Sin miedo a Borges, del profesor David Viñas Piquer, parte de una premisa que quizá hoy tenga sentido pero que no lo tuvo en mi generación. Que Borges fuera un autor que escribía brillantemente literatura sobre literatura. Además cómo sería de tuitero perverso
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El escritor argentino Jorge Luis Borges, en una entrevista en el año 1977./elmundo.es
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Dicen que la bibliografía que existe sobre Jorge Luis Borges (1899-1986)
es ya inmensa y prácticamente ilegible por seca o especializada. Libros
sobre el personaje y la obra, que ya eran muchos en vida del autor
realmente genial, el porteño enterrado en Ginebra. Recuerden que cuando
en los años 30 Drieu La Rochelle lo conoció en Buenos
Aires -entonces un autor de minorías- declaró ya en Francia: "Borges
merece el viaje". Sin duda tenía razón.
Y creo que, con todo, además de hallarse con Borges mismo (yo lo
conocí de adolescente y nunca lo he podido dejar, fascinado
habitualmente) no viene mal repasar un ensayo lúcido sobre el gran
argentino. Por ejemplo 'Sin miedo a Borges', del profesor David Viñas
Piquer, editado en Barcelona por Elba, editorial cuidadosa. El libro no
es largo y está lleno de hallazgos, aunque parte de una premisa que
quizá hoy tenga sentido pero que no lo tuvo en mi generación. Que Borges
fuera un autor (como se pregonaba) que escribía brillantemente literatura sobre literatura,
y que abundaba en autores raros y saberes recónditos -dicen que eso hoy
echaría para atrás- a los novísimos nos encantaba. Pero es verdad que
ese Borges que descreyó a la postre de sus pinitos vanguardistas,
criollistas y barrocos para caer gozosamente original en el clasicismo
de la difícil facilidad es un genio que juega a ser erudito, pero que lo
es sobre todo de apariencia e incluso de invención, porque Borges igual saca nombres raros de enciclopedias generalistas (uno de sus libros favoritos) como se inventa autores.
Igual le ocurre con la filosofía o la teología, los laberintos, los
espejos y los juegos asombrosos con el espacio y el tiempo. Claro que
había leído a Schopenhauer -uno de sus favoritos-, a Platón y hasta a Pedro Malón de Chaide,
de tan rica prosa, pero (escéptico contumaz) a Borges le interesaba más
la sorpresa o el logro literarios que lo filosófico o teológico,
trampantojo más que verdad en su obra. Escritor radicalmente original en
el manejo de la tradición dijo: "No sabemos qué cosa es el universo",
pero también -con Flaubert- que el autor debía estar en
su obra como Dios en ese Universo: presente en todas partes pero en
ninguna visible. Borges creía en la lectura hedónica, o sea la que da
placer. La literatura es placer básico y por eso acepta leyendas y
trampas, como ese Borges impostor que habla del otro: Uno es Borges el escritor, otro un señor anónimo: "No sé cuál de los dos escribe esta página",
al tiempo que sabe que él será el mito del escritor/biblioteca,
conociendo bien que a un autor le cumple hacer una obra lo mejor que
pueda y a la par (lo dice ese Borges de apariencia tan consuetudinaria y
por ello especial) construir una imagen de sí mismo con la sospecha de
que esa imagen es más importante que todo lo demás.
Posmoderno por intertextualidades y clasicismo renovado, Borges era un genio que se creía Borges,
como al desgaire. Irónico, lúcido, lúdico, melancólico, perfecto,
antiacadémico y erudito de veras y a la violeta, Borges no defrauda
jamás. "Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o
del otro". La rosa es sin porqué.
¿Borges habría sido un tuitero perverso?
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Jorge Luis Borges murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza./semana.com |
La faceta sagaz de Jorge Luis Borges no es muy conocida. ¿Tendría uno de los escritores más respetados del último siglo la actitud para triunfar en Twitter?
