempre caminó
sobre arenas movedizas.
Leonardo Padura pertenece a una nueva generación que continúa con creces esta tradición.
Una generación a la que pertenecen Abilio
Esteves, de quien destacamos su obra maestra, Tuyo es el reino; Arturo
Arango, con El libro de la realidad; Pedro Juan Gutiérrez, con su
Trilogía sucia de La Habana; Wendy Guerra, con su valiente novela
antirracista titulada Negra. Los dos primeros, junto con Padura,
publicados por TusQuets, y los dos últimos publicados por Anagrama, y
este no es un dato menor si se tiene en cuenta que gracias a estas
editoriales españolas fue posible que dichos escritores acabaran siendo
conocidos fuera de la isla.
Me alegra también por Latinoamérica, porque es
el reconocimiento a un escritor que ha logrado crear una obra con gran
identidad literaria, con una coherencia y unidad pasmosas, gracias a su
gran calidad y cantidad.
Lo que quiero destacar es el hecho de que
Leonardo Padura ha creado hasta hoy un universo literario que, desde el
boom, nadie había logrado. Uno de sus últimos libros, Herejes, demuestra
que su talento es inagotable.
¿Quién es?
Leonardo Padura Fuentes, así firmaba sus
primeras novelas, nació en La Habana en 1955. Periodista primero, luego
ensayista y novelista, y ahora guionista, escribió, entre otros, el
guion de la película Regreso a Ítaca, del 2014.
Tiene en su historial el mérito de haber
ganado, hasta ahora, más de 25 premios literarios de gran importancia,
entre los que se destacan el premio Café Gijón, el premio Hammett (en
1997, 1998 y 2005), el premio Chandler y el Premio Internacional de
Novela Histórica Ciudad de Zaragoza, por su obra Herejes (2014), una
historia novelada de alto nivel literario y, desde luego, histórico; un
libro conmovedor y doloroso. Una novela obligada, más que recomendable.
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El director de la Real Academia Española, Darío
Villanueva, leyó el jueves el acta que otorgó el Princesa de Asturias a
Padura. |
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Pero quizá el formato literario que mejor ha explorado Padura es el género negro.
En contra de todos los prejuicios y lugares
comunes sobre las teorías de este género, nadie imaginaba que en el
trópico pudiera aparecer la novela negra más atractiva escrita hasta el
momento en Latinoamérica.
Recordemos que en la tradición de este género,
herencia de los clásicos policiacos, el autor tiene como protagonista
fundamental a un detective: Sam Spade, de Hammett; Philip Marlowe, de
Chandler; Lew Archer, de Ross MacDonald; Pepe Carvalho, de Vásquez
Montalbán, o Belascoarán, de Ignacio Taibo II.
Novela negra o Historia
El detective de Padura es Mario Conde. Un auténtico cubano, con las características humanas de un ciudadano común y corriente.
Es desde este entrañable personaje como Padura le da al género el estatus que ya los norteamericanos le habían dado.
Un género literario que, como ninguno, muestra
la corrupción en todos sus niveles, la perversidad y el absurdo de lo
burocrático, lo que se fragua y se cocina a espaldas de la legalidad; el
tema del dinero negro, del dinero sangriento, el de las cosechas rojas,
para usar las expresiones de algunos de los títulos de Dashiell
Hammett, y que no es otra cosa que la correspondencia explícita de la
relación entre dinero y violencia.
En esto Padura ha sido un hijo legítimo e
ilegítimo de Chandler, Hammett y Vásquez Montalbán. Él mismo lo ha
reconocido. En este sentido, la novela negra construye sus narraciones
en función de la máxima de Balzac y, luego de Dürrenmatt, quienes decían
que detrás de casi todas las fortunas hay un crimen implicado, o algo
irregular que se ha ocultado.
También la novela negra puede ser Historia
bien novelada, como lo ha demostrado últimamente James Ellroy y ya lo
había hecho el mexicano Taibo II.
