Un libro del historiador Álvaro Tirado recuenta una época después de la que bastante no fue igual
En una manifestación estudiantil, en
el centro el sacerdote Camilo Torres, capellán entonces de la
Universidad Nacional./eltiempo.com
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Los años sesenta: una revolución en la
cultura’ (Penguin Random House), se lanzó a finales de agosto. Su autor
llevaba años sin escribir sobre historia nacional, pero pensaba y
repensaba esa época y, además, contaba con abundante material, con la
certeza de que en cualquier momento lo utilizaría. Abogado ‘de baranda’
(llevando toda clase de pleitos durante 5 años), académico, experto en
derechos humanos y diplomático, Álvaro Tirado Mejía es reconocido por
hacer parte del grupo de “escritores que escribieron la nueva historia
de Colombia”.
Carrera de historia que inició por
correspondencia, ya que cuando quiso estudiarla en Medellín, ninguna
universidad la ofrecía. Sus amigos Jorge Orlando Melo y Germán
Colmenares, que estaban en Bogotá cursándola, le mandaban los libros que
el maestro de maestros Jaime Jaramillo Uribe les hacía leer. Así se
hizo historiador. Pero no se quedó ahí. En los setenta se fue a Francia y
obtuvo el doctorado en La Sorbona con Pierre Villard, entre otros
maestros.
Melo, en su columna en EL TIEMPO, refiriéndose
a la importancia que tuvieron los libros de ciencias sociales a
mediados del siglo pasado, aseguró que: “…de algún libro de Tirado se
vendieron más de 100 mil ejemplares…” Ese libro fue su tesis,
añadiéndole un par de capítulos: la ‘Historia Económica de Colombia’,
que leyeron estudiantes de Economía, Historia, Derecho y la militancia
de la izquierda criolla. Tirado replica que fueron muchos más los
vendidos, la mayoría de los cuales de ediciones ‘piratas’. Aunque para
él, el hábito no hace al monje, cita al historiador marxista inglés Eric
Hobsbawm, desaparecido hace 2 años: “Lo que he escrito de esa década
(la de los sesenta), es lo que puede escribir el autor de esta
autobiografía que nunca se ha puesto unos jeans”. En el inicio de la
década de los setenta Tirado empezó Derecho en la Universidad de
Antioquia, y cuando finaliza ya era de profesor de Humanidades en la
Nacional de Medellín, docencia que ejerció en diversas facultades por
tiempo largo y feliz que le dejó, entre muchos haberes, el título de
Maestro.
¿Cómo se decide a hacer este libro?
Hubo dos cosas. Hacía muchos años que no
escribía un libro de historia en Colombia. Los últimos 20 años me había
dedicado a los derechos humanos, como consejero del presidente Barco y
en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 12 años en Ginebra,
allí mismo, también, en el Comité de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales. Me había alejado de la investigación, de la escritura.
Consideré que con mi visión de madurez podía hacer un trabajo más allá
de las individualidades, más global. Explicar el contexto internacional y
concatenarlo a cómo se vivieron, en nuestro medio, esos
acontecimientos, con la guerra fría como telón de fondo. El desarrollo
del Frente Nacional, el surgimiento de las guerrillas y todo el cúmulo
de sucesos culturales: teatro, cine, música, moda, la nueva poesía, el
‘boom’ de la literatura y las artes plásticas. Y hechos tan importantes
como la liberación sexual. Todo ello fue objeto de mi interés e
indagación.
¿Gran investigación?
En el fondo es un trabajo que hubiera podido
presentar sin pie de página, pero lo que quería precisamente era que
cada frase, cada relato tuviera un respaldo. En eso mi trabajo se
diferencia de unas memorias. Cada una de las cosas que escribí las he
pensado por mucho tiempo, toda la vida diría; a pesar de ello, la
investigación me llevo 5 años de trabajo intenso. Conté con mucho
material que he guardado por años.
Si va más allá de lo meramente cultural, ¿por qué el título. Es suyo o de la editorial?
Lo sugerí. Pretendía hacer un libro de las
influencias, fundamentalmente, culturales, sin dejar por fuera la
política. La política no está en la primera plana. Diría que el libro es
también una historia política sin políticos y es una autobiografía en
la sombra, en donde no aparezco por dos razones: porque no fui personaje
central, aunque sí testigo. Dudo mucho de las autobiografías, porque
son bien para exaltar al autor o para esconderlo. Mi trabajo no es a
partir de individualidades sino de procesos, es el método que utilizo.
Si hablo de teatro tengo que hablar de las personas que lideraron las
corrientes, sin embargo me intereso más por establecer cómo esas nuevas
formar de abordar la dramaturgia repercutieron en nuestro medio. Pasa lo
mismo con la música o con la moda de los hippies o con los festivales.