Los sabios dicen más con menos. Jorge Luis Borges
fue un sabio que marcó un hito en la literatura mundial. Por eso se cree
ahora, 29 años después de su muerte, que el argentino habría tenido la
lucidez y la mordacidad para triunfar en el vertiginoso mundo de las
redes sociales. ¿Cómo sería ese escenario?
El escritor español Manuel Vincent se aventuró a imaginarlo en un texto publicado en El País de España titulado Borges o el color ámbar. Su hipótesis es que Borges hubiera triunfado como tuitero; no solo por ser un brillante escritor sino por su picardía.
“Puede
que Jorge Luis Borges aprendiera de Oscar Wilde o tal vez de Bernard
Shaw que para alcanzar la fama literaria basta con una frase ingeniosa,
malévola, sorprendente, paradójica, polémica, que cabree a los
representantes oficiales de la cultura”. Así abre el texto Vincent.
Jorge
Luis Borges era tímido y tartamudeaba al hablar, pero no era ningún
cordero manso; gozaba con escandalizar, era rebelde y original. La
lucidez entrelazada con la malicia y la picardía engendraron a este
extraño genio.
“Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me
drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La
divina comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de
Benavente”. Benaventa fue nada menos que Nobel de literatura. Como esta
hubo cientos de frases lapidarias. Podía decir casi lo que quisiera y
gente le creía.
¿Borges en Twitter?
En
las redes sociales, donde prevalece la intolerancia, la vulgaridad y la
calumnia llegarían como bocanadas de oxígeno las frases de Borges, se
infiere del texto de Vincent. No solo por lo hermosas y lo bien pensadas
que eran sus palabras, sino por lo agudas y ácidas, y porque –es
innegable– la mordacidad es inherente a la comunicación virtual.
“Aunque
era refractario a toda la tecnología moderna, hoy Borges habría
triunfado más aún en el mundo perverso de Twitter con una maldad de 140
caracteres en los que cupiera el elogio desmedido a escritores menores
solo para molestar a los consagrados que podían hacerle sombra; el
desprecio al propio idioma castellano, cuyo genio dominaba con una
perfección absoluta, hasta el punto de preferir el Quijote leído en
inglés; el sarcasmo de zaherir a García Lorca tachándole de poeta
andaluz, el de los guardias civiles y gitanos. Y así sucesivamente hasta
no dejar títere con cabeza”, escribe Manuel Vincent, quien tiene una de
las columnas más leídas en el diario más respetado de habla hispana.
Borges
no dejaba cabos sueltos. El lector cuidadoso podría evaluar que una a
una sus palabras estaban allí puestas en sus ensayos, cuentos y poemas,
con manos de cirujano, por una sola razón. Se convirtió en “el poeta de
versos de una exactitud matemática mientras veía que ante sus ojos todo
el universo adquiría el color ámbar de la ceguera”.
La tesis de
Vincent es que al llegar a la ancianidad y a la ceguera, Borges se tornó
en un tipo oral. Ya no leía (“Yo, a diferencia de otros escritores, no
me jacto de lo que escribo, sino de lo que leo”, es una de las frases
célebres del escritor), entonces optó por ser un orador genial y
peligroso.
Los excesos de las dictaduras no lo atemorizaron.
“Una dictadura no me parece censurable. A simple vista, parece que
cortar la libertad está mal, pero la libertad se presta para tantos
abusos. Hay libertades que constituyen una forma de impertinencia.
Siempre pensé que la democracia era un caos provisto de urnas
electorales, ese curioso abuso de la estadística”. Sus opiniones no solo
eran audaces, también rayaban en la indolencia. “¿Qué hacemos con este
hombre, lo admiramos o lo odiamos?, se preguntaban sus rendidos
lectores. ¿Es un genio o un impostor?”, recuerda Vincent.
No era
político sino escritor, no estaba vacilando entre la verdad y la
mentira, sino entre la belleza y la fealdad. “Quizá haya enemigos de mis
opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo
de mis opiniones”. Y para no contradecirse, en otra ocasión lo
sustentaba: “la duda es uno de los nombres de la inteligencia”.
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