Los traductores chinos buscan atrapar el significado, ya sea inventando no palabras nuevas sino directamente ideogramas nuevos o respondiendo a los juegos de palabras del original con juegos de palabras en chino. A continuación, dos anécdotas que indican que la traducción, además de un oficio, puede ser una enfermedad capaz de conducir al delirio
ANOTACIONES. Entre un libro comentado y uno traducido, se completa el significado. |
PORTADA. De la flamante traducción china del Finnegans Wake, de James Joyce. |
LA TRADUCTORA. Dai Congrong le dedicó ocho años a la traducción de la primera parte del Finnegans Wake./Revista Ñ |
Dos de las películas en cartelera actualmente en China son películas sobre viajes. Una de ellas, Perdidos en Tailandia,
que ya se convirtió en la película más taquillera de la historia del
cine chino, es una comedia de enredos centrada en la competencia entre
dos compañeros de trabajo, cada uno con proyectos y éticas contrapuestas
pero embarcados en una misma carrera por ganarle de mano al rival. La
otra es una mezcla de comedia y cuento de hadas, basada libremente en Viaje hacia el oeste,
una de las cuatro grandes novelas clásicas chinas, escrita en el siglo
XV, que cuenta las peripecias de un monje, un cerdo y un mono en su
peregrinaje por tierras míticas. La novela, a su vez, reformula en forma
fantasiosa el viaje del monje budista Xuan Zang a la India, a comienzos
del siglo VII, en busca del “pensamiento iluminador de tierras
extrañas”.
La historia de Xuan Zang es la historia de un
viaje y también de un proyecto de traducción que tiene un lugar clave
dentro de la historia china. Nacido en Luoyang en 602, en época de la
brevísima dinastía Sui, en el marco de una familia de rigurosa tradición
confuciana, Xuan Zang se inició desde temprano en el estudio del
budismo y ya a los 13 años ingresó en el templo Jingu. En el 618 se
produjo el derrumbe de la dinastía Sui y Xuan Zang, con solo 16 años,
tuvo que abandonar Jingu. Se dirigió primero a Chang’an, la capital de
la flamante dinastía Tang, y de Chang’an a Chengdu, donde terminó de ser
ordenado monje. Viajó por diferentes lugares dentro de China,
consultando los textos budistas y aprendiendo de diferentes maestros. En
el 629, descontento con la calidad de las traducciones que había
encontrado en sus viajes, decidió ir a la India en busca de los textos
originales. Tardó un año en llegar, a través de desierto y montaña, por
las tierras de lo que son hoy Uzbekistán y Afganistán, y luego pasó 13
años visitando sitios de culto y estudiando en la Universidad de
Nalanda. Cuando volvió a China, 16 años después, el emperador Taizong lo
recibió en persona y ordenó la construcción de la Pagoda del Ganso
Salvaje, para conservar los íconos y escrituras que el monje había
traído de su viaje. Xuan Zang estableció un instituto dedicado a la
traducción y se pasó el resto de su vida traduciendo y formando
traductores.
Xuan Zang no fue el primer traductor del sánscrito al
chino pero el avance que produjo, tanto por la cantidad como por la
calidad, no tenía precedentes. Antes de él, la calidad de los textos
traducidos era tan mala como para motivar a Kumarajiva, un monje indio
del siglo IV, a comentar que la traducción era como “arroz pre
masticado: no sólo pierde su sabor original sino que también da ganas de
vomitar." La contribución de Xuan Zang está, además, en la
sistematización y en la formulación de una serie de principios para la
traducción del sánscrito al chino, el más importante de los cuales era
el wuzhong bufan: literalmente, “los cinco tipos de palabras
que no se traducen”. Esto es, cinco tipos de palabras que elegía “no
traducir”, entre las que se incluían palabras esotéricas, palabras con
más de un significado, palabras sin equivalente en China (por ejemplo
nombres de plantas), términos ya establecidos y de uso común, y palabras
que sonarían menos impresionantes una vez traducidas. Estas palabras,
en lugar de traducirse, debían ser transliteradas fonéticamente. El
principio opuesto al wuzhong bufan era el geyi, que
consistía en la búsqueda de un término equivalente en chino. El problema
con este principio es que, en el camino de salvar las diferencias entre
las dos lenguas, podía terminar por asimilar y absorber toda
diferencia. Es lo que sucedió con una de las primeras versiones de la
Biblia en chino, donde la traducción de “El verbo” por el “El Dao”, una
palabra de origen taoísta, corría el riesgo de tergiversar completamente
el contenido del original.
