Con Boswell como modelo. El registro minucioso de las conversaciones de sobremesa con Borges por más de 40 años revela y refuerza la complejidad existencial de esa amistad
Intimos. Así fueron los dos escritores, pero queda la duda de si Borges estaba al tanto de las notas que Bioy tomaba sobre él y sus charlas./revista Ñ |
Cada quien debe llevar el diario de otro, porque nada es tan
difícil como juzgar los hechos que nos conciernen personalmente”,
escribió Bioy en uno de sus ensayos, citando a Oscar Wilde, y esa
paradoja sobre los llamados géneros personales parece verificarse en su
propia obra. Dos diarios de Bioy Casares se publicaron después de su
muerte: uno de ellos, Descanso de caminantes ( 2001) combina
observaciones sobre el mundo, reflexiones sobre el paso del tiempo,
retazos de introspección y confidencias galantes, al más clásico estilo
de los diarios íntimos. El otro, titulado Borges (2006), registra
décadas de conversaciones con el amigo escritor. Más discutido, el
ambicioso, deslumbrante y por momentos enigmático Borges puede ser también, quizás, lo que más perdure de la obra del Bioy diarista.
El
inglés acuña palabras para casi todo. Ser “el Boswell” de alguien es
una expresión idiomática que significa seguirlo de cerca y estar
pendiente de sus dichos y acciones (thefreedictionary.com). También
existe el adjetivo Boswellian: un boswelliano es definido en el Merriam Webster
como “alguien que registra en detalle la vida de un contemporáneo por
lo general famoso”; Trahair en su diccionario de epónimos explica que
boswelliano es un “estilo de biografía o de relato de vida observante y
devoto”.
En el origen del calificativo están los diarios en los
que el escocés James Boswell registró sus conversaciones con el
lexicógrafo y literato inglés Samuel Johnson a mediados del siglo XVIII.
Lo que Boswell minuciosamente anota incluye no sólo los pensamientos
notables o las disquisiciones eruditas de Johnson sino también detalles
sobre cuestiones tan variadas como el estado de su peluca, sus tics o
sus procesos digestivos. El wit de Johnson emerge en sus mejores
conversaciones, pero Boswell, como diarista, no hace distingos entre
las opiniones ingeniosas y los comentarios sobre la cocción de una pata
de cordero o las caderas de una señora, y los atesora a todos en el
diario.
Las conversaciones transcurren en tres meses del año 1763
(en los que Boswell se trasladó a Londres, logró ser presentado a
Johnson y lo siguió día y noche) y luego, más raleadas, a lo largo de
varios años. Tras la muerte del Dr. Johnson, y a pedido de un editor,
Boswell compuso una monumental biografía basada en sus propias
anotaciones.
Un rasgo que siempre ha llamado la atención de los
críticos es que Boswell no es pudoroso a la hora de relatar situaciones
en las que él mismo queda en ridículo, empezando por el trato poco
amistoso que recibió de Johnson el día en que se le presentó en una
librería. Para muchos, como Macaulay, eso muestra la falta de
discernimiento de Boswell, ya que “sólo un imbécil” puede esforzarse en
difundir episodios en los que sale tan mal parado; Carlyle, en cambio,
opinó que debajo de ese desparpajo había una intuición firme sobre lo
que valía la pena contar, buenas facultades de observación y aptitud
dramática.
La afición por la Vida de Samuel Johnson fue
una pertenencia literaria que Borges y Bioy Casares gozosamente
compartieron (al mismo tiempo que de manera ostensible descalificaban,
por otra parte, las reverentes y alabadas conversaciones de Goethe con
Johann Peter Eckermann). En su Introducción a la literatura inglesa
y en sus clases universitarias de la materia, Borges se ocupó
extensamente de la dupla Johnson-Boswell. En una breve memoria de los
años 60 sobre Borges –“Libros y amistad”–, a la hora de evocar las obras
y autores de los cuales hablaban con más frecuencia, Bioy menciona a
Johnson en el primer lugar. Bioy llegó a considerar al biógrafo más
atractivo que su biografiado: en una charla en México en 1991, por
ejemplo, sostuvo que si bien Johnson era el autor eminente, para él lo
interesante era leer a Boswell.
A mediados de la década de 1940,
Borges y Bioy Casares propusieron a la editorial Emecé una colección de
obras escogidas de autores clásicos. Como parte del plan, trabajaron
entre 1945 y 1946 en la selección de textos para una “Suma
Johnson-Boswell”, que iba a llevar un prólogo de Bioy. En 1946, por
razones comerciales, la editorial desistió del proyecto; del año
siguiente, 1947, data la primera anotación en el diario de Bioy sobre
Borges.
