Cómo medir su comportamiento, hiperconectado y sobreequipado
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"El uso de Internet crece a un ritmo acelerado, y las expectativas y
proyecciones sitúan la penetración digital en Latinoamérica en el 53 %
en 2016, con un crecimiento de un 13 % anual"./eltiempo.com
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En un escenario donde se están redefiniendo
las prácticas más arraigadas de acceso y consumo a la palabra escrita,
como consecuencia del impacto creciente de las tecnologías de la
información y de la comunicación, contar con información periódica y
sistemática sobre los resultados de los planes y programas de lectura
adelantados se ha convertido en uno de los mayores retos para las
administraciones públicas.
Sin embargo, el desafío hoy no pasa solo por
adelantar estudios de este tipo con una determinada regularidad y de
asegurarse de la fiabilidad de la información recabada, sino también por
dar debida cuenta de prácticas de lectura que se renuevan rápidamente.
Para hacernos a una composición de lugar, bastará con traer a colación
una situación que más de uno habrá presenciado. Situémonos por un
momento en una estación de cualquier sistema de transporte masivo de
alguna de las capitales latinoamericanas, llámese metro, subte,
transmilenio, metrobus, etcétera. Al echar un vistazo nos encontraremos
con que varios de los que esperan la llegada del tren o del bus, según
el caso, tienen la mirada fija en sus teléfonos inteligentes. No es
difícil aventurar lo que están haciendo. Unos cuantos estarán
conversando a través de un servicio de mensajería instantánea; otros,
revisando su correo electrónico; algunos, actualizando su perfil en
Facebook, y no faltarán los que estén leyendo las noticias o una novela.
Habrá también quienes alternen entre varias de las opciones anteriores.
Por ejemplo, alguien que al terminar una noticia o una columna decida
compartirla a través de Twitter.
Se trata de una escena paradigmática que
permite hacer referencia a una serie de circunstancias que condicionan
las formas que están adoptando los consumos culturales en general y las
prácticas de lectura en particular. En primer lugar, esta escena habla
del desarrollo de América Latina en la creación de infraestructura y de
condiciones de acceso a las tecnologías de la información y de la
comunicación. Si bien es preciso reconocer que aún se presentan rezagos
con respecto al mundo en desarrollo, no son tampoco desdeñables los
avances que han tenido lugar en la última década. No en vano un estudio
de la multinacional alemana Bookwire, publicado recientemente con un
título de por sí significativo, Evolución y tendencias digitales en
América Latina, indica: “el uso de Internet crece a un ritmo acelerado, y
las expectativas y proyecciones sitúan la penetración digital en
Latinoamérica en el 53 % en 2016, con un crecimiento de un 13 % anual”.
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No menos importante en la escena es la
omnipresencia de teléfonos inteligentes. En materia de penetración de la
telefonía celular o móvil, según lo indica la Unión Internacional de
Telecomunicaciones (UIT), desde 2011 América Latina y el Caribe
superaron el umbral del 100 %. Este hecho es de especial relevancia si
pensamos en que, con los avances en términos de cobertura de la banda
ancha móvil, los teléfonos celulares parecen anunciarse como los
dispositivos por los que, más temprano que tarde, pasará buena parte del
acceso a contenidos culturales.
La masificación del acceso a
Internet y de la conectividad en general, que se traduce en la
posibilidad de acceder a cualquier contenido a cualquier hora y en
cualquier lugar, obliga a tomar como punto de partida de cualquier
análisis de las prácticas de lectura contemporáneas a un lector
hiperconectado y sobreequipado tecnológicamente, en especial si se trata
de los más jóvenes. Es común escuchar que las nuevas generaciones leen y
escriben hoy menos, cuando puede que lo estén haciendo más que nunca e
inclusive en una mayor proporción fuera de la escuela que dentro de
esta. Se pierde de vista que leer y escribir son prácticas cognitivas y
sociales que están cambiando. En los nuevos escenarios, donde conviven
(por no decir, compiten) simultáneamente distintos medios y se solapan
los consumos, es preciso preguntarse por lo que se entiende hoy por leer
y escribir y, de paso, buscar unidades de medición que se adecúen a esa
respuesta.
De ahí que el Centro Regional para el Fomento
del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) haya llevado a cabo
una actualización de la propuesta metodológica que publicara en 2011
para estudiar el comportamiento lector y medir los hábitos de lectura,
que ha publicado con el título Metodología común para explorar y medir
el comportamiento lector. El encuentro con lo digital. Esta, como
apuntábamos en un comienzo, busca dar cabida a las transformaciones a
las que se están viendo sometidas las prácticas de lectura y, añadamos,
de escritura como consecuencia de fenómenos de naturaleza digital.
Así, sin pretender establecer un modelo que
llegue a reemplazar formas más tradicionales de consumo, describe y
reconoce un contexto donde, producto de la posibilidad que ofrecen las
distintas pantallas de reproducir toda clase de contenidos, sin importar
su origen o finalidad, el soporte pierde su exclusividad –el libro deja
de ser el único vehículo para la transmisión de lo escrito, como la
televisión no lo es más para lo televisivo– y en el que el texto entra a
competir, en principio en igualdad de condiciones, con otros consumos
culturales. De igual modo, llama la atención sobre un hecho aún
incipiente, propiciado por la preeminencia del texto en Internet como
centro de la comunicación, esto es, la alternancia entre lectura y
escritura (pensemos, por ejemplo, en los espacios destinados para
comentar al pie de una entrada publicada en un blog).
La propuesta metodológica del Cerlalc,
basándose en este reconocimiento de la complejización de las prácticas
de lectura causada por el entrecruzamiento de lenguajes y medios,
identifica una serie de desafíos que debe ser tenida en cuenta en la
implementación de estudios de comportamiento lector. En primer lugar,
propone la superación de la visión librodeterminista de los instrumentos
tradicionales de medición e invita a no relegar a un segundo plano la
lectura en otros medios que no sean el impreso. Reconoce también la
distancia entre las prácticas reales y las prácticas declaradas, que se
explica, por ejemplo, por la legitimidad de la que gozan ciertos géneros
sobre otros. Busca también poner en valor la lectura en tiempos
fragmentados, alejada de esa visión paradigmática, basada en una
relación forzada entre lectura y literatura, en la que solo se da
validez a la lectura en intervalos prolongados. Además, llama la
atención sobre la disputa entre lo que llama unidades leídas frente a
unidades finalizadas, como consecuencia de la cual termina muchas veces
por obviarse la lectura de capítulos o fragmentos, motivada por razones
profesionales o de estudio.
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En la ‘Metodología’ se problematiza también la
jerarquización entre prácticas, producto de lo cual se otorga un
estatus preferente a la lectura por ocio o por placer y se produce una
segmentación entre buenas y malas prácticas. Asimismo, pretende ahondar
en el análisis de ese segmento poblacional, que es numeroso en los
países latinoamericanos, situado entre los lectores frecuentes y los no
lectores. Por último, reconoce la necesidad de que los estudios
realizados no solo pongan de manifiesto la situación de la lectura
frente a otras formas de consumo cultural, sino que insta a establecer
relaciones con variables sociales y económicas, con el fin de superar el
nivel descriptivo de los análisis e intentar alcanzar un nivel
explicativo de los fenómenos en curso.
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