Adolfo Bioy Casares. De las ficciones imaginativas a las memorias póstumas.Un recorrido por los momentos más importantes de su vida y de su obra
En Rincón viejo, la estancia de Pardo, Bioy se formó como lector y escritor. Decía que era el único lugar en el mundo al que siempre quería volver./revista Ñ |
Hijo de estancieros acaudalados, hombre de hermosa estampa,
deportista amateur, fotógrafo aficionado, cinéfilo fanático, seductor
empedernido, amigo entrañable y partenaire literario del mejor
escritor argentino. Adolfo Bioy Casares fue todo eso pero por sobre
todo, un escritor que supo prodigar una imaginación y una alegría
disidentes en las letras argentinas.
Bendecido con envidiable
cantidad de dones, supo ejercerlos sin culpas e incluso con abnegación y
trabajo. Su madre, Marta Casares, que temía ver a su único hijo
eternamente atrapado en las redes femeninas, le aconsejó el casamiento
temprano con Silvina, la más talentosa de las Ocampo, pero también la
más fea y once años mayor que él. El matrimonio, fundado en la
admiración mutua, duró más de cinco décadas y fue también una sociedad
literaria: juntos escribieron la novela Los que aman, odian y prepararon en trío con Borges la influyente Antología de la literatura fantástica –que estableció un modo de leer el género– y una Antología poética argentina .
Si
Silvina le mostró a Bioy el misterio del mundo, Borges le hizo ver en
la literatura un futuro más aventurero que en la administración de
estancias o la carrera de leyes sugeridas por Bioy padre. En él
encontró, además, un guía hedonista en el placer procurado al lector; un
socio en el jolgorio de la escritura –varios libros de cuentos
publicados bajo los seudónimos de H. Bustos Domecq y Benito Suárez
Lynch, y dos guiones cinematográficos– y un mentor que le asignaba un
lugar preciso junto a él en la literatura argentina, pobre de relatos
fantásticos.
Los fracasos amorosos iniciales, tan contundentes
como los literarios, le marcaron el camino: con las mujeres
perfeccionaría hasta la senectud su condición de amante a repetición, y
con los libros, una relación metódica y constante. “Traté de leer toda
la literatura francesa, toda la española, toda la inglesa, la americana,
la argentina, la de otros países europeos, un poco de la alemana, de la
italiana, de la portuguesa, de la japonesa, de la chilena, autores
persas, en fin…, quise leer todo. Y, mientras leía todo, al mismo tiempo
quería escribir”, contaba.
La voluntad de trabajo y la
conciencia de las propias limitaciones lo alejaron de la figura del
dandi de escritura liviana y de entretenimiento, que sin embargo
prevalecería tras las lecturas de David Viñas primero y César Aira
después. Esta imagen se impuso con la velocidad del prejuicio, le hizo
perder progresivamente espacio en los programas universitarios y provocó
que su literatura dejara de ser interesante para cierto público. Quizá
sea esa la razón por la que hubo que esperar hasta 2012 –trece años
después de su muerte– para ver la aparición del primer tomo de sus obras
completas, publicadas por Emecé –donde por décadas trabajó con Borges.
Sin embargo, la distribución no llegó a España.
La máquina perpetua Con La invención de Morel
(1940), su “primera novela buena”, diría Macedonio, ABC llegó todo lo
lejos que fue posible. Celebrada por Borges que en el prólogo la
califica de “perfecta” y le atribuye la inauguración del género de la
imaginación razonada, cosechó elogios y estudios especializados durante
décadas en la Argentina y en todos los países donde fue traducida.
Inspiró la filmación de El año pasado en Marienbad, la película
de Alain Resnais con guión de Robbe-Grillet, y de la versión dirigida
por Emidio Greco y protagonizada por Anna Karina, entre varios otros que
llevaron la historia a la pantalla e incluso al cómic. Hace unos años
fue alcanzada por la fama mediática, de la mano de la serie Lost,
cuyos guionistas destacaron la importancia de la novela en la trama.
Las imágenes de uno de sus protagonistas (Sawyer) leyendo el libro en
distintas escenas fue suficiente para que las ventas se dispararan en
Amazon y lo ubicaran en el top ten de los títulos de literatura latinoamericana más populares de todos los tiempos. También Solaris, la obra más importante del pope de la ciencia ficción Stanislaw Lem, es una suerte de hijo natural de La invención… El dato es elocuente de la manera intensiva y admirada como fue leída su obra en otros países por fuera de datos contextuales.
Seis
décadas después de su publicación, la novela siguió extendiendo su
influencia en cursos impensados: antecedente del holograma, también se
emparenta con “Recuerdos inventados”, obra de la fotógrafa Gabriela
Bettini quien gracias a diversos montajes en tamaño real, se muestra
interactuando con sus familiares desaparecidos en la última dictadura.
Fuga y misterio “Yo
tengo la obsesión del viaje. Siempre creo que voy a solucionar todo
yéndome”, dijo Bioy con motivo del acoso al que lo sometían algunas
amantes. La fuga, el pasaje a otro plano de la realidad, a otros tiempos
o espacios, se impone ante el presente invivible. No pocos de sus
personajes inventan procedimientos que alteran el campo perceptivo como
modo de acceso a esas instancias. La idea aparece en la novela Plan de evasión (1945), en los cuentos de La trama celeste (1948) –concebidos tras la lectura de los filósofos George Berkeley y David Hume– y más tarde en su novela preferida, Dormir al sol (1973).
