Después de una década de auge, las minificciones multiplican sus autores. El futuro del género se bifurca entre los aciertos literarios y la popularización en Internet. Varios escritores hispanohablantes desmitifican su relación con la celeridad de la vida moderna
Minicuento, minificción, minihistorias, cuentines, cuentos cuánticos,
nanocuentos, cuentos bonsái, haikus, greguerías, aforismos, tuits,… hasta chistes. Ha pasado un lustro del boom de un género literario,
que empezó con categoría de hijo del cuento y primo de la poesía,
aunque ya lo practicaran Juan Ramón Jiménez, Kafka y Hemingway. Cuando
parecía que el microrrelato conseguía su hueco en la narrativa, irrumpió
Internet, los blogs y Twitter. Las consecuencias de la democratización
pueden ser dispares: la eclosión de relampagueos supuestamente creativos
volvió a diluir estos chispazos de ingenio en el maremágnum de la Red y
las nuevas formas de consumo cultural.
Mar de pirañas (Menos cuarto) reúne bajo mando de Fernando Valls
nuevos y viejos nombres del microrrelato en español. Sin pretensiones
de teorizar sobre el estado de la cuestión, los textos van tramando la
cartografía de un género conciso en el lenguaje, radicalizado en el uso
de la elipsis, constreñido en el espacio físico, envuelto por una
muralla de aire por donde discurre la evocación y lo inesperado. Una
compilación que demuestra que la brevedad no tiene por qué estar unida a
la celeridad de estos tiempos. “El tope de edad está en 1960”, describe
Valls su selección de escritores. “He querido excluir a los más
consagrados como Luis Mateo Díez y mezclar a autores que no lo cultivan
habitualmente como Almudena Grandes o Eloy Tizón, que solo han escrito
uno o dos”.
Inspirada en una pieza de Ana María Shua, escritora argentina, madre hispana del microrrelato con permiso del dinosaurio de Augusto Monterroso,
las piezas se organizan en un ejercicio casi de arte marcial: pulir,
pulir y pulir. “El género condiciona el tipo de historia, no se
desarrolla la psicología de los personajes, ni siquiera tienen nombres
la mayoría de las veces”, apunta el compilador. “Hay mucho simbolismo,
la metáfora se multiplica al no poder explicar las cosas, hay que afinar
y la manera más potente es decir una cosa y que el lector entienda
otra”, apostilla el escritor Rubén Abella, uno de los participantes en Mar de pirañas.
Abella se define como corredor de dos distancias. Cultiva la novela
–“el maratón”- y el microrrelato –“velocidad”- de manera intermitente,
como ejemplo Los ojos de los peces. El escritor valora la
paulatina popularización de este tipo de literatura, entre paréntesis:
“Hay una idea muy extendida, para mí errónea: escribir microrrelato es
fácil; y no es así, puede ser más complicado que un poema”. La segunda
generalización que planea sobre el género desde que se produjo el cambio
de siglo es su ligazón con la vida moderna, según la leyenda urbana,
acelerada. “Sin embargo, lo que se sigue leyendo son novelones de 500
páginas por mucha teoría de la prisa y la lectura en pantalla”,
argumenta Manuel Moyano, otro de los autores del libro, firmante de El oro de los peces.
“En el metro no veo a nadie leyendo microrrelatos, sino esas obras con
tramas que funcionan como este transporte, esas de las que te puedes
subir y bajar cuando quieras”, prosigue Abella.
El ejemplo del viajero urbanita sirve para describir al lector de
estas piezas. “Debe tener un hábito de lectura, saber leer entrelineas,
además de referentes porque este género se presta mucho a la
metaliteratura”, plantea Abella. “Debe leerse igual que un libro de
poemas, puede producir empacho hacerlo de un tirón”, asegura Valls, “hay
que rumiarlo un poco y exige la relectura”. Prueben con esta frase de
Hemingway, o atribuida a él: "Se venden zapatos de bebé que nunca han
sido usados".
El microrrelato del escritor estadounidense, aunque cuando lo ideara
no se considerara como tal, encierra en dos frases el regreso de una
tendencia: el realismo. “Predomina lo fantástico”, asegura Valls, “pero
cada vez más aparecen textos más funcionales”. El pequeño mercado en el
que se mueven los microrrelatos, la falta de galardones o concursos
sobre el género y lo poco que se orientan hacia el bestseller,
concluye en un laboratorio de experimentación de la materia narrativa.
Moyano alerta sobre un peligro a la hora de clasificar: “Parece tan
fácil que cualquier se atreve, nos arriesgamos a que haya de todo, más
al tratarse de un género fronterizo con el chiste”. El humor, como
insiste en su obra y entrevistas Shua, es esencial siempre que no termine en chascarrillo.
El futuro se escribe como estos artefactos complicados. Con idas y
venidas. Atracones y descansos para evitar variaciones de lo mismo. “El
género también cuenta con el progresivo apoyo del mundo académico”,
opina Abella y pone como ejemplo la obra de Irene Andrés Suárez,
publicada el año pasado en Cátedra. “Esta incursión en las universidades
le da una base de seriedad al género”. Valls se muestra más pragmático,
y sin denostar el papel de la Academia recurre al proceso creativo: “Un
autor que escribe microrrelatos lo hace porque solo puedo contar lo que
quiere de esta manera”.
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