Todo
ejercicio de escritura es un salto al vacío. Algunos prefieren la
seguridad de tener el diagrama terminado antes de sentarse a escribir la
primera página: pasaba con Héctor Tizón, por ejemplo, que armaba todo
el croquis de la novela que pensaba escribir y después se disponía a
poner las primeras palabras. Pero, en última instancia, por más planeado
que esté todo, siempre hay un componente de incertidumbre que, en la
mayor parte de los casos, abisma y hace temblar al escritor (o proyecto
de escritor) que se inmoviliza frente a la página en blanco. Andrés
Calamaro no parece, a primera vista, un artista (para hacer justicia
también a su lírica, a su poesía) poco prolífico. Todos recuerdan las
anécdotas de escritura de los temas reunidos en tres discos
imprescindibles de su producción, Alta Suciedad (1997), Honestidad
Brutal (1999) y el infatigable El Salmón (2000), tres discos que
muestran no sólo una tremenda curiosidad musical por ir tanteando
diversos géneros –tango, flamenco, reggae, rock–, sino que también lo
presentan como un poeta popular que plasma rabiosamente sus pareceres,
sus impresiones, sus versos en canciones que todo el mundo conoce o que
completan el circuito de un género de todos y para todos como es el rock
y sus aristas: canciones que guardamos para los días de la vida,
canciones con las que hemos amado, llorado, vencido y caído.
Y aquellos cuatro momentos, cuatro niveles, digamos, y el desparpajo
por decir las cosas y, al mismo tiempo, filtrarlas por el tamiz del
estilo (que, recordemos, no es un atributo sino una hermosa
imposibilidad: tal o cual no pueden escribir de otra manera) están
presentes en Paracaídas & vueltas: diarios íntimos, un libro que
reúne textos escritos en los últimos quince años que, al comienzo,
pueden enganchar al lector por el lado del breve anecdotario, pero esto
de lo “íntimo” va resignificándose tras pasar cada página para alejarse
de la historia biográfica y convertirse en un verdadero mapa
sentimental, en un auténtico, aguerrido, notable trabajo de escritura.
PAPERBACK WRITER
No por nada la primera imagen que evoca Calamaro en el prólogo es la
del “cántaro roto” o “la fuente seca”, dos figuras que aparecen en
varios de sus temas (“Media Verónica” y “Los Divinos”, este último del
disco de 2011 On The Rocks): la idea que tiene todo el texto es mover
todo un imaginario lírico plasmado en canciones hacia un espacio
literario, mucho más volcado a la paciencia de la lectura y al ritmo del
texto, cambiando de fuente. La idea aquí no es confiar plenamente en el
problema de la inspiración que, como la historia lo ha demostrado, es
apenas un pretexto para no hacer las cosas, para no meterse en el arte.
Calamaro ha trabajado con pasión y método sus canciones y eso mismo
notamos en estos escritos, apuntes marginales que, como bien indica el
mentado prólogo “Palacios de arena”, está compuesto por fragmentos
reordenados según pareceres compartidos con Rodolfo Palacios,
periodista, mucho más conocido en su rol de redactor de las noticias
policiales y responsable de la edición de este libro y de Senderos
extraviados de otro protagonista de la literatura y el rock, Enrique
Symns (con quien Calamaro comparte un intercambio de mails, bah, de
cartas y que publica también en el libro).
Apuntes, entonces. Ahí reside la clave de todo el libro: un apunte
es una impresión capturada en la letra y bajada al papel, como si el
responsable fuera una lámina sensible que captura todo lo que tiene a su
alrededor. Así, tenemos increíbles descripciones del Retiro de la niñez
del autor, pasando por recuerdos tomados de sus seres queridos y
allegados (como su padre hablando de Gardel) o un muy particular
racconto que trae a cuenta situaciones vividas, camufladas en un código
que al principio resulta imposible de entender pero que, a la larga y
con el paso del tiempo, va cobrando sentido, como nombres de una fauna
particular (en un ejercicio cuasi-dylanesco: Miguel Abuelo es “Mike”, el
“citizen García” es Charly, etc.), nombres de su memoria que no caen en
la nostalgia. O sea, más que evocación, cuando el libro se concentra en
los nombres de los que acompañaron al autor, la lógica es la de un
diálogo abierto con los que no están. “No soy un adicto a la nostalgia
ni presento un libro de anécdotas de un pasado que, como todos los
pasados, ya no transcurre”, agrega Calamaro en entrevista “postal”, vía
mail. “Siempre fui la misma persona y espero tener una vida longeva
siendo el mismo. La imagen de diálogo abierto que nunca se cierra es
muy... agradecida. Doy las gracias. Mi pasado, si es que molesta, es
apenas un elemento decorativo en este libro, que no es una biografía
formalmente y responde a la intimidad del diario libre. Honrar la
presencia es lo mejor que pude haber hecho porque estaría siendo un
ejercicio de respeto y de memoria, sin necesidad de generar nostalgia ni
tristeza. Quizás una emoción de otra clase. Sinceramente, dejé de lado
cierto tipo de anecdotario más ‘comercial’ para enfocarme en hacer el
mejor libro posible, por así decirlo. Mi experiencia personal me ayuda
porque no puedo confiar completamente en mi fantasía o en mi poder
literario. Lógico.”
