La escritora estrena novela, Las joyas del paraíso, y anuncia otra para mayo, El huevo de oro
La escritora Donna Leon, fotografiada en Barcelona en 2005. /Jesus Uriarte./elpais.com |
La gran pasión de Donna Leon
(Nueva Jersey, 1942) es la música barroca. "Apadrina”, como ella dice,
la orquesta El Pomo d’Oro, y ha viajado a Barcelona, luego lo hará a
Madrid, solo para asistir a un recital de la mezzosoprano
estadounidense Joyce DiDonato. “También estuve en Alemania para
escucharla. Soy una auténtica fan suya. Es excelente y una gran
profesional. Hace tres años, en el Convent Garden de Londres, en la
inauguración de El barbero de Sevilla, de Rossini, se cayó en
el escenario en el primer acto y siguió hasta el final con muletas.
Acabada la representación, fue a urgencias y le dijeron que se había
roto un pie. Hizo el resto de representaciones en silla de ruedas”.
Fue otra mezzosoprano, Cecilia Bartoli (Roma, 1966), la que la convenció de que escribiera su última novela, Las joyas del paraíso
(Seix Barral y Edicions 62 en catalán). “Cuando me lo dijo pensé que
quería que le escribiera un texto musicológico para su álbum Mission,
con música de Agostino Steffani, pero no, quería algo de ficción.
Bueno, un relato, me dije. No, tampoco. ¡Quería que escribiera una
novela! Pero si yo no puedo escribir novelas históricas, 'no sé', le
respondí. Me envió biografía, cartas… Y me inventé a Caterina
Pellegrini, una especialista en música barroca y traje al presente la
historia de hace 300 años de Steffani”.
¿Volverá Caterina Allegrini? “Sí se me ocurre un buen tema, sí.
Siempre ha sido así. De una conversación con un director de orquesta
sobre la muerte de otro director surgió mi primera novela, Muerte en La Fenice.
Qué cosa ¿verdad? De ahí viene mi éxito con el comisario Guido
Brunetti, de esa charla, de las preguntas que nos hicimos. Se me ocurrió
que sería un buen tema para una historia policiaca. Antes jamás había
pensado en escribir novela. Me cambió la vida”.
Se divirtió mucho escribiendo Las joyas del paraíso, porque
unió sus tres pasiones: la música barroca, Venecia, donde reside desde
1981, y el suspense y, además, contó con la complicidad de Cecilia
Bartoli, pero el futuro de Pellegrini no está claro. ¿Quién gusta más a
sus lectores, la musicóloga o el comisario? “Mis lectores prefieren a
Brunetti. Le conocen desde hace años y a su mujer, Paola, a sus hijos,
Raffi y Chiara, a sus suegros, a Vianello, al vicequestore Patta, a la signorina Elettra”.
“Me siento llena de energía y con muchas ganas de hacer cosas nuevas.
He escrito un Brunetti al año, desde hace… más de 20 y algunos años,
otros libros, como los ensayos Sin Brunetti, quizá debo aflojar un poco”.
Para tranquilidad de los seguidores del policía veneciano, en mayo próximo aparecerá un nuevo título de la serie, El huevo de oro. Y, como siempre, la historia parte de una imagen, de una conversación. “En La otra cara de la verdad,
la idea surgió de una mujer que vi durante 30 segundos. Alta, delgada,
rubia, elegante, bellísima, pero cuando me fijé en su cara vi que se
había hecho la cirugía estética. ¿Cuántos años podía tener? ¿30, 40, 50,
60, 70? No lo supe adivinar”.
“Con El huevo de oro, la idea me vino de una persona que ni
siquiera aparece en la novela, al que todos tenían por muy respetable,
pero me enteré de que no era en absoluto como parecía”. Hay otro tema en
esta novela, que le entusiasma: la importancia del lenguaje. “La
capacidad de hablar, tienes la imagen en la cabeza y la explicas. Por el
lenguaje transmitimos ideas, conceptos, es algo mágico”.
Donna Leon ya no se desespera como antes con la política italiana. “No entiendo nada. No veo futuro. Y, además, tenemos lo del Papa,
que es más importante porque afecta a un mayor número de personas en
todo el mundo. De algo sí estoy segura, no será un Papa liberal, no será
un Papa africano, no será italiano. En cualquier caso no cambiará nada.
Solo les interesa el poder, por eso elegirán un Papa al que le guste el
poder”.
La escritora se siente más estadounidense que italiana, pese a que
Venecia sea la única ciudad donde le apetece vivir. “Los italianos son
más flexibles, pueden perdonarlo todo. A los anglosajones nos cuesta,
somos más estrictos. Mis dos abuelas eran irlandesas; mi abuelo materno,
alemán y mi abuelo paterno, español. Tengo, un cuarto de sangre latina
en las venas y creo que la mentalidad latina es mejor. Saben perdonar y
mi primer impulso no es ese. Si lo pienso detenidamente lo acepto, pero
no a la primera. Saber perdonar es bueno, al menos las cosas pequeñas”.
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