Eduardo Lizalde, conocido por hacer del insulto poesía, habló sin tapujos de su oficio y la política. Hoy será su recital en el marco del IV Festival Visiones de México, a las 4pm en el Centro Cultural Gabriel García Márquez
Eduardo Lizalde, poeta mexicano.A su paso por Colombia, habló sobre política, internet y la eternidad./eltiempo.com |
El fetiche del poeta mexicano Eduardo Lizalde
es el tigre. Desde niño, encontró con fascinación la figura de este
animal en las novelas de Kipling y las historietas de Tarzán. También lo
influyeron las bestias sobre las que narraban Jorge Luis Borges y
William Blake, pero, sobre todo, sus versos, cuentos y ensayos no
escaparon de esta presencia.
Por eso le dicen ‘El Tigre’, y porque él mismo
parece encarnar al animal. Su poesía y su discurso son amargos,
críticos, violentos y hasta ofensivos. Ese es su encanto.
De hecho, el también poeta mexicano José María
Espinasa ha dicho que pocas veces el pesimismo ha estado tan lleno de
vida como aparece en la literatura de Lizalde. Para él, este hombre da
dignidad al insulto, y consigue, como pocos, la conjunción de lo bronco y
lo refinado.
Sin embargo, a Lizalde, quien en la actualidad
se desempeña como director de la Biblioteca de México, le da igual
escribir del tigre o del más minúsculo animal. “Esa bestia carnicera, la
más terrible, la que es la muerte y la máxima belleza, es mi pretexto
para hacer literatura, pero también podría serlo la mosca, el piojo o la
lombriz”, dice.
No tiene problema en adularse y en halagar a
otros poetas, como Octavio Paz, con quien sostuvo una amistad de 30 años
y a quien califica de “fenómeno, monstruo de la cultura y el escritor
más importante del siglo veinte”, pero tampoco tiene pelos en la lengua
para decir que Juan Rulfo, autor de ‘Pedro Páramo’, “no era un erudito
descomunal ni nada por el estilo. Solo un hombre extraño con talento”.
Esta semana, a sus 85 años y con una lucidez
prodigiosa, llegó por quinta vez a Bogotá para participar de la séptima
versión del encuentro literario 'Las líneas de su mano', organizado por
el Gimnasio Moderno.
Con su agudeza y diatribas características
respondió esta entrevista en la que salva a los poetas de la muerte a la
que muchos los condenan, y se refirió a temas como México, la política,
el internet y la inmortalidad.
¿El poeta nace o se hace?
No lo sé. Solo tengo claro que se pueden dar
lecciones de prosodia, poética o métrica, pero hay una sola cosa que
nunca se enseña: el genio.
¿Entonces no requiere formación?
Primero es el genio, pero también creo que no
hay poetas originales. Todos somos hijos de generaciones. La mía, por
ejemplo, no existiría de no ser por la obra de Vallejo, Neruda y Octavio
Paz. Sin digerir lo que están haciendo los mayores, el poeta no puede
producir una obra personal.
O sea que el poeta siempre es un heredero…
El poeta no puede escribir si es un Robinson
Crusoe, en una isla desierta, sin contactos. De esa forma, ¿a qué se va a
referir? Los grandes poetas son hijos de generaciones, de países y de
ciudades.
¿Y cuándo sabemos si un poeta será grande?
El poeta no sabe qué va a pasar con lo que
escribe hasta que sus interlocutores no lo aplauden. Ese es un milagro
incierto y poco frecuente. Pero a veces hay confusiones: parece que una
obra es la máxima de la historia, y pasado un tiempo, lo decía muy bien
Octavio Paz, ni siquiera el Premio Nobel es un pasaporte para la
eternidad.
¿Cuáles son las obras eternas?
Las que se tejen en la mente universal. Las
que se vuelven arte de nuestra mentalidad, de nuestra lengua. Ser un
quijote es una expresión que no existiría sin Cervantes, o ser un Romeo,
no significaría nada sin Shakespeare. Esos personajes se entretejen en
nosotros de tal forma que se vuelven irrenunciables.
Volviendo a lo que dice sobre los interlocutores, ¿sin ellos no puede vivir el poeta?
