5.9.14

El arte de escribir los pormenores de otro

Con Boswell como modelo. El registro minucioso de las conversaciones de sobremesa con Borges por más de 40 años revela y refuerza la complejidad existencial de esa amistad
Intimos. Así fueron los dos escritores, pero queda la duda de si Borges estaba al tanto de las notas que Bioy tomaba sobre él y sus charlas./revista Ñ
 

Cada quien debe llevar el diario de otro, porque nada es tan difícil como juzgar los hechos que nos conciernen personalmente”, escribió Bioy en uno de sus ensayos, citando a Oscar Wilde, y esa paradoja sobre los llamados géneros personales parece verificarse en su propia obra. Dos diarios de Bioy Casares se publicaron después de su muerte: uno de ellos, Descanso de caminantes ( 2001) combina observaciones sobre el mundo, reflexiones sobre el paso del tiempo, retazos de introspección y confidencias galantes, al más clásico estilo de los diarios íntimos. El otro, titulado Borges (2006), registra décadas de conversaciones con el amigo escritor. Más discutido, el ambicioso, deslumbrante y por momentos enigmático Borges puede ser también, quizás, lo que más perdure de la obra del Bioy diarista.
El inglés acuña palabras para casi todo. Ser “el Boswell” de alguien es una expresión idiomática que significa seguirlo de cerca y estar pendiente de sus dichos y acciones (thefreedictionary.com). También existe el adjetivo Boswellian: un boswelliano es definido en el Merriam Webster como “alguien que registra en detalle la vida de un contemporáneo por lo general famoso”; Trahair en su diccionario de epónimos explica que boswelliano es un “estilo de biografía o de relato de vida observante y devoto”.
En el origen del calificativo están los diarios en los que el escocés James Boswell registró sus conversaciones con el lexicógrafo y literato inglés Samuel Johnson a mediados del siglo XVIII. Lo que Boswell minuciosamente anota incluye no sólo los pensamientos notables o las disquisiciones eruditas de Johnson sino también detalles sobre cuestiones tan variadas como el estado de su peluca, sus tics o sus procesos digestivos. El wit de Johnson emerge en sus mejores conversaciones, pero Boswell, como diarista, no hace distingos entre las opiniones ingeniosas y los comentarios sobre la cocción de una pata de cordero o las caderas de una señora, y los atesora a todos en el diario.
Las conversaciones transcurren en tres meses del año 1763 (en los que Boswell se trasladó a Londres, logró ser presentado a Johnson y lo siguió día y noche) y luego, más raleadas, a lo largo de varios años. Tras la muerte del Dr. Johnson, y a pedido de un editor, Boswell compuso una monumental biografía basada en sus propias anotaciones.
Un rasgo que siempre ha llamado la atención de los críticos es que Boswell no es pudoroso a la hora de relatar situaciones en las que él mismo queda en ridículo, empezando por el trato poco amistoso que recibió de Johnson el día en que se le presentó en una librería. Para muchos, como Macaulay, eso muestra la falta de discernimiento de Boswell, ya que “sólo un imbécil” puede esforzarse en difundir episodios en los que sale tan mal parado; Carlyle, en cambio, opinó que debajo de ese desparpajo había una intuición firme sobre lo que valía la pena contar, buenas facultades de observación y aptitud dramática.
La afición por la Vida de Samuel Johnson fue una pertenencia literaria que Borges y Bioy Casares gozosamente compartieron (al mismo tiempo que de manera ostensible descalificaban, por otra parte, las reverentes y alabadas conversaciones de Goethe con Johann Peter Eckermann). En su Introducción a la literatura inglesa y en sus clases universitarias de la materia, Borges se ocupó extensamente de la dupla Johnson-Boswell. En una breve memoria de los años 60 sobre Borges –“Libros y amistad”–, a la hora de evocar las obras y autores de los cuales hablaban con más frecuencia, Bioy menciona a Johnson en el primer lugar. Bioy llegó a considerar al biógrafo más atractivo que su biografiado: en una charla en México en 1991, por ejemplo, sostuvo que si bien Johnson era el autor eminente, para él lo interesante era leer a Boswell.
A mediados de la década de 1940, Borges y Bioy Casares propusieron a la editorial Emecé una colección de obras escogidas de autores clásicos. Como parte del plan, trabajaron entre 1945 y 1946 en la selección de textos para una “Suma Johnson-Boswell”, que iba a llevar un prólogo de Bioy. En 1946, por razones comerciales, la editorial desistió del proyecto; del año siguiente, 1947, data la primera anotación en el diario de Bioy sobre Borges.
El Borges , que se extiende a lo largo de más de cuarenta años y 1600 páginas, da al lector una oportunidad de asomarse a los hábitos mentales del autor de Ficciones (especialmente su capacidad de encontrar posibilidades literarias en las zonas más impensadas del lenguaje y el razonamiento), a su peculiar humor, a sus gustos y también a la trama de sus prejuicios y odios.
También es la historia de una amistad, con dos personajes que, como sucede en cualquier diario, evolucionan a medida que el texto avanza. Uno, “Bioy” comienza como una figura entre bastidores, responsable sólo de las acotaciones escénicas necesarias para enmarcar los dichos de “Borges”. Con el tiempo, este narrador se sentirá autorizado para extenderse a observaciones sobre el carácter de “Borges” –sus pequeñas o grandes vanidades, sus torpezas como galán, su modo de envejecer– al mismo tiempo que se reserva para sí mismo una imagen más cauta, más tolerante y mundana.
¿Privilegios compensatorios de un narrador que se describe en ocasiones ninguneado por su amigo? Las amistades literarias, tanto o más que las otras, son complejas.

