Conservar la memoria
Portada de La Vorágine de José Eustasio Rivera. Edición de Biblioteca Ayacucho./escribircomounloco.blogspot.com |
Así titulado, suena a autoayuda o a la
enfermedad que descubrieron Emil Kraepelin y Alois Alzeheimer. Pero no me
refiero a eso, aunque algo tiene que ver con el alzheimer social y cultural.
Conservar la memoria hace parte del “instinto” de humanos y animales. Significa
mantener vivo, en el futuro, el camino que se recorrió en el pasado. Así, la
memoria ayuda a desarrollar las destrezas necesarias para superar los futuros
obstáculos. También, pueden existir otras razones, menos prácticas, para
argumentar la necesidad de mantener viva la memoria del pasado. Por ejemplo,
porque el agradecimiento o el rechazo al éxito o al fracaso de nuestros
antepasados, o la simple nostalgia por lo meritorio de ellos, nos impulsan
hacia esa irrenunciable conservación.
En
esas cosas pensaba cuando, con Sergio Calderón Prada, sobrino nieto de José
Eustasio Rivera, tratábamos de convencer a alguien en Colombia (y no en el
exterior) de que los originales de La Vorágine,
así fueran parciales, no tenían por qué seguir corriendo los riesgos de los
trasteos de Sergio en Bogotá o entre esta ciudad y Medellín. Su angustia y su
diligencia para tratar de salvar esos manuscritos y otros documentos de JER, en
las que siempre lo acompañé, duraron 21 años. ¡Impresionante!. Uno diría, ¡a
ritmo opita!, pero no, digo, ¡a ritmo colombiano! Siempre sucede cuando se
trata de la conservación de nuestro patrimonio histórico y cultural, tangible o
intangible.
A partir de 1988, año
del primer centenario del natalicio de Rivera, los originales se le ofrecieron
a distintas administraciones departamentales del Huila, sin ningún resultado
favorable. Razón por la cual las gestiones se desplazaron a Bogotá. A comienzos
del siglo XXI, se le propusieron a la Biblioteca Luis-Angel Arango (no recuerdo
quién era su director). Nada. Y ocho años después a la Universidad Central.
Tampoco. Todos descartaron la oportunidad –que cualquier institución cultural del
mundo se hubiera disputado- de tener en su patrimonio particular el cuaderno de
contabilidad que acompañó a Rivera por el Orinoco arriba hasta San Fernando de
Atabapo y donde “consignó” buena parte de su magistral novela. A
finales de 2009, hice contactos con la
Biblioteca Nacional de Colombia. Encontré interés y se lo hice saber a Sergio,
quien en diciembre, con la directora de la misma, Ana María Roda, experta y
sensible en patrimonios bibliográficos y artísticos –hija de Antonio Roda y
María Fornaguera-, llegaron a un acuerdo para que los manuscritos de José
Eustasio reposaran tranquilos y bien cuidados en la Biblioteca Nacional de
Colombia, para uso público y sin correr ningún riesgo en su integridad. Allí hoy
pueden ser consultados por todo el mundo. Y así nos salvamos del alzheimer que
acosa a huilenses y colombianos.
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