Expresiones que usted no vivió. No era
de ir a conciertos de rock ni tampoco se le ve como hippie vendiendo
chaquiras en la 60 en Bogotá o en Laureles en Medellín…
Nunca. Pero no se puede negar que esas
actividades fueron fundamentales para mucha gente; que esas costumbres
transformaron los hábitos y las formas de vida de importantes núcleos de
población. De los sesenta lo que hay que reivindicar es el espíritu
libertario. Cito a Vargas Llosa cuando dice que en esos años los jóvenes
tenían ideales, querían un mundo diferente, más abierto, protestaban
contra la guerra, contra la discriminación, eso se ha perdido. Quise
captar ese sentido libertario.
Tal vez por ello es que comienza el libro con los nadaístas…
Tal vez por ello es que comienza el libro con los nadaístas…
No. Más que espíritu libertario, que los
nadaístas no tuvieron, porque a la larga fueron muy conformistas, fue
por su expresión de protesta, no a la manera tradicional, ya que no
fueron políticos. Su lucha era contra el sistema, usando, por ejemplo,
el pelo largo o camisas de colores fuertes que en esa época eran
acciones rechazadas. Más que un movimiento libertario su conducta fue de
protesta contra una sociedad sumamente pacata. No es casual que el
nadaísmo haya nacido en Medellín, que era una sociedad muy tradicional.
Comienzo con ellos, es verdad, pero en el contexto ocupan una parte muy
pequeña porque a la larga desde el punto de vista literario no es que
aportaran mayor cosa y tienen tan solo unos pocos buenos escritores.
Ahora bien, reto a cualquiera a que me diga si no son más conocidos los
nadaístas entre los jóvenes de hoy que los nombres de quienes hacían
parte del gabinete de Alberto Lleras, que contó con figuras muy
importantes.
Destaca una serie de eventos que se
sucedieron en Medellín, como la reunión del Celam, las Bienales de Arte
de Coltejer, el concierto de Ancom, el mismo surgimiento del nadaísmo…
Para no ir más lejos, el Frente Nacional nació
en Medellín, su soporte fueron los empresarios antioqueños. La prueba
es que Alberto Lleras viajó a organizar con ellos el nuevo sistema
político. Una de las críticas que se le hizo a ese sistema era la de que
estaba concebido a la medida de los empresarios. Medellín fue epicentro
de muchas cosas importantes. El arte moderno se impone en Colombia a
partir de dos ejes, uno anclado en Bogotá, a través fundamentalmente de
la crítica Marta Traba y de los museos de arte moderno que se crearon y
con los bienales que patrocinó Coltejer en la capital antioqueña. Para
miles de personas no solo de Medellín sino de Bogotá y de otras ciudades
fue la oportunidad de ver por primera vez reunida tanta pintura
moderna.
También le dedica buen espacio a la Alianza para el Progreso…
La Alianza tuvo diferentes facetas, la
cultural fue muy importante y como Colombia fue la vitrina de esa
Alianza pues dejó profunda huella. Era, por ejemplo, facilísimo
conseguir una beca para EE. UU., las fundaciones las ofrecían a manos
llenas. Un dato es que en esos 10 años fuimos al exterior a
especializarnos más colombianos que en 150 años. Las fundaciones
trajeron profesores, investigadores, dotaron los laboratorios, se
crearon ciudadelas universitarias copiando los campos norteamericanos.
De cierta manera nos beneficiamos de la guerra fría. La Alianza para el
Progreso proponía la modernización del continente para evitar el
comunismo. Teníamos la influencia de la cultura francesa; con la
revolución de Fidel tuvimos la cubana y, luego, muy buena parte de lo
mejor de EE. UU. en música, teatro, literatura.
La mujer adquiere protagonismo en el escenario nacional. Foto: Archivo particular.
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Influencias que fueron solo en esa década...
Al contrario, diría que Colombia se
desparroquializó a partir de esos años. He utilizado con frecuencia una
frase de Alfonso López Michelsen en el sentido de que Colombia era
entonces el Tíbet de América Latina. El teatro, por ejemplo, gracias a
la influencia norteamericana y a otros hechos, cambió. Lo que quedó fue
tan importante que el teatro que se hace hoy, principalmente en Bogotá,
se equipara con el de Buenos Aires. En música no pasó eso por una
peculiaridad que se da en el país y que, claro, en el libro no
profundizo. El vallenato y otras melodías criollas se siguieron oyendo
más que Los Beatles o que rock o jazz. Pero las costumbres, la moda, las
relaciones sexuales, los métodos anticonceptivos, a pesar de la
resistencia de la Iglesia y de sectores conservadores, se modificaron,
fueron permeadas por lo foráneo. En esos años los colegios mixtos eran
extraños, hoy lo raro es que niñas se eduquen con niñas y niños con
niños: esa es la revolución, en la mentalidad y en las costumbres, un
cambio mucho más potente que la cuestión periférica de la lucha
política.
