Cuando escuché hablar por primera vez de Padura, y supe que básicamente su obra literaria había estado consagrada a la literatura detectivesca, no imaginé nunca que su obra pudiese contener tanta belleza y tanto dolor; pero sobre todo tanto tantísimo miedo
Leonardo Padura Fuentes, creador del capitán Mario Conde y su saga de novelas./elespectador.com/blogs |
Debo confesar que hasta la publicación de El hombre que amaba los perros,
el nombre de Leonardo Padura no me decía nada; también debo confesar
que aún no he leído dicho libro, puesto que debo esperar a conseguirlo
en español, sería una verdadera ironía que lo leyera en francés. El que
si pude leer, con un placer que alargué con cuentagotas, para que no se
acabara muy rápido, fue Máscaras, uno de los libros donde el protagonista es su extraordinario personaje Mario Conde.
Cuando escuché hablar por primera vez de Padura, y supe que
básicamente su obra literaria había estado consagrada a la literatura
detectivesca, no imaginé nunca que su obra pudiese contener tanta
belleza y tanto dolor; pero sobre todo tanto tantísimo miedo. He leído
pocas novelas del género negro, así que no puedo decir con propiedad si
esta característica de Padura es única o generalizada; pero lo que sí es
cierto es que en su obra puede leerse, respirarse, olerse y hasta
degustar y tocar el bajo fondo de La Habana. Puede sentirse el miedo que
circula por las calles, ese miedo atávico que conocen muy bien los
cubanos y que la mayoría de ellos trata de ocultar, no sólo a los
turistas o a la familia, sino ocultárselos a ellos mismos.
Es el mismo miedo que respiré, día tras día, en un viaje que realicé a
la isla en 2007 y que me abrió los ojos ante todas las leyendas que han
querido inventar con respecto a la revolución cubana. En ese viaje me
di cuenta que los Castro lo único que han construido es un feudo que
controlan con mano férrea y donde ni el vuelo de una mosca pasa
desapercibido. La delación y el control de cada ciudadano, si es que
esta palabra cabe en el vocabulario y en el sistema represivo, cortan el
aliento y hacen abortar los más mínimos deseos de cambio, de libertad,
de autonomía individual de los habitantes de la isla.
En Máscaras, asistimos, como si de una obra teatral se
tratase, al asesinato de un travesti vestido de Electra Garrigó. El
personaje en cuestión fue creado por Virgilio Piñera, el gran poeta y
dramaturgo cubano al que Padura le rinde homenaje en esta obra. Podría
decirse que Marqués es, en cierta forma, la reencarnación de Piñera.
En realidad la obra, de sólo 233 páginas, cuenta dos historias, el
trabajo detectivesco de Conde y la vida del dramaturgo Marqués. Allí,
dos ciudades antagónicas se cruzan a todo lo largo del relato, La Habana
y París. El encuentro de Conde con Marqués, va a permitirle luchar
contra sus propios prejuicios en contra de la homosexualidad. No hay que
olvidar el odio y la persecución del régimen castrista en contra de la
población LGTB, existente hasta hace muy pocos años, cuando la misma
hija de Raúl Castro comenzó a liderar un programa para sacarlos del
olvido y de la segregación donde habían sido arrinconados por varias
décadas. Por lo que cabe recordar a los cientos de homosexuales que
debieron abandonar la isla en el 80 cuando se les instó a subirse a las
canoas, en esa gran migración hacia Miami conocida como Los Marielitos;
una de las mas grandes vergüenzas del régimen cubano. Tampoco hay que
olvidar que muchos de ellos se pudrieron en las terribles cárceles de
Cuba, una especie de oubliettes, celdas donde se olvidan a los
prisioneros, tal y como se hacía en el Medioevo.
Máscaras, nos deja ver poco a poco la verdadera esencia de sus
personajes, aunque cada uno de ellos quiera ocultar sus propios
demonios, pero sobre todo ocultarlos a los demás. Los demás son los
esbirros del régimen que están en todas partes y en ninguna, pareciera
que son invisibles, pero están ahí, lo ven todo, lo escuchan todo, lo
saben todo. Por lo que cada personaje vive con el miedo de no saber
cuándo va a ser llamado para un interrogatorio, cuando va a perder la
vida que ha llevado hasta ese momento, algunas, muy pocas en verdad, de
privilegio, y otras, en realidad la mayoría, la lucha infructuosa por
sobrevivir en un ambiente donde la felicidad pareciera proscrita. Sólo
cuando hay música, los zombis, que son los habaneros, parecieran ser
seres humanos; al menos esa es la lectura que hice en mi viaje.
Máscaras, es, ante todo, una obra sin esperanza, sin mañana,
el ambiente es gris, a pesar de la luz del Caribe que lo baña y cada
personaje le da vueltas a su propia pesadilla. Conde es un policía que
no ama su oficio, ya que su verdadera vocación es la literatura; sólo
que en un país donde no puede decirse lo que se quiere, ser escritor es
bastante difícil. La actividad misma de escribir es considerada
subversiva, pequeñoburguesa, inútil; por lo que el escritor es un
traidor a la causa. No hay que olvidar que una parte del relato en
cuestión ocurre en los años 60 y 70 del siglo pasado. No en vano Marqués
recuerda a los intelectuales, artistas y escritores que debían dejar su
actividad para ir a la zafra.
Máscaras, es, también, un recorrido de citas literarias
que no están entre comillas ni en negrillas; pero están ahí para ser
descubiertas por el lector. Es un recorrido por el ambiente literario
francés y latinoamericano, como una forma de salvavidas para no morir de
tedio, o ahogado, en un sistema que convierte a sus ciudadanos en
sombras de sí mismos.
Para terminar, quiero hacer alusión al coraje de Leonardo Padura, a
las garras que tiene para escribir contra un sistema represivo como es
el de su país. Y lo que es más importante aún, a Padura se le concedió
la ciudadanía española en el 2011, pero él sigue viviendo en el mismo
barrio que lo vio nacer, dice que sólo en La Habana puede ser el gran
conversador que es. Pero también es La Habana, con sus callejuelas y
viejos portones, la fuente que nutre su mundo de ficción.
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