Hoy tenemos la suerte de contar con este relato escrito por J. L. Rod, que acaba de publicar La suerte de los irlandeses, un libro sobre un topo de ETA infiltrado en el CNI que
ha recibido muy buenas críticas. Guionista de cine y televisión en
Hollywood, Rod ha creado a Pat MacMillan, un personaje que ha generado
todo tipo de adhesiones
Nos queda saber si esto es ficción o si estamos ante el nacimiento de la novela. Quién sabe.
"La
vida puede ser maravillosa", pensé para mí. Finales de agosto,
principios de septiembre, mi época preferida del año. Vacaciones. The
Crown Liquor Saloon, mi pub preferido de Belfast. Apuraba la tercera
pinta de Guinness para intentar rematar el generoso plato de Crown Champ
que tenía delante de mí, un fantástico guiso típico irlandés hecho a
base de puré de patatas, cebollas rojas picantes y salchichas de cerdo
hervidas cargadas de especias hasta más allá de lo razonable. Una puta
bomba. Había lucido un sol extraordinario durante todo el día, pero en
cuestión de segundos el clima cambió como por arte de magia y todos los
parroquianos del local comenzamos a observar sorprendidos a través de
las ventanas cómo unas nubes malignas completamente negras comenzaban a
descargar agua torrencial en cantidades más propias de Saigón en época
de lluvias que de la capital de Irlanda del Norte en el tramo final del
verano. El tipo que estaba en la barra a mi lado, al ver mi cara de
asombro ante tan brusco cambio climatológico, me dijo
despreocupadamente, mientras ojeaba su Northern Telegraph:
-
Debe de haber empezado el concierto…
-
¿Perdón, que concierto?—pregunté con extrañeza—.
-
Siempre que canta Van Morrison en cualquier parte del mundo llueve en Belfast…
-
¿Me estás vacilando?—le contesté entre carcajadas, dando por hecho que era una de esas insuperables bromas irlandesas.
Recuerdo como si fuera ayer cómo me miró aquel tipo, con la
misma cara de incredulidad que si le hubiera negado la existencia del
mismísimo San Patricio. Sacó su iPhone del bolsillo, estuvo tecleando
unos segundos en el aparato y a continuación puso con cara desafiante la
pantalla del teléfono delante de mis expectantes narices. El Safari
mostraba la página web de Morrison, en la que quedaba bastante claro
que hacía cinco minutos exactos que El Leon de Belfast había comenzado
un concierto en el Royal Albert Hall de Londres. Me quedé completamente
estupefacto. El tipo guardó su iPhone y siguió con su periódico,
impasible ante mis reiteradas disculpas por haber dudado del tormentoso
poder sobre las nubes y los truenos por parte del autor de "Someone like
this". Aquello había que arreglarlo.
-
¿Me aceptas una Guinness?—pregunté—. Perdona, no conocía esa historia, es buenísima. Soy muy fan de Van Morrison.
-
Nunca le preguntes a un irlandés si le puedes invitar a una Guinness. Es como si tu mujer te pregunta si te importa que te la chupe—contestó sonriendo mientras extendía la mano para presentarse—. Me llamo Pat. Pat MacMillan.
Pedí al camarero dos pintas haciendo el signo de la
victoria. Ciento diecinueve segundos después, el tiempo necesario para
dejarla reposar y disfrutarla como se merece, depositó en la barra dos
magníficos ejemplares de la mejor cerveza del mundo. Good things come to
those who wait. "Cosas buenas les llegan a aquellos que esperan."
Brindamos y dimos el primer sorbo de ese mágico brebaje negro rubí
coronado de nata espumosa blanco marfil, mezcla de café torrefacto y
regaliz. No fue el último. Pat tenía buena conversación y amaba a
Morrison tanto como yo, dos buenas razones para pasar la tarde con aquel
tipo, a la espera de que el Maestro acabara su concierto y dejaran de
caer en las calles de Belfast varias toneladas de agua por segundo.
Bebimos varias pintas. Muchas. ¿Cuatro? ¿Cinco? Tal vez seis o siete,
sinceramente no lo recuerdo. Pero sí que guardo en mi memoria que me
contó divertidas anécdotas del bueno de Van que yo desconocía por
completo y que me explicó al detalle como el Dios creador de joyas como
"Astral weeks" o " Keep It Simple" había superado los cientos de
dificultades que le fueron surgiendo a lo largo de su carrera hasta
alcanzar el éxito. A la quinta ocasión en la que repitió la dichosa
frase no puede evitar preguntarle.
-
¿Qué significa eso?
-
¿El qué?—respondió sorprendido—.
-
"La suerte de los irlandeses". Has dicho esa frase varias veces, no la había escuchado nunca.
-
Morrison la tiene. Yo la tengo. Todos nosotros la tenemos. La suerte de los irlandeses. ¡La buena, la mala o ninguna de las dos!—dijo riéndose mientras pedía otra ronda—. Viene de la época de la fiebre del oro en California, siempre lo encontrábamos antes que los demás. O no…
Hablamos, hablamos y hablamos, haciendo honor al lema del
Palace Bar de Dublín. "Conocemos a los pájaros por sus canciones y a los
hombres por sus conversaciones". El tiempo pasó volando. De repente Pat
miró por la ventana. "Ya no llueve—dijo melancólico—. El Leon de
Belfast ha terminado su concierto. Te lo dije". Estábamos borrachos. Era
inevitable. Cantamos a dúo You don't know me, mientras el
camarero nos hacia los coros y ponía la percusión dando poderosas
palmadas sobre la barra. "Now if you dont know the one who longs at you
each night. And longs to kiss your lips and longs to hold you tight. You
know I am just a friend. Thats all I've ever been. You dont know me".
Después, aquel tipo me puso la mano en el hombro y me miró con ese tipo
de mirada que solo ponen los borrachos cuando están a cinco minutos de
convertirse en Aristóteles. "Recuerda que nunca jamás ningún hombre
blanco cantará como Van Morrison". "Yes, of course", le dije emocionado.
El cabrón de Morrison siempre me hace llorar. Había llegado la hora de
irse. Nos abrazamos para despedirnos y nos intercambiamos los números de
teléfono, en la seguridad por ambas partes de que jamás volveríamos a
vernos. Fue una tarde maravillosa.
Regresé a casa un par de días después. Según entré dejé la
maleta en la puerta, subí corriendo al despacho y encendí el ordenador.
Llevaba un año documentándome sobre la historia que tenía entre manos.
La historia de un agente del CNI que debe detener a un topo de ETA
infiltrado en La Casa. La historia de un héroe del pueblo, de la gente
normal y corriente. Un héroe que tiene que violar la ley para poder
hacer justicia. Y estaba feliz. Aquel jodido irlandés amante de la vida
en forma de música y cerveza me había hecho uno de los grandes regalos
de mi vida. Por fin podía comenzar. Tenía el nombre de mi protagonista y
el titulo de la novela. Abrí una lata de Guinness, puse el vinilo de Down the Road
para ambientarme y comencé a teclear. "Pat MacMillan. La suerte de los
irlandeses. Capitulo uno". Al fin y al cabo, la vida puede ser
maravillosa. Solo depende de nosotros.
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