El arte de perder
Hace poco en una cena alguien de la mesa me mostró en su celular una foto de una página de la flamante traducción china del Finnegans Wake.
Noté que sobre algunas palabras de la traducción aparecía a manera de
sobretítulo la palabra original, lo cual me pareció como una confesión
de que la traducción no alcanzaba a ser legible por sí sola. Dije, con
la suficiencia del apresurado, que la traducción había fracasado, y mi
comentario produjo de inmediato una risa que no entendí hasta que me
explicaron, un instante después, que uno de los comensales, directamente
en diagonal mío, era uno de los editores del libro. Para
tranquilizarme, el editor se apresuró a chocarme amablemente el vaso
mientras decía: “Yo también creo que fracasamos.” No en el plano
comercial, claro. El libro, me comentó el editor, había agotado la
tirada de 10 mil ejemplares, a menos de dos meses de su lanzamiento, y
ya estaban pensando en la reedición.
La traductora, Dai Congrong,
una egresada de la Universidad Fudan de Shanghai especializada en
literatura inglesa e irlandesa, dedicó ocho años a la traducción de esta
primera parte del Finnegans wake. Antes de comenzar
con la traducción en sí misma, pasó dos años buscando las referencias,
alusiones y citas del libro, como una plataforma mínima de trabajo.
Aunque es fácil imaginar la dificultad que implica la traducción de una
obra en la cual casi el 50% de las palabras son palabras inventadas o
neologismos, Dai Congrong al menos contaba con un antecedente importante
dentro del chino: la traducción que Zhao Yuanren hizo de A través del espejo,
de Lewis Carroll. Zhao era un lingüista y musicólogo genial con un
talento innato para los idiomas. Antes de los 18 ya había aprendido
francés, alemán e inglés, además de varios dialectos chinos. Dominaba
los idiomas rápidamente y en forma casi perfecta: unas horas estudiando
un dialecto de la boca de un hablante local, en un tren, le alcanzaban
para que al llegar lo confundieran por un nativo de esa ciudad. Zhao
publicó la traducción de Alicia en el país de las maravillas en 1921 y luego, en 1938, reincidió con una traducción del A través del espejo.
Si había alguien con la capacidad para traducir al chino los juegos de
palabras y el sin sentido de Lewis Carroll, ese era Zhao. Este optó por
aprovechar el potencial de la escritura china, inventando ya no palabras
nuevas sino directamente ideogramas nuevos. Para buscar un equivalente
en castellano, habría que pensar en palabras compuestas de letras
inventadas. El resultado de este experimento fue un texto por momentos
ilegible, pero lleno también de juegos gráficos y lingüísticos que a
Lewis Carroll y Alicia quizás les hubiera divertido.
Dai Congrong
estudió el trabajo de Zhao pero su abordaje frente a la traducción de
las palabras inventadas es diferente al de Zhao, al menos en el sentido
de que no llega a inventar ideogramas nuevos. Por un lado, trata de
responder a los juegos de palabras del original con juegos de palabras
en chino. Por otro lado, consciente de “que un traductor es incapaz de
agotar la cantidad y la riqueza de significados contenido dentro de cada
palabra”, se apoya en las notas y en la superposición, en algunos
casos, de la palabra original y la traducida. Como si esto fuera a poco,
en letra más pequeña, aparecen otras opciones de traducción. Así, donde
el original dice “nor avoice”, traduce como “no se escuchaba ningún
sonido”, y al lado, en letras más chica “Nora Joyce”, a la vez que
explica en la nota correspondiente el doble sentido del original. El
resultado es algo que, como ella misma admite en el prólogo, “no es del
todo ni una traducción ni un libro anotado”, o el libro de alguien que
no ha dominado todavía el arte de perder.
Dai Congrong contó que
un día, cuando ya llevaba varios años trabajando en la traducción, se
quedó absorta mirando los pantalones de su hijo, llenos de palabras en
inglés mal escrito, que le hicieron pensar en los juegos de palabras de
Joyce. También está convencida de Joyce mismo previó que ella
traduciría el Finnegans wake y lo dejó registrado en
clave en el texto. La prueba está, según ella, en una de las páginas
donde aparecen, en forma separada pero no a mucha distancia, las dos
sílabas de su nombre: “Cong” y “Rong”. Estas dos anécdotas indican que
la traducción, además de un oficio, puede ser una enfermedad capaz de
conducir al delirio. Xuan Zang, Zhao Yuanren y Dai Congrong parecen
compartir en ese sentido, más allá de la distancia temporal, los mismos
síntomas.
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