Hoy
las llamaríamos ficciones paranoicas en las que elementos hostiles de
la sociedad provocan fisuras en la percepción. La sensación de ser
acechado desde la esquina de un barrio tranquilo, en recintos
controlados, edificios ruinosos o instituciones médicas enlaza tópicos
comunes al género fantástico y al policial. Y el enigma propio de ambos
–verdadero motor del relato– no le cede espacio a la ambigüedad: la
explicación arriba en el momento justo y no defrauda.
Por esa
época y para conjurar el temor al error, que lo obsesionaba, Bioy se
había propuesto crear “invenciones rigurosas, verosímiles a fuerza de
sintaxis”. Nadie duda de que lo había logrado.
La voz del barrio
Con El sueño de los héroes (1954), su otra gran novela, la naturaleza de los enigmas da un vuelco, instalando la experiencia de lo extraño en el corazón de lo cotidiano. Según Aira, “inaugura su modalidad definitiva, una combinación de género fantástico y costumbrismo plebeyo dominada por la ironía paternalista y el desdén”. Hay razones que explican ese giro. “En mis novelas no hay casi digresiones, y es por las digresiones que entra la vida en los relatos”, reflexionaba Bioy, al diagnosticar aquello que consideraba una falta en sus primeros libros. La necesidad de hacer entrar la vida motiva el cambio de escenarios y de situaciones. Ya no más islas, máquinas prodigiosas ni inventos pseudocientíficos. En adelante, la clase media baja protagonizará sucesos extraordinarios ocurridos en los barrios porteños.
Con El sueño de los héroes (1954), su otra gran novela, la naturaleza de los enigmas da un vuelco, instalando la experiencia de lo extraño en el corazón de lo cotidiano. Según Aira, “inaugura su modalidad definitiva, una combinación de género fantástico y costumbrismo plebeyo dominada por la ironía paternalista y el desdén”. Hay razones que explican ese giro. “En mis novelas no hay casi digresiones, y es por las digresiones que entra la vida en los relatos”, reflexionaba Bioy, al diagnosticar aquello que consideraba una falta en sus primeros libros. La necesidad de hacer entrar la vida motiva el cambio de escenarios y de situaciones. Ya no más islas, máquinas prodigiosas ni inventos pseudocientíficos. En adelante, la clase media baja protagonizará sucesos extraordinarios ocurridos en los barrios porteños.
Jaime Rest apuntaba con acierto que en la
literatura de ABC hay “una densidad vital concreta”, ausente en Borges y
presente en los personajes de ABC que dialogan profusamente. Con el
oído atento a los modos y registros de ese decir, el afán mimético corre
parejo con cierta condescendencia. El recurso a Bioy lo divertía y con
él quería divertir al lector.
Sencillos, incautos u obnubilados
por amor viven amenazados por figuras cerebrales y mesiánicas que buscan
mejorar la vida o asegurar la inmortalidad mediante métodos
equivocados. Son “malvados” diferentes de los de Roberto Arlt, que
persiguen la destrucción de un orden de cosas injusto; Morel, Castel o
del Dr. Samaniego, en cambio, actúan bajo los dictados de una compasión
acaso retorcida hacia el género humano, que no pocas veces el autor
ocultó en los ropajes de la parodia.
La compasión y la ferocidad
se disputan el lugar incluso dentro de un mismo sujeto. Bien lo sabe el
protagonista de la perturbadora Diario de la guerra del cerdo
(1969) cuando dice: “En esta guerra los chicos matan por odio contra el
viejo que van a ser. Un odio bastante asustado”. La vejez o el temor
que provoca su vecindad empieza a ser un tema literario cuando sus
efectos ya se padecen en el cuerpo. La narrativa de Bioy es sensible a
ese desgaste y seguirá un proceso similar al de la filmografía de Woody
Allen, se vuelve amable, ligeramente risueña, iluminada de tanto en
tanto con chispazos de un talento desganado.
Sorpresas te da la vida
El Premio Cervantes lo sorprendió en 1990, cuando el número de sus lectores menguaba a la par de su fortuna. La distinción le acercó un nuevo público, España lo redescubrió y en la Argentina su obra se reeditó, aunque en cuentagotas.
El Premio Cervantes lo sorprendió en 1990, cuando el número de sus lectores menguaba a la par de su fortuna. La distinción le acercó un nuevo público, España lo redescubrió y en la Argentina su obra se reeditó, aunque en cuentagotas.
El éxito momentáneo resultó tan
imprevisto como la aparición de su hijo Fabián, de cuya existencia es
probable que ni Bioy mismo fuera anoticiado a su tiempo. El
reconocimiento y el hijo varón acaso los viviera como caricias antes del
zarpazo final. El Alzheimer de Silvina y su posterior muerte, seguida
casi de inmediato por la de su hija Marta, le sumaron golpes
definitivos. La muerte le llegó a él cuatro años más tarde y para
entonces ya no esperaba, ni quería, nada de la vida.
Una paradoja triste anuda la muerte de Fabián con la publicación póstuma del fenomenal Borges
, ambas ocurridas en 2006. Como si con el último de los Bioy se
extinguiera no sólo un apellido, sino cierto tipo de literatura
injustamente eclipsada por la mayor y más deslumbrante construcción
memorialística de que tenga noticia la literatura argentina, y que
promete expandirse en miles de páginas aún inéditas. Habrá que ver,
entonces, si el Bioy inventor de ficciones inolvidables le gana la
pulseada al otro, póstumo y surgido en buena medida de la decisión y el
trabajo de sus editores.
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