El Borges , que se extiende a lo largo de más de
cuarenta años y 1600 páginas, da al lector una oportunidad de asomarse a
los hábitos mentales del autor de Ficciones (especialmente su
capacidad de encontrar posibilidades literarias en las zonas más
impensadas del lenguaje y el razonamiento), a su peculiar humor, a sus
gustos y también a la trama de sus prejuicios y odios.
También es
la historia de una amistad, con dos personajes que, como sucede en
cualquier diario, evolucionan a medida que el texto avanza. Uno, “Bioy”
comienza como una figura entre bastidores, responsable sólo de las
acotaciones escénicas necesarias para enmarcar los dichos de “Borges”.
Con el tiempo, este narrador se sentirá autorizado para extenderse a
observaciones sobre el carácter de “Borges” –sus pequeñas o grandes
vanidades, sus torpezas como galán, su modo de envejecer– al mismo
tiempo que se reserva para sí mismo una imagen más cauta, más tolerante y
mundana.
¿Privilegios compensatorios de un narrador que se
describe en ocasiones ninguneado por su amigo? Las amistades literarias,
tanto o más que las otras, son complejas.
Adiós a las tramas
En los años 40, con libros como La invención de Morel y El perjurio de la nieve
, Bioy cultivó el ideal de la novela de fuerte organización argumental y
sin cabos sueltos, encarnación de la literatura “deliberada,
premeditada, legible” que Borges por entonces predicaba aunque nunca
practicó él mismo. Bioy aludiría luego a esa época como su etapa “de la
invención y la trama”. Hacia la década siguiente, en los relatos de Bioy
se produce lo que se ha llamado el “giro hacia lo coloquial”. No
abandona del todo sus experimentos, sus sabios extraños ni sus máquinas
de alterar el tiempo, pero los traslada a ambientes que siente más
cercanos y pone el oído en los modos de hablar, en busca de “un humor
porteño, a lo Cancela”, según ha señalado.
¿Puede haber dos
ideales de perfección?, se pregunta Bioy en un ensayo de los años 60. Y
sugiere que tal vez cabría postular “uno para autores nuevos, que tolera
únicamente lo indispensable, y otro para maestros, que acoge lo
superfluo y la digresión (por donde entra la vida en los escritos)”. Tal
vez autorizado por esa idea, Bioy con el tiempo prescinde cada vez más
de la ficción argumental para entregarse a los escritos personales y las
colecciones. En sus últimos años publicó las Memorias (1994), más un cuaderno de commonplaces ( De jardines ajenos , 1997) y De las cosas maravillosas (1999).
“Si
alguien publica una miscelánea, el comentario suele ser: ‘Se le secó la
imaginación. Está publicando tiras y piolines que encuentra en sus
cajones’”, se quejó alguna vez. “Misceláneas, género que me gusta y que
mis interlocutores más inteligentes suelen rechazar con menosprecio”, se
lee en sus Memorias (los libros de recuerdos y reuniones de
fragmentos no contaban con la bendición de Borges, que solía considerar
que un escritor empezaba a “ponerse póstumo” cuando decidía
publicarlos).
El inclasificable Borges no cabe enteramente en algún período o fase de la escritura de Bioy. El autor de La invención de Morel
tenía 33 años cuando empezó su tarea de “notario” a fines de la década
de 1940. Y Borges no era por entonces la celebridad que fue en la
última parte de su vida, cuando periodistas, editores y eruditos lo
habían “descubierto” y bebían sus palabras; de modo que el diario, al
menos en su proyecto, no tiene las características de recolección
nostálgica o aprovechamiento oportunista de una fama que suelen
impregnar muchas biografías de allegados, sino que es más bien una
especie de experimento cultivado con tenacidad y exigencia a lo largo de
décadas.
Bioy describió así en una ocasión al periodista español
Manuel Vicent su método de trabajo: “En esta misma sala, sentados los
dos a esta misma mesa, solos Borges y yo hemos cenado todas las noches
durante más de treinta años. Cuando Borges se despedía, yo pasaba al
gabinete y anotaba en un libro diario nuestras conversaciones de
sobremesa, como un notario que levanta acta. Tengo más de tres mil
páginas escritas e inéditas”. Si el amigo y objeto del registro jugaba
el juego o al menos tenía alguna noticia es el gran enigma que
sobrevuela el texto del Borges que llegó hasta los lectores.
Para Bioy, el carácter “menor” que tradicionalmente suele atribuirse a
la escritura de diarios no era un problema. Como lo muestran sus ensayos
de La otra aventura , fue lector gustoso de los que llevaron
Arnold Bennett, Samuel Pepys, Coleridge o Jules Renard. En una reseña en
ese mismo libro, Bioy señala que los diarios íntimos ofrecen al
escritor una forma de resolver la tensión entre obra y vida que siempre
los ronda, “una solución no demasiado grata porque la recompensa de ver
publicado el trabajo se reserva para la vejez y, aun, oh ironía, para la
posteridad”.
Isabel Stratta es periodista y crítica literaria.
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