El escritor español visitará la Feria del Libro y presenta su nueva novela Dublinesca
Enrique Vila-Matas, autor de Doctor Pasavento.fOTO;fUENTE:Revista Ñ
"Acostumbrado desde sus inicios a escribir en buhardillas o en trastiendas, como aquella donde completó, para no aburrirse, su primer libro: Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1973), el escritor español Enrique Vila-Matas es consciente de que para narrar el mundo es preciso saber establecer una distancia.
Es por eso que prefiere el aislamiento que regalan las habitaciones, un tópico muy presente en su obra. Le emociona la idea de un personaje cercano al mundo de Samuel Beckett, que está en una habitación donde piensa y escribe, o como le oí decir una vuelta: "el sótano, donde quería escribir Kafka, que era ese lugar ideal para la escritura. El aislamiento del escritor para escribir y apartarse del mundo, para poder escribir sobre el mundo". Cada escritor con su isla. Un espacio abierto pero cerrado al mismo tiempo.
La escritura de Vila-Matas y su persona se manifiestan en los tonos del párrafo inicial de su Dietario voluble (2008): "...al inaugurar este cuaderno rojo de notas o dietario que escribiré desde Barcelona y otras ciudades nerviosas, me pregunto cuál es mi nombre, quién escribe, y se me ocurre que mi cuarto es como una cavidad craneal de la que surjo como un ciudadano inventado." Máscaras, personajes reinventados una y tantas veces; seres que desaparecen como en Doctor Pasavento (2005), o autores que interrumpen la escritura para siempre como en Bartleby y compañía (2006).
En la obra del escritor nacido en Barcelona en 1948 suele ser difícil saber dónde empieza el "racconto" autobiográfico y aquel de la ficción ordenada, sus axiomas y sus disposiciones. Su narrativa me parece un confluir de géneros. Lo que llamamos novela, y lleva su nombre, viene a ser entonces una superposición continua, un alternarse entre la realidad y la ficción, el ensayo y la crónica, las memorias y la poesía.
El personaje de Dublinesca, su última novela, es Samuel Riba, que se considera el último editor literario, tiene un sueño y emprende un viaje a Dublín, ciudad donde no había estado nunca, para repetir el itinerario del sueño. Al mejor estilo de Petronio, el personaje intenta vivir lo escrito (en este caso, lo soñado). Convence a unos amigos a que lo acompañen al Bloomsday para recorrer la Dublín del Ulises de Joyce; allí llevan a cabo un funeral por lo que sería el último libro impreso, un hasta nunca a la era Gutenberg. Una novela que parodia lo inevitable del cambio y lo apocalíptico.
Dublinesca, comenta Vila-Matas, es un homenaje a las relecturas del Ulises de Joyce, así como del Molloy de Samuel Beckett: "Forman parte del attrezzo de la obra. Son como decorados que contribuyen al desarrollo de la historia, si es que hay una historia."
Enrique Vila-Matas tenía previsto visitar Nueva York el 3 de marzo de este año. Fue entonces que le sugerí que nos viéramos para tener una charla. Su nueva novela Dublinesca saldría a los pocos días y era una oportunidad irrepetible para que me hablara de ella. El viaje lamentablemente se canceló pero acordamos llevarla a cabo por correo electrónico.
De todas maneras, he querido pensar que la entrevista sí tuvo lugar en Nueva York y que para ello habíamos convenido sentarnos, obviamente, en un bar irlandés. Las elecciones más emblemáticas resultarían el Finnegans Wake en la calle 73 y la Primera Avenida, o el McSorley's Old Ale House que sigue en pie luego de casi 156 años y donde seguramente se habló mucho de Joyce "ab initio". Ese sería el lugar propicio para la nostalgia literaria mientras el polvo se sigue acumulando en sus paredes, en la estufa centenaria que solía calentar a los antiguos parroquianos y en los ventiladores que ya no largan aire.
La elección, entonces, es esa.
Casi nada se ha movido de sitio: ni las banderas ni los cascos de bomberos que los propios clientes donan para la memorabilia del bar al igual que las pelotas de fútbol y de beisbol o las fotografías de los presidentes estadounidenses que alguna vez visitaron el lugar (allí están, por ejemplo, Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy). Los camareros sirven la cerveza de a dos, favoreciendo la idea del doble, del álter ego, del extravío de la soledad.
Lo que sigue son las respuestas de Enrique Vila-Matas.
Su universo literario es bastante complejo, ¿cómo se combinan todas esas lecturas y episodios a la hora de escribir?
Llevo un año y medio sin hacer vida social, encerrado muchas horas en mi casa de Barcelona, viendo a poca gente. Descubrí que no hay nada tan aburrido como la diversión. No estoy escondido, pero evito frecuentar los lugares a los que antes iba. Por lo que sea, en los viajes me muestro (o me siento) más disponible para explorar el exterior. También en las entrevistas. En entrevistas como éstas. A la hora de escribir, comienzo a hacerlo como ahora he comenzado a contestarle a usted. Algo se pone en marcha y yo me dejo llevar. Una entrevista es un viaje. Y un viaje es un libro.
"Dublinesca" es en parte sueño y pesadilla: el fin de la era Gutenberg que tanto predicen. Hábleme de la presencia de Beckett y Joyce que ya se intuye con sólo leer el título.
La novela es una especie de paseo privado a lo largo del puente que enlaza el mundo casi excesivo de Joyce con el más lacónico de Beckett y que a fin de cuentas es el trayecto principal de la gran literatura de las últimas décadas: el que va de la riqueza de un irlandés a la deliberada penuria del otro; de la era Gutenberg a Google; de la existencia de lo sagrado (James Joyce) a la era sombría de la desaparición de Dios (Samuel Beckett), de lo epifánico a la afonía...
