27.7.13

Ideas de marcadeo para casas editoriales

Los talleres literarios y el sistema de premios literarios generan frustración e impotencia para la mayoría de los escritores que participan de ellos. En esta columna de opinión se propone un modelo para generar nuevas novelas más ligados a los sistemas complejos que hacen funcionar el mundo real

La máquina que devora vidas./revista Ñ

Tengo una idea que creo que es muy buena, pero no sé qué hacer con ella, entonces la voy a regalar. Es así. Las casas editoriales, grandes y chicas, tendrían que tener un sistema de becas para escritores. Funcionaría de la siguiente manera. Convocarían a escritores que están en diferentes etapas de sus carreras (un principiante raso; un escritor con unos cuentos sueltos publicados; una novelista de un gran libro, pero que está trabada; un guionista de televisión que quiere escribir ficción ...). Lo que se armaría es una especie de taller literario pero con un fin pragmático: publicar excelentes novelas de tópicos urgentes y realmente interesantes (esto es subjetivo, ya sé, pero aguántenme unas líneas más). De los becarios, al fin de un año –ponéle– cuatro serán seleccionados para quedarse en la editorial y escribir una novela. Pero acá viene el truco. Un editor les va a poner el tema. Si yo fuera editor les haría escribir sobre un mundo que está totalmente fuera de los tópicos del ghetto literario actual. Nada de introspección palermitana; nada de autobiografías ficcionalizadas proustianas. Por ejemplo, me gustaría leer una novela sobre el mundo de un avión comercial (saber cómo es volar un avión, cómo es la vida de uno de esos tipos que lo estaciona, qué piensan las azafatas de sus clientes). Me gustaría leer una novela sobre las cárceles y toda su complejidad social, política y económica. Me gustaría leer más novelas sobre la política. Hay por lo menos 20 novelas que se podrían escribir sobre el mundo del fútbol. Me gustaría leer una novela sobre la construcción de un edificio en Puerto Madero (desde lo financiero, pasando por la vida de los obreros y los eventuales dueños). En este sistema, el editor de los novelistas funcionaría como un buen editor periodístico. Apoyaría a su escritor en todos los aspectos de su labor: haciéndole contactos relevantes, poniéndole plazos, dándole bibliografía, alentándolo. Y asegurándole que lo que escribe será publicado. En los últimos años, la crónica le ha ganado la partida a la ficción, tanto en los Estados Unidos como en Latinoamérica. Una de las explicaciones de esto es que la crónica responde a una necesidad editorial clara: el tema tiene que ser novedoso y relevante; tiene que meter al lector en la experiencia de una vida ajena, de manera urgente. Tiene que ser claro, desde el título, por qué el libro es interesante y necesario. A mí me gustaría leer una buena novela sobre un geriátrico o un jardín de infantes. Hacen falta excelentes novelas sobre científicos. ¿Cómo es la vida hoy de un cura que cree que Cristo realmente es el hijo de Dios? ¿O de uno que no? Quiero leer esa novela. En este sistema, los becarios, en su año de cursada, también serían instruidos en el arte de la edición. Así podrán formar sus propios sellos, o trabajar como agentes, buscando nuevos autores. Aquí el lector de esta nota podrá protestar que todo esto es muy comercial y elitista. Pero la novela siempre fue un objeto inmerso dentro del comercio. Dickens, Dostoievski, Tolstoi, Joyce, Hemingway, todos estaban tan pendientes de temas de publicación, distribución y ventas como de su arte. Por otro lado, el arte más comercial que existe, la televisión, ha respondido a los desafíos que planteo en esta nota. En otros tiempos The Sopranos , Six Feet Under, Lost y The Wire hubieran sido maravillosas novelas. En cuanto al elitismo, el sistema de premios es la definición más pura del elitismo. Genera mucha soledad, tristeza y desaliento. Ya que estoy dándole ideas a los de marketing de las editoriales, tengo otro plan para llegar al mismo fin: alentar la producción de una nueva ficción más ligada a los sistemas que hacen funcionar el mundo real. Podrían existir una serie de premios menores para novelas que tratan una temática en particular. Para la mejor novela sobre cirujanos; sobre alpinistas; sobre contadores; sobre ingenieros de puentes... El trabajo del novelista es muy solitario y sus frutos son magros. Hay que encontrar una forma, desde el lado comercial, de alentar a los grandes escritores anónimos que tenemos, y sacarlos a la luz. De ayudarlos a contar cuentos que nos ayuden a comprender este mundo tan complejo, cruel y maravilloso en el cual vivimos todos, por este brevísimo instante.

La máquina que devora vidas

Cuando el gran Franco Torchia era ladero nuestro acá en la redacción de la Revista Ñ solíamos inventar personajes grotescos que llamaban a sistemas con preguntas imposibles. El mejor era una vieja que marcaba el interno de apoyo informático y decía: “Hoooola. Sí. Miraaá. Yo me estoy yendo a Mar de Ajó para las vacaciones y me dicen que el dúplex que alquilé no tiene Wi-Fi. ¿Me podrían bajar Internet a un pendrive así puedo seguir con unos laburitos que me quedaron pendientes acá en la ‘ofi’?”. ¿Una idiotez? Sí y no. ¿Quién no te dice que un día esa vieja imaginaria no sea –accidentalmente– una visionaria? Hoy, ahora mismo, unos bellos dementes están realizando un proyecto tan imposible como la pretensión de nuestra amiga oficinista: imprimir todo el Internet. La idea original fue del artista Kenneth Goldsmith. Para lograr su meta alquiló en la Ciudad de México un galpón de 500 metros cuadrados con techos de 6 metros de alto. A través del sitio Printing Out The Internet, ha solicitado que cualquiera imprima lo que pueda (una hoja o un camión entero de hojas) de la web y lo mande a México. El proyecto tiene plazo hasta el 30 de agosto. Aunque suena Dadá, hay un centro moral en este proyecto. Goldsmith lo ha dedicado a la memoria de Aaron Swartz, el militante de Internet que fue arrestado en enero pasado por bajar ilegalmente (pero en el espíritu de compartir información) archivos del sitio JSTOR. Swartz tenía 26 años. Con un posible veredicto en su contra que resultaría en 50 años de cárcel y multas de más de un millón de dólares, Swartz se suicidó, ahorcándose en su departamento. En cuanto a Goldsmith, obviamente sabe que su meta es imposible, pero como el chiste de Torchia, el propósito es esforzarte a pensar en términos materiales y pragmáticos: ¿Qué es el Internet? Es una pregunta urgente. En estos días sabemos que, por ejemplo, es una gran máquina de espionaje. Incluyendo a Swartz, ya ha –literalmente– devorado vidas.

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