Vuelve la serie Larga distancia, del escritor José Ovejero durante su periplo por América Latina por la presentación de su novela La invención del amor. Hoy desde Argentina
Avenida Corrientes de Buenos Aires. /elpais.com |
Este es un viaje de primeras impresiones.
No me quedo largo tiempo en los países: llego, hablo con gente, miro, escucho,
me voy. La primera impresión al llegar a Buenos Aires: el policía de
inmigración me pregunta la dirección en la que me voy a alojar. Pero días atrás
me robaron el ordenador y ando como perdido recuperando documentos que necesito
en el día a día; y entre medias se me olvidan cosas básicas, como anotar la
dirección del hotel y también los datos de quien me viene a recoger. “No lo
sé”, le digo. Él insiste en que tengo que darle una dirección y empieza a
recitar nombres de hoteles. “Mire”, respondo, “yo me puedo inventar uno,
decirle que sí, que es ése, pero la verdad es que no tengo la menor idea”. Si
esto fuese Estados Unidos, sería el instante en el que me llevarían a una sala
para un interrogatorio detallado –ya me ha sucedido-. Pero el policía me mira,
contempla mi pasaporte y dice: Bueno, vamos a poner Hotel X (y nombra un hotel
de una cierta cadena), ¿le parece bien?!”. “Bárbaro”, respondo, y me voy tan
contento a recoger el equipaje. Llego entonces a Buenos Aires, a la generosidad
y el desorden, a la modernidad que no ha perdido la escala humana.
La línea de tren, en la estación de Retiro,
divide dos mundos: el de la Recoleta a un lado, esto es, el de las tiendas de
lujo, los anticuarios, los edificios de aspecto parisino, y al otro el de la
Villa 31, una de las villas miseria de Buenos Aires. Estos días me comentan
cómo está creciendo Buenos Aires, el cambio que ha dado Puerto Madero, donde
cada día abre un restaurante…; al pasar por la villa veo también multitud de
viviendas por terminar, endebles estructuras apiladas unas sobre otras,
inclinadas, desparejas, bastas. Crece también la Villa 31, noche a noche. Dos
mundos, y solo el muro casi invisible de las vías del tren para separarlos,
pero tan infranqueable para quien quiera irse a vivir al otro como si tuviese
varios metros de alto.
Si en Caracas toda conversación acababa
girando en torno a la inseguridad, en Buenos Aires siempre terminamos hablando
de la economía.
Todavía nadie había mencionado la palabra
“psicoanálisis” hablando de mi novela. Que sea en Buenos Aires la primera vez
que una periodista la pronuncia parece casi un chiste sobre los argentinos.
Pero -¿por qué “pero”?- me hace una de las entrevistas más inteligentes de la
gira.
Me quedo con la frustración de no cenar con
Mempo Giardinelli y Natalia Porta. Habíamos quedado en vernos esta noche pero
no han podido venir. Mempo me invitó hace años a participar en el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura,
que montan ambos en Resistencia desde hace casi dos décadas. Es un
acontecimiento en una región a la vez deprimida económicamente y alejada de los
circuitos culturales. Un público de lectores, bibliotecarios y maestros, no
solo de Resistencia, también de pueblos del Chaco desde los que algunos
llegaban en bicicleta. Lo recuerdo como uno de esos momentos en los que sientes
que ser escritor sirve para algo.
Desde el hotel en el que me alojo se ve el
edificio del Museo Nacional de la Inmigración, junto al río. Me gustaría entrar
en este Ellis Island porteño y ver en qué condiciones se recibía a los
inmigrantes –y se los mantenía en cuarentena-, pero al parecer está cerrado,
según su página web por “cuestiones operativas”. Acabo de enviar un mensaje a sus
administradores pidiendo visitarlo este fin de semana. ¿Recibiré alguna
respuesta?
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