¿Son los editores los que han entrado en crisis, más que los lectores y los escritores?
Me parece que toda mi novela es una parodia de la gran crisis final. Es característico de la imaginación humana encontrarse siempre al final de una época. Desde siempre que oigo decir que nos hallamos en un período de máxima crisis, en una transición catastrófica hacia una nueva cultura. Pero lo apocalíptico ha estado en todas las épocas. Lo encontramos, sin ir más lejos, en La Biblia, en la Eneida. Está en todas las civilizaciones. En mi novela, Riba entiende que en nuestro tiempo lo apocalíptico sólo puede ser ya tratado de forma paródica, sin excesiva seriedad.
¿Qué significó cambiar de casa editorial después de tantos años? Una indiscreción de El Cultural de El Mundo señala que su personaje es el fundador de Anagrama, Jorge Herralde.
Los periodistas, por lo general, han considerado que el libro ofrecía buenos titulares y un juego mediático si lo relacionaban con Herralde y el posible conflicto que haya podido tener con él. Hoy en día muchos periodistas creen que sólo vende la bronca, el morbo. Pero la realidad es otra. Para empezar, el personaje central de mi novela no es mi antiguo editor. Han llegado a preguntarme si la novela era el ajuste de cuentas con Herralde "que todos malpiensan". Y lo más escandaloso es que quien me preguntó esto, acababa de leer el libro y sabía perfectamente que la novela habla de otras cosas. Tuve que explicar, a propósito del tema de mi antiguo editor, que en una relación de tantos años puede acabar habiendo incidencias. Y que, dadas las circunstancias, estoy mejor fuera. Pero obviamente Anagrama ha sido muy importante para mí. Y de ajuste de cuentas, nada.
¿Desde dónde es presentado el personaje de Riba desde la ironía, el miedo, la decepción, la posibilidad de un renacer?
Desde una gravitas melancólica, desde un tono uniforme y sublime como el de los últimos cuartetos de Beethoven. Te estoy hablando de un personaje otoñal (¿no hablaba Gracián del otoño de la varonil edad, cuando se vislumbran los helados horrores de Vejecia?) y de un estilo consumado si hablamos específicamente de la novela, una novela que se ocupa de una peripecia crepuscular a la que el autor se asoma con una capacidad de análisis semejante a la de Edward Said en Estilo tardío: Schonberg, Rothko, Picasso superándose a sí mismo, derrotando su joven yo...
¿El libro como lo conocemos va a sobrevivir? ¿Cuál es su opinión? ¿Hay algo de esto en las reflexiones de su novela?
Claro que sobrevivirá. El funeral que Riba monta en Dublín como despedida de la era Gutenberg es una fiesta. Después de todo, no hay entre la imprenta y lo digital un corte radical como nos quieren hacer ver, sino una continuidad.
El lector con talento, esa frase me quedó girando en la cabeza desde que la mencionó. Borges fue uno de esos grandes lectores. ¿Ha pensado en escribir una novela teniéndolo como personaje?
"El talento del lector", ese es un buen título.
¿Cuáles es el límite de la literatura de la que tan buen explorador fue Joyce y cuáles son los límites en su literatura?
Finnegans Wake, por ejemplo, es un límite extremo. Que Finnegans Wake es puro arte me parece una evidencia. He vivido en variadas ocasiones, en mis obstinadas relecturas parciales de este libro, la sensación inenarrable (y nunca mejor dicho) de percibir que estaba ante el tipo de escritura que mejor se relaciona con la verdad de la vida incomprensible. Y aquí ahora sólo recordaré que Beckett decía que los escritores realistas engendran obras discursivas porque se centran en hablar sobre las cosas, sobre un asunto, mientras que el arte auténtico no hace eso: el arte auténtico es la cosa y no algo sobre las cosas: "Finnegans Wake no es arte sobre algo, es el arte en sí". En Dublinesca he querido acercarme a cuestiones como ésta, y he bordeado límites.
"Entregarse al lenguaje es abandonar la vida real" escribía en su novela "Doctor Pasavento". ¿Entregarse a los sueños es también un modo de sustraerse de esa condición de realidad que nos adjudican?
Todo Dublinesca es el cumplimiento de un sueño premonitorio. Todo lo que el protagonista soñó que le pasaba en Dublín (donde nunca, por cierto, había estado hasta entonces) se cumple, salvo un viaje de Dublín a Cork, que queda por realizar. Quizás ese viaje a Cork ya ha nacido con un pan bajo el brazo y el título incorporado: "El talento del lector". Usted me ha dado el título. ¿Se da cuenta?
Nació en "la ciudad nerviosa", como llama a Barcelona. Novelista y ensayista, publicó libros como "Historia abreviada de la literatura portátil", "Suicidios ejemplares", "Bartleby y compañía" y "Doctor Pasavento". "París no se acaba nunca" cuenta sus años en la capital francesa, cuando vivía en la buhardilla de Marguerite Duras. Con "El mal de Montano" ganó el Premio Herralde de Novela. "Dietario voluble" fue su último libro en la editorial Anagrama, cerrando así una relación larga y productiva. Entre sus muchos premios, cabe mencionar el Rómulo Gallegos (2001), el de la Real Academia Española (2006) y el Prix Médicis-Etranger (2003). Pertenece a la Orden de Caballeros del Finnegans, un grupo reducido que venera la obra de Joyce y recorre religiosamente las calles de Dublín. Su nuevo libro se llama, justamente, "Dublinesca".
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