Los fantasmas de la revolución
El cubano Leonardo Padura desanda los caminos del asesinato de Trotski. Indaga el hecho, crucial para el siglo XX, a través de la víctima y su victimario, Ramón Mercader
Letras libres. La prosa de Padura, cada vez más política.fOTO;fUENTE:Revista Ñ"Agosto de 1940. Coyoacán. México. "El grito (de Trotski)... removió los cimientos de la fortaleza". Y su muerte, su eco, tan real como simbólico, desnudó las miserias del estalinismo. Ese hecho, con los grises que correspondan, es la llave de El hombre que amaba a los perros, la novela en la que el cubano Leonardo Padura desovilla esta historia crucial, y sobre todo triste, para el sueño de la revolución socialista. El autor tiene un mirador privilegiado para narrar la tragedia. Se para en la misma isla caribeña y se calza el traje de un personaje ficticio, el escritor Iván Cárdenas Maturell, quien en 1977 conoce a un tal López, un enigmático personaje que pasea por la playa dos hermosos galgos rusos, ese hombre dispuesto a confiarle los detalles más profundos de la vida de Ramón Mercader, el verdugo de Trotski. A partir de ese nudo, son tres los personajes que motorizan el relato: Mercader, el comunista español enceguecido por la directiva soviética que lo convirtió en un soldado de la NKVD; Trotski, depositario de la furia de Stalin, que ya viejo y exiliado dará vueltas por el mundo tratando de desnudar a su enemigo, el
sepulturero de la revolución; e Iván, el escritor cubano que representa a la masa, metáfora de una generación y resultado de una derrota histórica que muchos comprendieron tarde. El mismo Padura lo explicita a través de su alter ego: en su intención de entender a Mercader, tenía que entender, mostrar y conocer la magnitud de la víctima. Y todo ello sin dejar de hablar de Cuba, donde transcurre el tiempo real de esta historia, que empieza a escribirse en 1977, un año antes de la muerte de Mercader en La Habana, y termina, si es que le cabe un fin, en este siglo XXI. Va y viene Padura entre sus tres personajes centrales y repite muchos pasajes cruzando sus puntos de vista. Se nota ese esfuerzo que a veces abruma.
En el libro, Liev Davídovich Bronstein, Trotski, es sólo un ejemplo de la furia de Stalin, tal vez el más vital por haber sido un actor crucial de la revolución del 17 y por convertirse con los años en el gran teórico marxista. Pero esa furia también arrasó a figuras como Andreu Nin, el trotskista español que timoneó el POUM, a Erwin Wolf y a los mismísimos hijos de Trotski. Padura también desanda esos vínculos. Lo cuenta tan bien, a veces, que conmueve con la implosión de aquella España ensagrentada por la Guerra Civil, un país que tuvo la Revolución al alcance de la mano y que "sacrificó ese destino porque los dueños del socialismo supremo (los comunistas rusos comandados por el georgiano Stalin )", se volvieron funcionales a las falanges de Franco. ¿Qué hubiera sido de Europa con una España socialista? ¿Qué de la Unión Soviética si Trotski se hubiera impuesto a Stalin? Padura hurga sin ofrecer antídoto en un mundo lleno de mezquindades y delaciones, en el que un titiritero maneja cientos de marionetas, soldados del miedo o de la ceguera. Y nos da su visión de cómo fue que se pervirtió "la mayor utopía que alguna vez los hombres tuvimos al alcance de la mano". Antes y después del crimen, Ramón Mercader, Jacques Mornard o Jacson, algunos de sus nombres, va dando pistas de ese destino, a veces aceptando sus errores, otras veces negándolos maquinalmente.
En esa evolución de los hechos Iván, el personaje cubano, se va arrastrando hacia la escritura con dolor. Y ese dolor se siente y se transmite en las páginas de El hombre que amaba a los perros. Pasa él mismo de las bonanzas de la Cuba ochentista a las penurias del período especial, tras el fin abrupto de la URSS. Deja en claro Padura que la revolución cubana, que nació 20 años después del asesinato de Trotski, demoró en distanciarse de la manipulación y el ocultamiento de una historia que fue escrita y reescrita a merced del poder. Del mismísimo Stalin. "En Cuba era poca la gente que sabía de Trotski", dice Padura. Tampoco en España entendieron el juego de Stalin a tiempo, y ya era tarde cuando convirtieron a Mercader en el símbolo de un gran error para los comunistas españoles. Eso también lo sugiere el libro. En cuanto a Stalin, a Hitler y al final cantado de la URSS, las profecías de Trotski terminaron por cumplirse. Iván, tal vez Padura, convivió casi 30 años con esta historia lacerante.
Lo nuevo en su obra es la historia de Mercader. En una biografía ficcionada, reconstruye la trayectoria de este hombre que nunca dejó de escuchar el grito de Trotski. También es ameno y exhaustivo el relato del penoso exilio del líder e impactante ese fresco de la URSS de Stalin, capaz de crear un nuevo sistema de explotación, "otra clase de dictadura adornada con la retórica y sostenida en mentiras y miedos". La revolución traicionada escribió Trotski. Y Padura rubrica. Costará en cambio sentir la compasión que siente Iván por Ramón Mercader, moldeado para cometer uno de los crímenes más reveladores de la historia del siglo XX. Tal vez sienta él mismo el soplo de Trotski en la nuca y escriba empujado por ese influjo. Trae muchas respuestas El hombre que amaba a los perros, aunque sea ficción. Pero trae sobre todo preguntas. Podremos pensar cómo hacer la revolución del futuro, pero la pregunta es si, alguna vez, superaremos estos odios. La revolución fue traicionada, y éstos son algunos de sus fantasmas.
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