Alexis Ravelo asume la autoría de El viento y la sangre, atribuida al falso autor estadounidense
El escritor Alexis Ravelo, creador de M. A. West. / Quique Curbelo./elpais.com |
“Acaso por su propia tendencia al anonimato, Martin Aloysius West es
uno de los grandes olvidados de la novela negra norteamericana”,
comienza la reseña del autor de El viento y la sangre (Navona, 2012). Tan anónimo que no existió. Ni existió ni escribió la obra. Su autor, Alexis Ravelo, escritor galardonado este año con el premio Dashiell Hammett,
proponía con su publicación un juego en el que el escritor, la
procedencia y su biografía eran inventadas. “El culto a la personalidad,
herencia del romanticismo, a veces hace que el texto pierda el valor”,
concede. “En ocasiones las etiquetas son un lastre, como una celda”,
afirma. Y concluye: “Ha sido una máscara para demostrarme que no soy un
escritor canario, español o calvo, sino, sencillamente, un artesano, un
escribidor”. Así nació M. A. West que, por cierto, nunca más volverá a
escribir.
El viento y la sangre era hasta esta semana una novela pulp
firmada por Martin Aloysius West, escritor estadounidense nacido en
Cincinatti, publicada sobre 1950 y caída en el olvido. “La encontré tras
un gran trabajo de investigación”, le dijo el escritor Alexis Ravelo a
Pere Sureda, de Navona Ediciones.
“Puede valer para la colección de novela negra”, sugirió. Sureda,
reputado experto, la leyó y se la “tragó”, reconoce. Devolvió la llamada
y Ravelo le dijo que se había inventado la biografía de West, sus
referencias bibliográficas y los diez trabajos más que supuestamente
tenía publicados el estadounidense; que la pieza no se había escrito en
Estados Unidos, y que la traductora, la periodista Thalía Rodríguez, era
cómplice de la trampa. La novela se escribió en Las Palmas de Gran
Canaria en 2012 y su autoría era de quien le hablaba. Sureda dudó. Se
enfadó unos instantes y admitió el mérito: “Juguemos a lo que quieras
jugar, Ravelo”, le dijo.
El juego, cuenta su autor, nació de un “ejercicio de estilo” y se
convirtió en un reto que intentaba poner la lupa justo encima del texto,
olvidando el nombre de un desconocido autor estadounidense de mitad del
siglo pasado. Cansado de ellas, trataba de eliminar etiquetas. No es un
juego nuevo: algunos otros, entre ellos Boris Vian con heterónimos como
el de Vernon Sullivan, ya lo hicieron antes. “Es un pecado que quise
cometer”, dice Ravelo. Se trata de quitarse de encima el peso de haber
nacido en un lugar y pertenecer a una generación. “Lo complicado es
crear desde otra cabeza, con las limitaciones que da su ubicación
geográfica e histórica, personajes que fueran reales”, expone.
El viento y la sangre se sigue vendiendo en las librerías
con un goteo intenso y continuado. Navona ha recibido comentarios y
buenas críticas de una obra que sorprendía por su método, por su
estructura clásica, “canónica” hasta el extremo, como dice el autor. Por
fugarse de las manos de forma trepidante entre personajes descritos de
forma prolija y casarse con la lógica más sangrienta y por el diálogo
directo como un tiro en la sien. “Después de ser cómplice del autor, se
la pasé a grandes expertos y amigos que me devolvieron con un aplauso
esta obra sin saber que su autor era canario, consternados por no
conocer a M. A. West”, dice Sureda. La obra es la segunda de una
colección, Navona Negra, en la que se encuentran apellidos como Chéjov o
Dürrenmatt.
Quería volver a dar la importancia al texto, no al nombre y las etiquetas que lo acompañan
Alexis Ravelo, creador de M. A. West y autor de El viento y la sangre
La novela desprende crudeza y en ella Ravelo se puso la careta de
West para viajar hasta los años 50 en Estados Unidos, en Dakota del Sur y
escribir como si hubiese nacido en 1927 en Ohio. Sus personajes de una
forma u otra salen de la periferia de Chicago para encontrarse en
Marksonville, una pequeña ciudad que sirve de escenario para explícitas
escenas de sexo y mucha violencia en una trama en la que se deja ver la
evidencia de un sistema corrupto y en el que la mafia tiene un peso
determinante.
M. A. West, decía su falsa biografía, era un tipo en apuros
económicos, con muchos hijos, que escribía para completar un sueldo que
le permitiera sobrevivir. Cuando Ravelo comenzó a escribir la historia
tenía “la nevera muy vacía y el corazón muy lleno”. Dos años después, se
conoce su autoría y en ellos ha recogido el premio Getafe Negro, por La última tumba (2013), y el Hammett, por La estrategia del pequinés
(2014). En unos días parte hacia Córdoba, Argentina, para participar en
el encuentro internacional de novela negra Córdoba mata, y en el horno
ya cuece su último trabajo, que saldrá en unos meses. Acostumbrado, y
aún apabullado por sus propias escenas de sangre, Alexis Ravelo ha
matado de un tiro a M. A. West. Un tiro limpio y pulcro. “Es
impresionante el mérito”, dice Sureda, y remata en alusión a las
dificultades que atravesaba el escritor: “Es una forma de salir al
mundo. De decir que las etiquetas y el origen, a veces, son una
condena”.
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