Así que, en este género, de Leonardo Padura
recomendamos especialmente la tetralogía denominada Las cuatro
estaciones o El cuarteto de La Habana: Pasado perfecto (Havana Blue),
Vientos de cuaresma (Havana Gold), Máscaras (Havana Red) y Paisaje de
otoño (Havana Black).
En estas cuatro magníficas novelas, que luego
complementaría con Adiós, Hemingway; La niebla de ayer y La cola de la
serpiente, Padura mimetiza como nadie a un detective, Mario Conde, en La
Habana tropical.
La descripción infernal del calor. La
corrupción, el crimen. El erotismo, la burocracia y el absurdo de la
autoridad (el clásico conflicto con asuntos internos), los diálogos
inteligentes, la solidaridad, el humor, la irreverencia, la ironía y la
burla... el choteo propio del Caribe.
Pero también la melancolía, la amargura y la
nostalgia. Mario Conde es un policía triste. Sentimiento que cuando se
da en el Caribe produce una rara sensación por el contraste que
conlleva.
Así cada una de las novelas que componen este
magnífico cuarteto se pueda leer de manera independiente, en realidad se
trata de una sola novela; el ideal es leer los cuatro libros en su
orden natural.
Es un exquisito coctel literario. Más que
garantizado. Porque al final nos damos cuenta de que es una sola trama,
coherente, adictiva; confeccionada a la manera clásica, con inicio,
desarrollo y desenlace. Ahora bien, si hay que escoger una de las
cuatro, a pesar de lo sugerido, es Vientos de cuaresma. Una de las que
más quiero y más he acariciado. Allí bulle una ciudad con sus
vitalismos, sus sensualismos.
“Las presiones de arriba, que el viejo le
transmitía, lo desesperaban, y la imagen de las nalgas de Támara
moviéndose bajo el vestido amarillo era casi un tormento y además una
advertencia. Ten cuidado”; al tiempo que coexisten la melancolía, la
nostalgia, el absurdo, que tanto anunciara su admirado Virgilio Piñera.
Y la decadencia: “Todo ennegrece con el
tiempo, como la ciudad por la que camino, entre soportales sucios,
basureros petrificados, paredes descascaradas hasta el hueso,
alcantarillas desbordadas como ríos nacidos en los mismísimos infiernos y
balcones desvalidos, sostenidos por muletas. Al final nos parecemos la
ciudad que me escogió y yo, el escogido: nos morimos un poco, todos los
días de una muerte prematura y larga hecha de pequeñas heridas, dolores
que crecen, tumores que avanzan...”.
No quisiera terminar sin mencionar un libro
policiaco que está por fuera de la saga Conde. Me refiero a La novela de
mi vida, que narra la vida de José María Heredia y la de su hijo.
La historia tiene como arranque uno de los
interrogantes líricos más bellos del poeta: “¿Por qué no acabo de
despertar de mi sueño? ¡Oh!, ¿cuándo acabará la novela de mi vida para
que empiece su realidad?”.
Una novela documentada históricamente, pero no por ello se cruzan la ficción y la realidad, menos con este poeta:
“José María Heredia, arrastrado por los flujos
y reflujos de la historia, el poder y la ambición, atrapado en un
torbellino tan compacto que lo llevó a existir, con apenas veinte años,
el significado novelesco que marcaba su existencia”; una novela sobre
“la vanidad absurda”, sobre las logias masonas en Cuba. Sobre cómo todo
es nada o se va volviendo leyenda.
Por todo esto los libros de Padura están entre
mis libros más amados. Y cuando digo que algunos los acaricio de vez en
cuando es porque los estoy releyendo todo el tiempo.
Por ahora el premio Princesa de Asturias de
Literatura parece un cuento de hadas. Así las novelas de Padura no
tengan que ver con princesas ni con hadas.
RODRIGO ARGÜELLO G.
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