¡Como nos gusta saber las rutinas de trabajo de los escritores!
Quizá creamos que si conocemos cómo ellos lo hacían, podremos emularlos
algún día, aunque probablemente solo se trata de la misma curiosidad
que nos hace leer sus biografías o (mejor aún) sus cartas
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Graham Greene escribía quinientas palabras contadas./libropatas.com |
En todo caso, cuantos más métodos de trabajo conocemos,
más apreciamos la diversidad de sus mentes. Hay quien se deja llevar
por la inspiración y quien se pone, todos los días, de tal hora a tal
hora. Hay quien hace planos, y esquemas, y prepara cada escena, y quien
dice que escribir no tendría ningún interés si uno ya supiera lo que va a
pasar.
Y luego está Graham Greene, que contaba las palabras,
para escribir todos los días la misma cantidad, ni una más ni una menos
(bueno, quizás estoy exagerando). En sus propias palabras: “Durante más
de 20 años he escrito de promedio 500 palabras al día
durante cinco días a la semana. Puedo producir una novela en un año,
incluyendo el tiempo para la revisión y la corrección del manuscrito. Siempre he sido muy metódico,
y cuando cumplo con mi cuota de trabajo lo dejo, incluso aunque esté en
medio de una escena. De vez en cuando, durante la mañana, paro para
recontar el número de palabras y marcar el manuscrito de centenar en
centenar. Cuando era joven, ni siquiera un lío amoroso alteraba mi
agenda. Un lío amoroso tenía que comenzar después de comer y me acostase
lo tarde que me acostase (siempre y cuando durmiese en mi cama) siempre leía lo que hubiese escrito por la mañana para consultarlo con la almohada.
Y es que mucho de lo que escribe un novelista, como ya dije en otras
ocasiones, tiene lugar en el subconsciente: en esas profundidades la
última palabra está escrita mucho antes de que aparezca la primera
palabra sobre el papel. Recordamos los detalles de nuestra historia, no los inventamos”.
Esto era lo que ocurría, por ejemplo, en 1951, mientras Graham Greene escribía ‘El final del romance’, pero no creáis que fue así toda su vida. Metódico sí, pero con los años se fue haciendo más perezoso (él lo achacaba a la edad) y se conformaba con escribir 300 palabras al día.
Así lo comentaba en una entrevista, en 1970: “Odio ponerme a trabajar.
Estoy ahora con una novela que no fluye fácilmente. Llevo unas 65000
palabras, pero aún me faltan otras 20.000. No trabajo mucho tiempo
seguido, estoy sobre hora y media. Es todo lo que puedo
manejar. Quizá uno vuelva por la noche, después de una buena cena,
después de una buena bebida, y añada algún detalle, alguna escena. Eso
le da a uno sensación de éxito. Ha hecho más de lo que pensaba.
Hay algunos escritores que parecen
escribir como si uno tuviera diarrea – hombres como Durrell, por
ejemplo-. Quizá sus intestinos se vuelvan más y más flojos con la edad.
Me impresiona alguien como Conrad, que era capaz de escribir 12 horas seguidas -eso es casi superhumano.
Es como un cansancio en la vista. Creo
que debo saber -incluso si no estoy escribiendo- donde está mi
personaje, cuáles son sus movimientos. Es al enfocar esto, incluso si no
estoy enfocando la página, que mis ojos se cansan, como si estuviera viendo algo desde demasiado cerca.
En los viejos tiempos, cuando comenzaba a escribir un libro, el objetivo era 500 palabras diarias, pero ahora pongo la marca al llegar a 300″.
"Prometo querer narrarlo todo y contra toda
esperanza. / Prometo ser sincero en la verdad y en la mentira, y prometo
contradecirme. / Prometo no ser tan "versátil" como algunos editores
quisieran. / Prometo no ser nunca un escritor sin escritura. / Prometo
reescribir, tachar, borrar y maldecir hasta quedar sin aliento. / Prometo todo
esto, Señor, en nombre de tantos autores caídos en el campo de batalla de la
página en blanco. / Prometo también algo muy sencillo. / Repetir cada mañana
esta plegaria: / "Señor, no soy ávido / sólo te pido 500 palabras".
El anterior poema pertenece a Santiago Gamboa.
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