Adiós a las tramas

En los años 40, con libros como La invención de Morel y El perjurio de la nieve , Bioy cultivó el ideal de la novela de fuerte organización argumental y sin cabos sueltos, encarnación de la literatura “deliberada, premeditada, legible” que Borges por entonces predicaba aunque nunca practicó él mismo. Bioy aludiría luego a esa época como su etapa “de la invención y la trama”. Hacia la década siguiente, en los relatos de Bioy se produce lo que se ha llamado el “giro hacia lo coloquial”. No abandona del todo sus experimentos, sus sabios extraños ni sus máquinas de alterar el tiempo, pero los traslada a ambientes que siente más cercanos y pone el oído en los modos de hablar, en busca de “un humor porteño, a lo Cancela”, según ha señalado.
¿Puede haber dos ideales de perfección?, se pregunta Bioy en un ensayo de los años 60. Y sugiere que tal vez cabría postular “uno para autores nuevos, que tolera únicamente lo indispensable, y otro para maestros, que acoge lo superfluo y la digresión (por donde entra la vida en los escritos)”. Tal vez autorizado por esa idea, Bioy con el tiempo prescinde cada vez más de la ficción argumental para entregarse a los escritos personales y las colecciones. En sus últimos años publicó las Memorias (1994), más un cuaderno de commonplaces ( De jardines ajenos , 1997) y De las cosas maravillosas (1999).
“Si alguien publica una miscelánea, el comentario suele ser: ‘Se le secó la imaginación. Está publicando tiras y piolines que encuentra en sus cajones’”, se quejó alguna vez. “Misceláneas, género que me gusta y que mis interlocutores más inteligentes suelen rechazar con menosprecio”, se lee en sus Memorias (los libros de recuerdos y reuniones de fragmentos no contaban con la bendición de Borges, que solía considerar que un escritor empezaba a “ponerse póstumo” cuando decidía publicarlos).
El inclasificable Borges no cabe enteramente en algún período o fase de la escritura de Bioy. El autor de La invención de Morel tenía 33 años cuando empezó su tarea de “notario” a fines de la década de 1940. Y Borges no era por entonces la celebridad que fue en la última parte de su vida, cuando periodistas, editores y eruditos lo habían “descubierto” y bebían sus palabras; de modo que el diario, al menos en su proyecto, no tiene las características de recolección nostálgica o aprovechamiento oportunista de una fama que suelen impregnar muchas biografías de allegados, sino que es más bien una especie de experimento cultivado con tenacidad y exigencia a lo largo de décadas.
Bioy describió así en una ocasión al periodista español Manuel Vicent su método de trabajo: “En esta misma sala, sentados los dos a esta misma mesa, solos Borges y yo hemos cenado todas las noches durante más de treinta años. Cuando Borges se despedía, yo pasaba al gabinete y anotaba en un libro diario nuestras conversaciones de sobremesa, como un notario que levanta acta. Tengo más de tres mil páginas escritas e inéditas”. Si el amigo y objeto del registro jugaba el juego o al menos tenía alguna noticia es el gran enigma que sobrevuela el texto del Borges que llegó hasta los lectores.
Para Bioy, el carácter “menor” que tradicionalmente suele atribuirse a la escritura de diarios no era un problema. Como lo muestran sus ensayos de La otra aventura , fue lector gustoso de los que llevaron Arnold Bennett, Samuel Pepys, Coleridge o Jules Renard. En una reseña en ese mismo libro, Bioy señala que los diarios íntimos ofrecen al escritor una forma de resolver la tensión entre obra y vida que siempre los ronda, “una solución no demasiado grata porque la recompensa de ver publicado el trabajo se reserva para la vejez y, aun, oh ironía, para la posteridad”.
Isabel Stratta es periodista y crítica literaria.

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