Archer, como su creador, como la vida, evolucionó a lo largo de casi treinta años en un caso no único pero sí excepcional en la historia del género. No sabemos exactamente qué pasó con él, pero sí lo que vivimos a lo largo de esas 18 novelas en las que un hombre solitario, honesto, muy brillante y perspicaz, decidido, algo melancólico y enemigo nato de la injusticia nos lleva de la mano por toda una época y por casos que muestran lo peor de las cloacas del ser humano
Paul Newman, presto su cuerpo, mirada, voz y ojos para corporizar a Lew Archer./elpais.com |
Ross Macdonald (seudónimo de Keneth Millar, California, EE UU, 1915- 1983) terminó abruptamente con las aventuras de Lew Archer en 1976 con El martillo azul
(RBA, traducción de Aníbal Fernández). La vida fue cruel con el maestro
de la novela negra de posguerra y un Alzheimer devastador le dejó sin
capacidad para escribir y borró de su memoria sus creaciones.
Archer, como su creador, como la vida, evolucionó a lo
largo de casi treinta años en un caso no único pero sí excepcional en la
historia del género. No sabemos exactamente qué pasó con él, pero sí lo
que vivimos a lo largo de esas 18 novelas en las que un hombre
solitario, honesto, muy brillante y perspicaz, decidido, algo
melancólico y enemigo nato de la injusticia nos lleva de la mano por
toda una época y por casos que muestran lo peor de las cloacas del ser
humano. Consciente o no de lo que le ocurría, Macdonald incluye en esa
crepuscular y bella última novela pistas que podrían hacer pensar que el
otrora atractivo y brillante Archer termina sus días presa del
Alzheimer. Esta es su historia y mi homenaje.
Vaya por delante una aseveración: Lew (por Lew Wallace, autor de Ben Hur) Archer (en principio por el socio de Sam Spade que muere al inicio de El Halcón Maltés,
extremo que Macdonald reconoció y luego negó en varias ocasiones) es
mucho más que el detective que completa la trilogía iniciada por Marlowe
y el propio Spade. Con este personaje, Macdonald se aleja de los
homenajes más o menos fallidos a Chandler y Hammett, explora otras vías,
construye un detective que crece como un personaje que bebe del hard boiled pero que lo supera y abre otras vías.
Cuando le conocemos, Archer tiene 39 años y ha estado en la
guerra, donde ha servido en Inteligencia. Antes de ir al campo de
batalla fue 10 años policía en Long Beach, donde llegó a sargento y ha
trabajado para el fiscal. Pero no gustaba a sus jefes: es demasiado
honesto, está demasiado empeñado en la verdad, es demasiado difícil
disuadirle para que se conforme con lo que conviene. Antes de todo esto
ha sido un joven problemático que coqueteó con la delincuencia.
Archer es ambicioso, como su generación, mide 1,80 y pesaba
85 kilos, ojos azules, pelo moreno, bien musculado, atractivo. Podemos
decir que el hecho de que fuera Paul Newman quien protagonizase las
adaptaciones al cine no es ningún dislate (hay varias versiones sobre
por qué el detective se llama Harper y no Archer. La más reconocida es
que Newman tenía predilección por los personajes que empezaran por H y
lo pidió él mismo).
Le gusta vestir bien y no le importa gastar dinero en
trajes caros. Lleva sombrero, hasta que se pasa de moda, porque Archer,
madura, envejece, se adapta a la época. Ama los coches y es muy
perseverante en esto. Tiene un descapotable azul. Cuando se lo roban y
destrozan se compra otro descapotable azul. Luego le ocurre lo mismo con
otro verde. Fue fiel a los descapotables y, sobre todo, a los Ford. Su
despacho es discreto y pequeño y los dos lugares en los que habita a lo
largo de su vida, también. No necesita mucho porque su verdadera pasión
es su trabajo. Fuma y lo deja junto a millones de estadounidenses
cuando, a mediados de los sesenta, la industria se ve obligada a
reconocer que mata. Bebe, y le gusta, pero prefiere no emborracharse y
le da un poco a todo: whisky, bourbon, cócteles (el Gibson, con cebolla,
para comer) y cerveza.