HAY QUE SER TORERO
Otro rasgo insistente en Paracaídas & vueltas es el tono de
crónica que sigue a varios fragmentos. En principio, hay una gran
cantidad de reseñas de corridas de toros, la mayoría reunidas en “Cargar
la suerte (aguafuertes taurinas)”, viñetas acompañadas no por el
objetivismo periodístico, sino por la implicación de quien ve y disfruta
del evento, estrictamente, como parte de una conexión con la cultura
popular del lugar que visite, sea ya México, España o inclusive Ecuador y
Perú. Bien podría decirse, en la tradición del Hemingway de Muerte en
la tarde o del “aguafuertismo” de Roberto Arlt, aunque cargado de otro
estilo. En esa misma tónica aparecen los comentarios de recitales de la
sección “La vuelta al día en ochenta mundos (On the Road)”, y es que
tanto el torero como el músico deben enfrentarse cara a cara contra el
imprevisto toro que lo desafíe en la plaza o el público de corazón
abierto que resiste cualquier injerencia climática, cualquier escenario,
para ver al torero-cantante.
“Lamentablemente, nunca escribo con lecturas en mi horizonte”,
puntualiza Andrés. “Lo siento porque no me vendría mal escribir con
modelos literarios o académicos. Leí a Sam Shepard y conozco alguno de
sus guiones para cine y teatro; y leí las Crónicas de Bob Dylan.
Cualquier comparación es buena, teniendo en cuenta mi status anecdótico
de casi debutante. Pero no pude imprimir mis lecturas en mis propios
textos, lo mismo me ocurre con las grabaciones de música. No tengo tanta
organización ni esa clase de conducta que me permita replicar estilos o
formatos de producción musical. Me gustaría ser más disciplinado y
poder copiar formas de grabar discos o algo en la redacción o en el
poder del texto. Quizá no pase de la anécdota de ser un libro escrito
por un músico con una vida interesante, pero nuestra intención (estoy
incluyendo a mi mentor, Rodolfo Palacios) fue presentar un libro de
literatura. Intenté evitar las fotos y la portada con retrato pero
entendí las razones de la editorial. Lógicamente, sé la distancia entre
lo que yo escribo y lo que escribieron tantos grandes intérpretes de la
literatura. Ni siquiera leí el Ulises de Joyce, ni a Marcel Proust. Y
conozco mis límites y limitaciones. Sé todo lo que mi libro no es. La
literatura es un universo académico y virtuoso. En ese sentido estoy
editando con mucho respeto”.
Paracaídas & vueltas resulta un libro que se lee, primero, con
cierta curiosidad, luego, con un interés cada vez mayor, a medida que se
descubre a alguien que tantea con diversas formas literarias para
encontrar el meollo de lo que quiere contar. “Ficcionarios y
Findelmundismos (Diarios íntimos)”, por ejemplo, funciona como una
sección que combina en igual grado hechos que aparentemente han sucedido
con un esquema de ficción que sorprende: los nombres elegidos, las
fechas y autores inventados (¿heterónimos?), las referencias, la frase
corta y tajante (herencia de su costado lírico) que cierra casi como el
remate de un chiste de risa fría y distante, etc. Calamaro reverencia a
la literatura desde su lugar artístico pero no por eso la deja sin
tocar: la humildad que demuestra en sus declaraciones a la hora de
hablar de él como escritor es el contrapeso exacto a un libro que parece
una biografía de rockero (imagen fetichizada que penetra más de un
imaginario) pero que termina siendo una apuesta literaria con algunas
victorias a cuestas. “En ese contexto mi inspiración son todos los
peines que se me cayeron”, cierra Calamaro en una carta enviada desde
España, durante los primeros minutos de su despertar, mail que bien
podría ser el epílogo del libro que acaba de editar. “Por lo visto
fueron muchos... Metafóricamente hablando. No tengo una clase de
inteligencia que me permita recordar nombre de libros y de personajes,
autores. Mucho menos el estilo de un escritor y sus traductores. Me
faltan muchos libros para poder decir que hay algo de homenaje a mis
lecturas. Ni siquiera mis discos reflejan la música que escucho.
Lógicamente, lo lamento en ambos casos. Sigo despertando. Juntando los
peines caídos mientras tenga pelo”.
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