Al poeta no le basta con que lo aplaudan sus
tías y su madre. Necesita que el público lo alabe, aunque eso no quiere
decir que a una figura conocidísima, venerada en los museos y en las
bibliotecas, lo lean. ¿Alguien recuerda a algún taxista francés que sepa
de memoria los poemas de Paul Verlaine o a alguien que declame versos
de Octavio Paz en un restaurante de México? ¡No! El gran público no
entiende las dificultades de un texto literario. En el fondo, se
requiere una élite de gente formada y culta, como pasa en la física
nuclear o en la astronomía.
Pero internet le ha facilitado a ese gran público llegar a la poesía y comprenderla, ¿no le parece?
Hoy la literatura puede circular más
fácilmente de un país a otro que antes. Cervantes, por ejemplo, nunca
leyó a Shakespeare. Sin embargo, aunque dispongamos de medios
electrónicos, eso tampoco garantiza que el público lea y entienda.
¿Por qué lo dice?, ¿qué piensa del internet?
Que es como el océano Atlántico: hay basura,
obras geniales y todo tipo de cosas, pero para moverse en ese inmenso
mar se requiere una brújula, un instrumento de orientación. A veces, el
internet también se parece al desierto: es tan grande que todo se pierde
por ahí.
¿Entonces las obras geniales se encuentran en los libros?, ¿y si estos desaparecen como algunos prevén?
No desaparecerá el libro, pero siempre será
igualmente difícil encontrar, o en las páginas de papel o en las
virtuales, la obra genial.
¿Y usted escribe a mano, a máquina o en computador?
No importa si con lápiz, con pluma, con tinta o con cerebros electrónicos. Lo esencial es quién está detrás de los equipos.
¿Qué tanto de político tiene el poeta?
Nada. El político no tiene nada que ver con el poeta.
Pero en 1955 usted hizo militancia en el Partido Comunista Mexicano y luego fundó la Liga Leninista Espartaco…
He militado en todas las corrientes y soy un
desencantado de todos los movimientos políticos del mundo, pero eso no
me formó como escritor. A veces, los poetas que no se ocupan de la
política son los que resultan más agresivos para su tiempo. Por ejemplo,
Garcilaso de la Vega, en pleno siglo 16, nunca escribió sobre un poema
religioso, y eso en la época era una actitud política, una crítica a la
mochonería, a los conservadores y a la devoción eclesiástica de su
tiempo. Tanto así que se empezó a escribir versiones católicas de sus
poemas.
¿Entonces el poeta es un disidente?
Sí. Es un crítico del mundo que lo rodea.
Mientras el político siempre dice sí a lo que le conviene, el poeta dice
no. Yo siempre he dicho que la gran literatura es una bomba de tiempo:
termina transformando la mentalidad, las ideas, las costumbres y aun la
política.
¿Y el poeta tiene una obligación de transformar el mundo?
El poeta es parte del mundo y, por lo tanto, no puede renunciar al mundo ni escribir de otra cosa que no sea el mundo.
¿Cómo es el México de su obra?
No es un México optimista. Mis visiones son
más bien oscuras. Creo que vivo en un mundo terriblemente violento, y
aunque eso no me haya tocado como persona, sí me afecta mental y
emotivamente. A un marciano le importaría muy poco que se mueran dos
millones de etíopes, pero a mí sí, y eso se refleja en mi obra.
¿Hacia dónde va la poesía?
No lo puedo imaginar, pero la poesía está viva y no ha sido bien leída.
¿Está muriendo el oficio de poeta?
Rotundamente no. Los grandes poetas están activos, vivos y trabajando, y los muy grandes, mis amigos, acaban de morir.
¿Y se imagina que están todos reunidos en alguna especie de cielo o infierno?
Soy completamente ateo, no creo que haya Dios y
para mí está vacío el cielo. No hay manera de encontrarnos con los
desaparecidos. Quedan sus obras, que son las únicas inmortales.
Los críticos dicen que su obra ya es inmortal…
No, les agradezco mucho sus buenos deseos, pero ni mi obra ni yo seremos inmortales.
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