Belicismo. En Europa –dice el sociólogo Beck– el conflicto de Gaza logró que los judíos vuelvan a ser señalados como extranjeros y objetos de odio
Escenas de las protestas en Europa contra Hamas ... |
... Y contra Israel. |
Paz y guerra. En 1995 Isaac Rabin firmó la paz con su antiguo enemigo Yasser Arafat acompañado por Bill Clinton, Hosni Mubarak y el rey Hussein de Jordania./revista Ñ |
Después de la Segunda Guerra, Alexander Mitscherlich escribió el libro La incapacidad de duelo
. Se refería a la incapacidad de los alemanes de elaborar el régimen
nazi y el Holocausto. Es cierto que hemos hecho avances en ese sentido.
Sin embargo, ahora, con la guerra entre Israel y Hamas –que ha reavivado
el antisemitismo en Europa o le ha dado una mayor visibilidad– salta a
la vista una nueva incapacidad: la de diferenciar.
Muchos alemanes
y otros europeos identificamos a los judíos alemanes, franceses,
italianos con israelíes. De un día para el otro, nuestros vecinos pasan a
ser nuevamente judíos, y con ello extranjeros en su propio país: en
Alemania, Francia, Italia. Y dicha incapacidad de diferenciar, el hecho
de que todos los judíos sean equiparados a israelíes y los israelíes con
asesinos de palestinos, constituye el trasfondo de esta nueva ola de
antisemitismo.
Un ejemplo: alguien habla con un judío alemán de
Berlín y le dice: “Por la casa de ustedes están cayendo cohetes”. ¿Acaso
se refiere a que están bombardeando la Kurfürstendamm, la avenida
berlinesa? Otro: en la edición del 24 de julio de 2014 del Frankfurter
Allgemeine Zeitung, en una crítica de un filme francés, la periodista
Lena Bopp escribe que allí un hombre se lamenta porque la más joven de
sus hijas “también ha caído en manos de un hombre de origen extranjero”;
es que ya sus hijas mayores contrajeron matrimonio con “el chino Chao,
el musulmán Rachid y el judío David”. Así, ciudadanos franceses son
marginados en calidad de extranjeros. Identificar a los judíos –muchos
de ellos seculares y a veces críticos de Israel– con israelíes es un
mecanismo del antisemitismo en Europa.
En Francia, justamente, se
está hablando de un nuevo antisemitismo. Lo nuevo –si es que hay algo
nuevo– es la globalización del conflicto en Cercano Oriente. El
conflicto en Palestina no tiene lugar sóloe en Palestina, tiene lugar
también en París, Berlín o Roma. Asistimos a un antisemitismo de la
izquierda, un antisemitismo de los migrantes, un antisemitismo de
quienes son discriminados en los países a los que llegan y que en sus
países de origen fueron socializados en el marco de un antisemitismo
religioso. Todo esto se descarga en violencia. Así, la globalización del
conflicto y la globalización del antisemitismo se potencian
recíprocamente. En un mundo conectado, digitalizado, un conflicto bélico
ya no se puede circunscribir a un lugar determinado.
Días atrás,
voces autorizadas de las comunidades judías en Europa aseguraron que la
cultura y la vida judías podrían desaparecer de Europa si esto sigue
así. Tal pronóstico supone una llamada de auxilio. Los judíos
–franceses, alemanes, italianos, etc.–, que se entienden a sí mismos
como ciudadanos europeos, se ven nuevamente obligados a ocultar su
identidad judía a riesgo de ser objeto de ataques violentos. Se observa,
en consecuencia, una nueva ola migratoria hacia Israel; muchos
franceses eligen efectivamente llevar una vida de doble domicilio. Todo
esto sugiere que el traslado del conflicto a las ciudades europeas es
una amenaza de violencia a tomar en serio: en Francia, incluso, ya no se
puede excluir la posibilidad de una Intifada, y la sola idea de esto
evoca en la mayoría de los judíos los peores recuerdos. Se sienten
extranjeros indeseados en Europa, ciudadanos europeos marginados y
degradados a la categoría de extranjeros, extraños en su patria europea,
donde nacieron. Se aviva el recuerdo de la experiencia de los judíos
alemanes en los inicios del régimen nazi: los vecinos pasan a ser
judíos, extranjeros, objetos de odio.
La reacción militar de
Israel es muy dura: hay más de mil muertos. Hamas ha demostrado mayor
capacidad militar de la esperada. Sin pretender una falsa equidistancia:
ambas partes se han obstinado en el camino bélico. La situación en
Cercano Oriente se ha vuelto incomprensible para muchos europeos. Nos
faltan los conceptos, quizá hasta los sentimientos de odio y de fe, como
para pensar en resolver este conflicto de antaño por la vía militar.
