B.S. Johnson sería un peligro para la industria editorial de
nuestro tiempo. Sus opiniones eran certeras, su estilo un riesgo
inasumible para la desesperada comercialidad actual. Con mucha razón
consideraba muerta la novela de corte dickensiano y creía en una
literatura donde Joyce, Beckett y Sterne marcaran el paso del futuro. Se
suicidó a los 40 años, harto de no ser reconocido y de frustrarse por
el continuo desdén de un 'mainstream' inmutable, destinado a perderse
entre naderías cuando un ínfimo sector narrativo vislumbraba una nueva era imbuida
de innovación y ruptura en consonancia con la transformación de la
sociedad británica durante la década de los 60 y los primeros 70, atisbo
de otra condición menos luminosa.
'Los desafortunados' apareció en febrero de 1969 y, si
fuéramos clásicos en nuestras apreciaciones, deberíamos juzgarlo como un
precursor de la literatura del duelo, pero con Johnson es imposible
acotar tanto el terreno. La idea de esta novela heterodoxa y con la
verdad por bandera nació de un viaje a Nottingham, donde acudió el autor
para cubrir un anodino partido de fútbol que le permitió recordar con
nítida bruma muchos de los recuerdos vividos en la ciudad junto a su
amigo Tony, muerto de cáncer pocos años antes. Mientras el juego
avanzaba se amontaba la memoria, deshilachada como el volumen editado
por Rayo Verde, y ello no obedece a ningún capricho, sólo a lo aleatorio
de la mente, azarosa en el batiburrillo de pensamientos generados por
el espacio y las efemérides recobradas, esparcidas en el cerebro sin una
estructura concreta, sólidas en el texto, líquidas en el vaivén neuronal.
Mediante este recurso desafió la lógica de la sucesión
numérica sin imitar las hojas sueltas de 'Composición nº1' de Marc
Saporta. La única condición para leer como se debe 'Los desafortunados'
es respetar el inicio y la conclusión, los 25 pliegues restantes pueden
mezclarse como si fueran cartas de una baraja vital donde las piezas
terminan por encajar porque forman parte de un todo coherente. La única
fisura, motivo de extrañeza para quien se aferre a la normalidad, es su
forma, perfecta para dar a la literatura mimbres conceptuales desde lo
objetual.
Decía Johnson, uno de esos escritores dogmáticos consigo mismos y
polifacéticos por afán de superar los límites del lenguaje, que contar
historias es contar mentiras. Por eso no debe extrañarnos el punto de
vista clave para entender 'Los desafortunados'. Tony era experto en
Boswell, el biográfo del gran Samuel Johnson. Con
su operación narrativa el Johnson del siglo XXI, perdonen el enredo, se
convierte en el Boswell de su amigo a través de una suma de anécdotas
donde su persona nunca desaparece. Ello conduce el texto hacia una
pluralidad de enfoques que asumen la prosa como un juego capaz de
englobar tanto el artículo deportivo sin la corrección requerida para un
periódico hasta conversaciones íntimas entre los dos amigos, cordiales
aunque enfrentados por su visión literaria; Tony aferrado a la crítica académica, Bryan Stanley entregado a la demonización de la misma
por considerarla retórica, pedante, vacua y poco proclive a entender su
función de mejorar lo reseñado con juicios cabales y elementos válidos
para entablar un diálogo que rebase el habitual anquilosamiento del
género.
En ese momento captamos cómo el autor tomaba todas y cada
una de sus obras como una declaración de intenciones artísticas aliñada
con un estilo bien reconocible. En el caso que nos concierne las frases
largas son puro flujo de conciencia en los pliegues más largos, mientras en otros más cortos hallamos la concisión de ideas formuladas
en nuestro cerebro como si fueran suspiros cazados al vuelo, pequeñas
perlas fundamentales para aprehender bien los ensamblajes de un
rompecabezas con aires de réquiem.
La muerte evocada no busca caer en cursilerías estereotipadas ni
lamentos de mercadillo. Si se aborda la agonía de un joven talentoso
desaparecido demasiado prematuramente es para loar el estado anterior de
amistad y esperanzas en un período de formación donde es normal crecer
rodeado de compañeros por mucho que disintamos en la esencia. Los veranos amorosos, las discusiones intelectuales de provincia
y las escenas compartidas se describen desde la plenitud de una energía
que va disolviéndose poco a poco cuando acecha la enfermedad e irrumpe
una descarnada disolución reflejada en el rostro de la víctima, fin de
una era, prueba fehaciente de la desnudez del mal con su habilidad para
enterrar las máscaras, palabra nada adecuada para Johnson, quien durante la narración del dolor nunca deja de hacernos partícipes de sus sempiternas obsesiones.
Ante la noticia del grave estado de su colega lanzará un grito egoísta
porque la convalecencia le impedirá asistir a la presentación de su
ópera prima, donde había colaborado en calidad de asesor y consejero
especial. Lo dice a las claras, sin tapujos y con la voz sincera de un
hombre normal que se preocupa por los demás sin olvidarse nunca a sí
mismo.
Tras su muerte B.S Johnson cayó en un olvido del que le han
rescatado otros escritores como Jonathan Coe, autor del prólogo que
acompaña esta caja de truenos, segunda recuperación en España del chico
de Hammersmith tras 'La contabilidad privada de Christie Malry',
publicada por la tristemente desaparecida Libros del Silencio de Gonzalo
Canedo. Esperemos que 'Los desafortunados' no sea un 'miraje' en
nuestro mapa de rescates y suponga un acicate para transgredir esas
barreras clásicas que atiborran nuestras librerías de novedades con
demasiado olor añejo.
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