En La danza de la gaviota, el comisario Montalbano, personaje de varias novelas del italiano Andrea Camilleri, arriesga su vida para salvar a su ayudante
Andrea Camilleri, autor de La danza de la gaviota, con el comisario Montalbano./adncultura.com |
La danza de la gaviota, publicado en Italia en 2009 y
ahora traducido al español, constituye un nuevo caso para Montalbano, el
comisario de policía creado en 1981 por Andrea Camilleri (Porto
Empedocle, Sicilia, 1925) y que ya cuenta con una extensa historia.
En Vigata, la ciudad siciliana detrás de cuyo nombre
ficticio se esconde la auténtica Porto Empedocle, a pocos kilómetros de
Agrigento, una serie de episodios aparentemente inconexos (un tráfico
sospechoso en el puerto, la desaparición de un bailarín y el atentado
contra Fazio, el oficial ayudante de Montalbano) termina por revelar una
red intrincada de crímenes y de pasiones. Sólo en el último capítulo se
resuelve la trama. Inútil resumirla aún. Más interesante es entender la
lógica de las obras de Camilleri en su conjunto.
Montalbano es el protagonista de una saga policial, que
obedece a una precisa visión no sólo del crimen sino también del mundo
por parte de Andrea Camilleri. Lo primero que uno nota leyendo sus
libros es ese gusto por la indagación policial a la antigua, en la que
un comisario-detective desanuda los hilos de la trama, urdida según una
relación causa-efecto. La resolución final del crimen actúa en los
lectores como una especie de "efecto placebo", en la medida en que,
gracias a la incorruptibilidad del comisario, se repone finalmente un
orden. Así, el itinerario del policial estadounidense de los últimos
años, en que la perversión anida en cada esquina o en que la inmoralidad
atañe a la policía misma, o en que no existe justicia alguna, no parece
haber hecho mella en el mundo de Camilleri.
Montalbano no sólo es un hombre adulto de buenos
sentimientos, sino que además antepone a su propia vida emotiva el deber
policial. En este volumen, por ejemplo, el atentado contra su
subalterno, el joven y eficientísimo Fazio, lo conmueve, y no es casual
que arriesgue su propia vida para salvarlo. Lo masculino y lo femenino
conviven astutamente en el personaje.
El gusto por la manera clásica del policial de enigma,
desde Poirot hasta Maigret, se refleja también en la construcción del
relato: todos los libros de Camilleri contienen dieciocho capítulos, una
única trama sin digresiones, personajes delineados psicológicamente
antes que físicamente, un itinerario que va de la ruptura del orden a su
restablecimiento. En una entrevista concedida hace unos años, Camilleri
confesó que extrajo del cine la idea de la división por secuencias, y
del teatro, el gusto por el diálogo vivaz, auténtico. Otro elemento que
muchos lectores hallan confortante es la ausencia de tecnología. En la
comisaría de Vigata el instrumento de comunicación es el teléfono, se
consultan todavía a mano las guías teléfonicas y las fojas penales
amarillentas con fotografía. La estrategia de la indagación consiste en
el coloquio que el comisario mantiene con los indagados o con los
testigos, que, muchas veces, en función de la manipulación psicológica
del entrevistador, terminan mayeúticamente por confesar. Ni siquiera la
mafia real, con todas sus ramificaciones internacionales, interviene en
la lógica de sus libros. En Vigata, micromundo siciliano, la comisaría
es parte de una gran familia, en la que tarde o temprano todos son
parientes. Es esta vocación provinciana de Camilleri -¿no fue acaso el
punto fuerte de Simenon?- la que se impone y la que asegura el éxito
planetario de su ciclo.
Una característica singular distingue, sin embargo, su
obra de otros modelos europeos: la búsqueda obsesiva de una propia voz.
Como se sabe, Camilleri ha escrito sus libros en un mezcla de italiano
con dialecto agrigentino. El pastiche, que no obstaculizó la circulación
de sus libros, tendría una doble explicación. Por un lado, una adhesión
a la realidad italiana, que funde italiano y dialecto. Por el otro, la
expresión de una dimensión íntima del sujeto. Aunque el italiano es la
lengua institucionalizada, el dialecto derriba esa frontera para afirmar
cierta pertenencia e identidad. Ahora bien, el dialecto siciliano de
Camilleri tiene además un componente cómico, que francamente se pierde
en la traducción, porque, cualesquiera hayan sido las soluciones
adoptadas hasta ahora, han dado por resultado una achatamiento del
"fenómeno expresivo de la cultura italiana", como Pasolini llamó a ese
residuo lingüístico esencial de una historia milenaria. El efecto cómico
no lo produce el dialecto en sí, sino esa parte interior del sujeto,
sin mediaciones ni veladuras, que el dialecto proyecta. Y no es casual
que la voz externa del narrador asuma para sí la lengua contaminada,
renunciando al modelo lingüístico manzoniano, esto es, el purismo
toscanizante, como modo de poner en claro que toda identidad, como la
siciliana, es el fruto de una larga conmixstión. Quizá por eso, también,
en La danza de la gaviota , la narración gira en torno al amor por un transexual.
La danza de la gaviota
Andrea Camilleri
Salamandra
Trad.: Teresa Clavel-Lledó
224 páginas
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