Pero al margen de polémicas, índices de audiencias, valoraciones éticas, sanciones u otras connotaciones, la verdad es que la serie es una vergüenza para este país que sigue sufriendo un mal endémico. El respeto a las víctimas no existe. No justifica su millonaria recaudación cada noche. Y nos cuestiona si realmente la televisión influye positivamente en la gente
Elkin Díaz, Julian Román y Gregorio Pernía, actores./RCN/elespectador.com/magazindominical |
Noam Chomsky escribió hace algunos años que
Colombia es un país enfermo de violencia, el tiempo pasa y cada día esa
sentencia es más evidente. Para un recién llegado, este país puede
generar falsas expectativas o incluso se puede pensar que es injusto su
tratamiento de país violento del mundo. Sin embargo, hay que ver la
televisión o escuchar la Radio, para entender que una nación es el
reflejo de sus medios. Esos por donde se cuenta su vida, su realidad y
hasta sus sueños.
En los últimos años, Colombia se ha
convertido en exportador de telenovelas y series, tanto que se considera
una industria poderosa y muy cerrada. Basta con echar una mirada a su
prontuario de grandes producciones, entender su arraigo en la sociedad y
su capacidad de hacer dinero. Betty la fea, Pasión de Gavilanes, Café
con Aroma de mujer, Pedro el escamoso, El Fiscal, Sin tetas no hay
Paraíso, El patrón del mal, La promesa y ahora Los tres Caínes, entre
muchas otras. http://www.youtube.com/watch?v=vHZsx8nX2l8
Precisamente, estas cuatro últimas abordan el género de narcotelenovela,
acuñado por esa relación entre narcotráfico, secuestro, violencia,
prostitución, delincuencia, asesinato y ahora paramilitarismo, así como
toda clase de delitos. Según un experto en televisión “no sólo la
violencia ha entrado en el inconsciente colectivo a través de las
telenovelas o series sino que la gente toma como suyo los modales, la
jerga o las acciones de ciertos personajes. A veces el guionista no se
toma tiempo para reflexionar. Los personajes influyen en la gente, sobre
todo en las personas sin elementos formativos. Se refuerzan otras
características de los humanos, como el chisme, la cizaña, la traición y
eso repercute en el inconsciente colectivo. La violencia tiene raíces
muy profundas como en la corrupción”.
Hace una semana empezó a emitirse la serie Los tres caínes, la
historia de los hermanos Castaño, los fundadores del movimiento
paramilitar con complacencia del ejército colombiano. Conformada por 12
hermanos, de los cuales quedan 4 vivos. A raíz del secuestro de su padre
iniciaron una venganza. Según la Unidad de Justicia y Paz, los ex
integrantes de grupos paramilitares han reconocido hasta el momento ante
la Fiscalía General de Colombia, que asesinaron a 21 mil personas en
los últimos 22 años. De los cuales se han comprobado 5.808 asesinatos a
manos de las autodefensas. La Fiscalía informó que los desmovilizados
del paramilitarismo anunciaron que van a confesar la desaparición
forzada de 1.776 personas, el reclutamiento de 1.020 menores de edad,
así como el haber cometido 648 secuestros y 1.493 extorsiones. Las
investigaciones continúan
Todo este impresionante historial delictivo
demuestra el demoledor accionar de estos grupos que nacieron de una
venganza familiar y que hoy es uno de los programas más vistos en
Colombia. El día de su estreno, la nueva producción ocupó el primer
lugar en sintonía registrando 14.5 de rating personas y 39.7% de share.
Muy por encima de ‘La promesa’, su enfrentado, que ocupó el sexto lugar
en sintonía y que aborda otro tema coyuntural en Colombia: la
prostitución y la trata de personas.
La polémica no se ha hecho esperar y ya se
han presentado más de 200 quejas de televidentes por escenas violentas y
sexuales en los contenidos, y se ha abierto una investigación. Pero
como dicen aquí esas investigaciones no llevarán a ninguna parte e
incluso es irrisorio el número de quejas comparado con el alto índice de
audiencia. La guerra de los dos principales grupos económicos, dueños
del monopolio televisivo toca límites éticos que denotan que “todo
vale”. La Universidad de Antioquia también ha protestado por el
tratamiento que se da del claustro.
Pero al margen de polémicas, índices de
audiencias, valoraciones éticas, sanciones u otras connotaciones, la
verdad es que la serie es una vergüenza para este país que sigue
sufriendo un mal endémico. El respeto a las víctimas no existe. No
justifica su millonaria recaudación cada noche. Y nos cuestiona si
realmente la televisión influye positivamente en la gente.
Nos quieren hacer creer que para no olvidar
nuestro pasado debemos regodearnos en imágenes atroces y sin el menor
sentido de responsabilidad. Se nos ha olvidado de verdad aquello de que
la educación empieza en casa. Y la tele está en las habitaciones de los
colombianos. El guionista Gustavo Bolívar, el mismo que escribió Sin
tetas no hay paraíso, dice que el objetivo de la serie “es que la gente
sepa que tanto los guerrilleros como los paramilitares tienen razón de
ser y justificación, no nacieron espontáneamente”. No es suficiente que
nos muestren una realidad, marcada por el espectáculo en que se hace
apología de la violencia y se quiere endiosar a unos maleantes o
mostrarlos como seres nobles y con valores. Lo paradójico es que la
audiencia crece y se debate en el dilema entre la crítica y la sintonía.
Existe cierto masoquismo a la hora de ver. El morbo y la curiosidad
hacen del televidente una fácil presa de estas temáticas.
Está demostrado científicamente que la televisión genera comportamientos agresivos en adolescentes y niños, http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/violenciatv01.pdf,
pero parece que aquí no se busca cambiar el rumbo hacia una televisión
educativa, informativa, responsable, que predique otro tipo de valores
distintos a los de nuestro pasado violento. Santo Tomás nos menciona la
sociabilidad del hombre además de su naturaleza de político. Y esta vida
en sociedad es la que determina nuestra moral, la cual no la enseñan
los mayores, pero que a la vez tenemos la capacidad de cuestionar. No
hay peor ciego que el que no quiere ver y si Colombia desea la paz
debería empezar por su televisión, para no ser un país de caínes.
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