Esto me recuerda a las palabras furiosas de Henry Kissinger: no hay
solución para el conflicto en Cercano Oriente. El odio ha echado raíces
demasiado profundas. Y de nuevo ambas partes apuestan al recurso bélico y
todavía creen que pueden sacar ventaja militarmente. Israel no ve otra
salida que la militar, no ve posibilidad de negociación. Del otro lado,
Hamas, que estaba al borde de la bancarrota ya antes de la guerra y
ahora está consumiendo su último reducto de poder, aún es considerado un
interlocutor válido y adquiere así una nueva importancia política.
Ambas posturas llevan a la continuidad del conflicto bélico, aun cuando,
desde el punto de vista de paz europeo, el empleo de recursos militares
no hace sino profundizar el conflicto y nunca podría llevar a una
solución. ¿Es realmente imprescindible el monomilitarismo de Israel? ¿O
más bien no debería, también Israel, repensar su razón de ser? Me
cuesta, desde la segura posición de paz de Europa y en especial de
Alemania, dar cualquier consejo a los israelíes. Prefiero citar al
asesinado Isaac Rabin: “La paz no se firma con amigos sino con el
enemigo. Quien quiera la paz deberá ser el primero en extender la mano”.
Se refería a que la paz se alcanza sentándose a la mesa con el enemigo.
Para ser realista, no veo tal disposición en Israel, pero tampoco en
Hamas, que ha erigido en fin último la disolución del Estado de Israel.
Desde
que Netanyahu ostenta el poder se observa una cambio de paradigma en
comparación con Rabin, o con las viejas tradiciones de cuño europeo de
Rabin o de los fundadores del Estado de Israel. ¿Se trata hoy del mismo
Estado de Israel? ¿O son los fundamentalistas del Estado y la línea dura
quienes tienen la voz más fuerte? Israel, efectivamente, se ha vuelto
un estado que apuesta aún más a la superioridad militar y que,
influenciado por la experiencia del terror y la amenaza agravada a su
existencia, reacciona con desesperación y odio a las bombas de Hamas. Y
con esto no hace sino avivar la historia de violencia, a largo plazo en
contra de sus propios intereses. Netanyahu es el único conservador del
que se podría esperar un cambio basado en la necesidad de recuperar la
tradición judeo-europea de los grandes líderes de la política israelí.
Que esto se eche de menos seguramente tiene que ver con la pérdida de
poder y la retirada del gobierno de EE.UU. de Cercano Oriente.
Muchas
son las potencias militares que ejercen violencia: Rusia en Chechenia,
Georgia, o en Ucrania; o EE.UU. en Irak bajo la administración Bush.
Pero estas grandes manifestaciones que vemos en Europa solo aparecen
cuando son soldados israelíes los que provocan víctimas civiles. ¿Cuál
es la diferencia? ¿Los israelíes son peores que las fuerzas de Putin o
Bush? ¿O es que los soldados rusos y estadounidenses son arios?
Estas
preguntas dan en el blanco del problema. Amplias partes de la población
alemana, por ejemplo, justifican la acción militar de Putin. Los
argumentos de defensa se sustentan en un nacionalismo étnico basado en
el derecho de los rusos en Ucrania de pertenecer a Rusia. Por otro
lado, al insoportable agravamiento de la violencia militar en Cercano
Oriente se responde con protestas antisemitas, una nueva clase de
protestas desbocadas en Alemania y Europa. Esto no solo da cuenta de
aquel “sedimento de antisemitismo” que al parecer siempre queda, sino
también de que en el mundo globalizado el antisemitismo adquiere una
capacidad renovada de enardecerse. Antes estábamos contra los judíos por
haber crucificado al redentor; ahora, equiparamos a los judíos con
israelíes, sin importar donde vivan, porque las bombas israelíes matan
niños palestinos.
El compromiso y el involucramiento son una
tradición de la intelligentsia europea. ¿De dónde viene entonces el
silencio de los intelectuales respecto del conflicto en Cercano Oriente?
El silencio resulta de la incapacidad de diferenciar, esta vez entre
una crítica a Israel y un compromiso claro en contra del antisemitismo y
en favor de los valores europeos, valores que también defienden como
propios los ciudadanos de fe judía, los seculares, los críticos de
Israel.
En un contexto de antisemitismo recrudecido, constituye un
acto de balance ejercer una triple crítica: al fanatismo de Hamas, al
monomilitarismo de Israel y a la incapacidad de diferenciar, que refunda
el antisemitismo en Europa, que causa una impresión arrogante, cuesta
coraje y produce malentendidos en todas las direcciones. Esto paraliza,
hace difícil emitir un juicio sin morder el anzuelo del antisemitismo;
sin embargo, la ética del “nunca más” exige, de unas vez por todas,
romper el silencio.
© Ulrich Beck Traducción: Carla Imbrogno
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