¿Qué otros hitos le interesaron?
El Concilio Vaticano II fue muy importante, un
intento de modernización de la Iglesia para ponerse a tono con la
sociedad moderna, así uno no sea religioso lo debe tener en cuenta. En
ese propósito de ir al mundo moderno, se impulsaron las facultades de
Sociología en el país a través de escuelas como la de Lovaina. El apogeo
de la Sociología en el país fue en esos años y hace parte de ese empeño
de la Iglesia. No es casual que en las universidades pontificias se
crearan esas facultades: en Medellín en la Bolivariana, en Bogotá en la
Javeriana y en la San Buenaventura. Coincidió ese esfuerzo con la
Alianza para el Progreso que trajo el positivismo. En lo político se
inaugura el Frente Nacional, con Alberto Lleras, un gobierno
modernizante. Se había firmado la Ley de la Reforma Agraria. Comenzaba a
funcionar Planeación Nacional, la visión tecnocrática del Estado. El
padre Camilo Torres estudia Sociología en Lovaina y es uno de los que
impulsa la creación de la Facultad de Sociología de la Nacional, con
Orlando Fals Borda, que se había graduado en EE. UU. y que era pastor
protestante. Los sociólogos van a especializarse en EE. UU. y consiguen,
todos, empleo. Fals y Camilo no solo son profesores sino asesores del
Ministerio de Agricultura, pertenecen a la Junta Directiva del Incora y
comienzan a hacer investigación social.
¿Qué pasó con las relaciones exteriores?
Aunque siempre han tenido muy bajo perfil,
hubo un auge. Se vivía la confrontación entre los seguidores de la
revolución cubana y los de EE. UU. En el gobierno de Alberto Lleras, y
luego en el de Valencia, Colombia tiene el papel de unificar la región
contra la revolución cubana en la OEA. El canciller Turbay Ayala, con la
Venezuela de Rómulo Betancur, se unen para que se aísle a Cuba del
sistema interamericano. Colombia en el gobierno de Turbay logra bloquear
la entrada de Cuba al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a pesar
de que el bloque de Latinoamérica ya tenía el voto a favor.
Además de buenas ventas, ¿qué le gustaría que sucediera con el libro?
Me gustaría que otros investigadores vayan más
allá en el ámbito interno. Como profesor que sigo siendo me encantaría
que me emularan. Quisiera que en otros países latinoamericanos se haga
lo propio: cómo fueron los sesenta en Ecuador, en Chile, en Argentina,
cada país tiene sus peculiaridades. Constaté que existen pocos libros
que relatan cómo transcurrieron esos años en países vecinos. Hay sobre
hechos específicos, como la matanza de Tlatelolco en Ciudad de México.
Quisiera hacer un estudio comparativo de cómo se vivió esa época en
América Latina.
¿Hay nombres para destacar en ese período?
La historia la hacen los individuos, pero a la
larga, sin menospreciar su función, lo que mueve la historia son los
procesos. Es eso lo que queda de esos años: un cambio radical de
costumbres sexuales, la apertura religiosa, los hechos culturales y
sociales que cambiaron los paradigmas, esos son los fenómenos
importantes. Las personas pasan así hayan figuras que perduran, como
Lleras Camargo y Lleras Restrepo, dos grandes políticos, descollantes.
Pero también no dudo en señalar a Marta Traba, García Márquez, Botero.
¿No destaca el surgimiento en esos años de 2 grupos guerrilleros que subsisten?
En los sesenta en América Latina surgieron
grupos armados. Se da una idealización de la guerrilla por muchas
razones: a los franceses los sacaron de Argelia las guerrillas en una
lucha de liberación nacional admirada. Indochina libra un proceso de
liberación admirable. El movimiento tercermundista de la guerrilla
victoriosa, con Cuba a la cabeza, pareciera ser fácil de imitar.
Acabábamos de salir de grupos de bandoleros que hacía que muchos dijeran
guerrilleros sí bandoleros no. Pero no analizo a profundidad estos
grupos porque no es objeto del libro y porque hay muy buenas
investigaciones; no vale la pena llover sobre mojado y porque así como
hablo de los nadaístas de manera periférica así les doy a las guerrillas
el mismo tratamiento. A pesar de todos los trastornos que han causado,
considero que no son el centro de la vida política y cultural, solo un
fenómeno periférico que no ha impedido el adelanto y desarrollo del
país.
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