El escritor y periodista, Segio Ocampo Madrid dice que el tono paródico de su libro nace del modo en que viven los colombianos
Sergio Ocampo Madrid ha publicado también A Larissa no le gustaban los escargots y El hombre que murió la víspera. /elespectador.com |
Sergio Ocampo Madrid, periodista con una trayectoria en diferentes
medios impresos, acaba de publicar su tercer volumen de ficción.
Limpieza de oficio, como bien lo señala Juan Gossaín, emplea diversos
registros estéticos: a veces parece un reportaje, en otras ocasiones una
parodia. En todo caso, Ocampo Madrid aprovecha con acierto anécdotas y
hechos esperpénticos, tan comunes en nuestro día a día.
En toda su novela hay escenas de parodia. ¿Dicha conciencia le viene del oficio literario?
Esa
extraña conciencia de vivir entre la risa y el miedo no proviene del
periodismo ni de la literatura, sino de ser, vivir y sentir como
colombiano. La realidad de este país se mueve entre los extremos de la
comedia y la tragedia. Así nos organizamos como sociedad, con la
informalidad como pretexto y razón, con la violencia como dispositivo
central para resolver los conflictos, con la desilusión como un signo de
la cultura y de la política. Aunque paródicas, varias de las escenas e
imágenes del libro son recreación de realidades colombianas, y menciono
sólo una: el impresionante operativo que monta la Policía para detener
al titiritero Facundo, recluido en un ancianato de algún pueblo pequeño,
inmovilizado en su cama por la artritis y por la vejez, es una
evocación de los allanamientos de que fue víctima Luis Vidales, también
postrado en una cama y acosado por la autoridad en los tiempos de Julio
César Turbay.
La figura de Paco, el cronista de
judiciales, recuerda de inmediato a Ximénez. ¿De dónde le vino la idea
de construir ese personaje como Paco?
En realidad, Paco
está basado en personajes del periodismo colombiano. Uno es Ximénez y
los demás son una amalgama de cronistas que sucumben, en mayor o menor
escala, a la tentación de añadir detalles y a veces, más que detalles,
imaginación a sus historias (con gloriosas excepciones, claro está).
Ximénez me parece un personaje fascinante, un mentiroso genial, que
vivió en un momento en el cual el periodismo no tenía unos estatutos ni
unas cortapisas tan severos como los que existen hoy, al menos en el
papel. Mentir en el periodismo actual no es sólo un sinsentido ético
sino un suicidio para la reputación y la credibilidad. Ahora bien, Paco
tiene algo que lo rescata, a pesar de su ego enorme (condición para ser
periodista exitoso) y es que no se detiene en falsear los hechos en la
escena de un crimen con el objetivo supremo de construir grandes
historias para los próximos días.
¿Qué opina sobre el periodismo escrito en Colombia?
El
periodismo nuestro tiene muchas cosas para ser criticadas, en especial
la ligereza, la escasa formación de los periodistas en general y la
actitud epiléptica y meramente enunciativa de estar saltando detrás de
los personajes y los hechos sin concluir, sin profundizar ni hacer un
esfuerzo por acercarse a la verdad, más allá de las declaraciones
opuestas de las fuentes. No obstante, es un periodismo valiente;
oficialista pero no militante (como en Ecuador, Venezuela, Bolivia), que
guarda respeto por conservar las formas (contrastar información, apelar
a varias fuentes) y que se mantiene en una tradición sana de no meterse
en la vida privada de la gente. Llena además algunos de los vacíos que
dejan las autoridades, en especial la justicia y los políticos. Sin la
prensa no habría habido Proceso 8.000; tampoco el destape de la llamada
“parapolítica”.
¿Qué razones tuvo para adoptar el tono de humor negro en su libro?
El
tono salió por sí solo. No fue una decisión previa sino una
consecuencia natural de la historia y de su hilo narrativo. Es que un
periodista que inventa cosas y que va perdiendo los escrúpulos con el
fin de fabular grandes historias tiene que derivar en algún momento en
situaciones inevitables de humor; lo mismo puede decirse de los payasos
que van muriendo en fila por cuenta de un asesino serial. Confieso que
disfruté mucho escribir esta novela y me reí varias veces con todas las
ganas frente a mi computador. Hubo una decisión consciente de que el
humor no asfixiara en ningún momento el eje dramático de la historia,
que lo tiene y es fuerte, y que no cayera sólo en el anecdotario sino
que pudiera trascender a la crítica ante los absurdos sociales, ante la
ineptitud oficial. Me cuidé de no soltarle demasiada pita a la parodia
porque no quería hacer una parodia.
Con tres libros de ficción en su haber, ¿qué miedos y esperanzas lo acompañan en su trabajo literario?
Estuve
muerto de miedo por muchos años de dar ese salto, no sólo por la
incertidumbre de cómo vivir de esto, sino por las dudas de hacerlo bien.
Escribir bien en periodismo no soluciona la escritura literaria. Hoy,
después de nueve años de tomada la decisión, con tres libros publicados y
un pequeño paréntesis de año y medio en que acepté ir a manejar El
Heraldo de Barranquilla, las cosas no han sido tan duras como pensé. La
academia me acogió, en especial la Universidad Externado de Colombia, y
el toque de puertas en las editoriales no ha sido tan frustrante ni tan
demorado. Gabriel Iriarte, primero en Norma y ahora en Random, ha sido
un apoyo tremendo. Provenir del periodismo genera escepticismo entre los
críticos, que hasta ahora se han ocupado poco de mi obra, y esa es una
pequeña queja que tengo. Pero en general la vida ha fluido para que las cosas vayan bien en este viaje sin retorno de ser escritor.
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