En general, nuestro detective trabaja solo y está más o
menos solo en la vida. Tiene algunos compañeros de profesión (como el
matrimonio Arnie y Phyllis Walters de Nevada) a los que recurre si es
necesario, pero le gusta ir a su aire. También está algo solo en la
vida. El periodista Morris Cramm y algunos agentes y guionistas de
Hollywood, mundo del que se aleja progresivamente porque lo detesta cada
vez más, son las pocas relaciones amistosas de un hombre melancólico
que encuentra refugio y conversación en las telefonistas de su servicio
de contestador, a las que llama por su nombre y con las que mantiene una
amistad más fiel que con cualquier otro mortal.
Las mujeres y L. A.
¿Y las mujeres? Ay, las mujeres. Archer no supera la
separación y divorcio de Sue, mujer que de una u otra manera está
presente a lo largo de toda su vida. Sue le deja por lo de siempre: se
preocupa demasiado por los demás y demasiado poco por ella. “Ojalá
supiera quién eres”, le dice en una ocasión. La huella que deja se ve en
algunos recuerdos y, sobre todo, en la tendencia de Archer a buscar
relaciones más o menos interesantes pero destinadas al fracaso.
Archer vive en California, lugar que ama. En sus novelas se
puede sentir como en pocas la fuerza de ese océano, la presencia
abrumadora de las carreteras, de esos impresionantes nudos de autopistas
cuyo murmullo se oye desde su casa “lejano pero íntimo , como el
murmullo de la sangre en mis venas” (La mirada del adiós); se
percibe la presencia de la brisa, de la noche, de la tristeza del cielo
azul. Como dice Sue Grafton, “Macdonald nos descubrió una California que
no sabíamos que existía”. Y eso que se inventa los nombres de muchas
localidades. Da igual, toda California y en especial Los Ángeles, ciudad de detectives por excelencia, ese “laberinto construido por un niño inspirado” encuentran en Macdonald su mejor retratista.
Archer es un personaje lleno de fuerza pero triste, sin
familia pero que se pasa la vida investigando las miserias y la bazofia
que sale cuando se escarba un poco en las relaciones familiares de la
clase media y media alta de la zona. Cuando se le contrata y empieza a
descubrir la verdad siempre alguien quiere deshacerse de él. Pero es muy
difícil que deje un caso. Nuestro querido personaje recurre a la
violencia sólo en última instancia e incluso el 38 que lleva en sus
inicios va desapareciendo a lo largo de los años. Con el tiempo se
vuelve más reflexivo y psicológico, pero demuestra desde el principio
que el hard boiled había dejado de ser territorio exclusivo del alcohólico violento y cínico.
Siempre que leo algo de Lew Archer, en sus novelas o en la
extraordinaria recopilación de relatos dirigida por Rodrigo Fresán y
publicada bajo el título de Expediente Archer por Roja y Negra me le imagino con el rostro reflexivo, con el semblante que define en mi novela preferida de toda la serie, La mirada del adiós,
cuando dice tras una pelea: “Ambos tenían una extraña mirada en sus
rostros, como si los dos estuvieran al borde de la muerte. Como si
realmente desearan matarse y dejarse matar. Yo conocía esa mirada de
despedida, la mirada del adiós”.
La vida puede ser dura y cruel. No sabemos qué pasó con
Archer pero sí que Macdonald dejó pistas. Dice Archer en esa joya que es
El martillo azul: “Sentí por un momento que se estaba
repitiendo una vieja historia, que todos habíamos estado allí antes. No
recordaba exactamente de qué historia se trataba ni cómo terminaba, pero
sentía que de algún modo la conclusión dependía de mí”. Sabemos, eso
sí, que le queremos y que seguimos disfrutando de un hombre que cuando
le preguntaban de qué lado estaba contestaba: “Del de la justicia. Y,
cuando no se puede, con el más débil”. Amén.
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