2.10.14

Crímenes y fanatismos

En su premiado debut literario, Karim Miské elige el policial para reflexionar sobre la adicción al sexo y la soledad
Miské. Actualmente vive en Francia y realizó películas documentales sobre una amplia gama de temas./revista Ñ

Portada Arab jazz de Karim Miské.
 
Arab jazz , premiada con el Grand Prix de la Litterature Policière, es un policial muy intelectual, muy francés y no sólo por la ambientación (París) sino sobre todo por el manejo complejo y variado de estrategias, entre muchas otras, citas constantes de cultura popular y elevada; estructura temporal complicada; ritmo muy lento al principio y cada vez más acelerado y comprensible al final.
Como corresponde al género, el comienzo es un cadáver. A partir de ese descubrimiento, la narración se abre hacia el pasado y el futuro y termina en otras muertes. Como siempre en el género, están presentes tanto el crimen como la ley y sus agentes, en un curso de colisión.
Por supuesto, el crimen sirve para explorar otros temas. A primera vista, el central parece ser el análisis de las religiones monoteístas cristiana, judía y musulmana en sus versiones más extremas y sectarias.
Pero si se lee más en general, más desde lejos, Arab Jazz es un libro sobre adicciones de todo tipo, desde la de las drogas a la del sexo y la soledad. En ese contexto, para Miské, los personajes religiosos son adictos que necesitan superar el fanatismo y a quienes la tarea no les resulta fácil.
Fiel al género, la novela gira alrededor de la violencia, una violencia muy del siglo XXI: sanguinaria y escatológica. El autor maneja el suspenso a través de su narrador en tercera persona que pasa de un personaje a otro. La limitación del punto de vista a lo que sabe un personaje ayuda a construir escenas magistrales de terror, por ejemplo, el último corte de pelo de Ahmed, uno de los protagonistas, en la peluquería de Sam.
Los personajes están cuidadosamente construidos, desde la personalidad a la historia. Miské los mira con ojos bien abiertos pero con bastante piedad excepto al grupo selecto de los que se creen “dueños de la verdad”, y desprecian al resto, todos ellos relacionados con lo que algunas religiones llaman “el Mal”.
Excepto por ese grupo, el narrador ve humanidad en hombres y mujeres llenos de defectos, tocados por traumas profundos, con fantasías terribles, y hace un intento permanente por romper todas las miradas estereotipadas, todas las etiquetas: las raciales, las clasistas, las de género.
Las vidas que cuenta la novela están tocadas por la locura y el espanto, todas, incluso la de los policías. La reflexión sobre esas vidas cambia a lo largo de las páginas: desesperante al principio, va virando hacia la esperanza.
Tal vez, ese cambio se relacione con otra de las dimensiones del libro, paralela a la socio política: la filosófica. Porque Miské salpica su ficción con frases como: “El asesinato es una experiencia interior para los detectives”, donde uno de los detectives es, por supuesto, el lector, sea quien fuere; “En el crimen, se ofrece la ‘eternidad’”; o la definición de la “investigación policial” como “terapia de grupo”.
Un abanico de lecturas posibles para este policial que, en una traducción que es muy buena en fragmentos y no tanto en otros, tiene la capacidad para abrir caminos de interpretación sin sacar los pies del género policial, aprovechando así la versatilidad de un género que ya probó muchas veces su capacidad para expresar la contemporaneidad a través de caminos siempre nuevos.

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