Roberto Bolaño: Diez años de ausencia presente
A propósito de los diez años de la muerte del autor chileno, recordamos esta opinión de Margarita Valencia sobre el autor de Los detectives salvajes
Roberto Bolaño asimiló la premisa borgeana: no escribir para el olvido./revistaarcadia.com |
En Bolaño, la literatura es un viaje incesante hacia la muerte, pero no discurre en línea recta.
-Eduardo Lago
-Eduardo Lago
La noria de los medios ha vuelta espuria la fama, para confusión de
quienes andan por el mundo de las artes y las letras anhelando una
notoriedad que por otra parte consideran deleznable. La reputación –que
parecería requerir una continuidad en el esfuerzo, una capacidad
reconocible– tampoco es un refugio. Las odiosas cintas que abrazan los
libros anunciando miles de ejemplares vendidos exigen siempre una
conjunción adversativa que justifique la elección. Y los premios (los
importantes) resuelven las aulagas económicas de los escogidos pero no
los ponen a salvo del rictus amargo de los escépticos. La desconfianza
que caracteriza las relaciones entre críticos, escritores y lectores
–para no mencionar la academia– es una de las consecuencias perversas de
la frivolización de la cultura y hace aun más intransitable un terreno
en el que el mercadeo prevalece.
Quizás por eso la figura de Roberto Bolaño (1953 - 2003) parece
suscitar tantas reservas como admiración, acompañadas la una y la otra
de un cierto desconocimiento de su obra. Su vida accidentada, su
aparente desarraigo y el reconocimiento relativamente tardío de su
inmenso talento contribuyeron a este estado de cosas. Y alimentaron sin
duda la acidez que exuda la mayoría de sus declaraciones públicas. No se
escapa la nota preliminar de Monsieur Pain: “El tiempo, que es
un humorista de ley, me ha hecho ganar posteriormente algunos premios
importantes. Ninguno ha sido, sin embargo, tan importante como estos
premios desperdigados por la geografía de España, premios búfalo que un
pielroja tenía que salir a cazar pues en ello le iba la vida. Nunca como
entonces me sentí más orgulloso y desdichado de ser escritor”.
La novela, previamente publicada por el Ayuntamiento de Toledo, fue
reeditada por Anagrama en 1999, seguramente con motivo del Premio
Herralde de Novela otorgado a Los detectives salvajes, uno de
los dos premios importantes que Bolaño recibió en su vida; el otro fue
el Rómulo Gallegos, en 1999. Y la nota preliminar –imagino como una
explicación plausible– se justifica no solo por el hecho de que ya en
ese momento Bolaño se sabía mortalmente enfermo, sino por el papel de
insolente guía literario que había decidido asumir desde el momento de
la publicación del Primer Manifiesto Infrarrealista, Déjenlo todo, nuevamente.
Era 1976 y Bolaño regresaba de Chile, su país natal, de ver morir con
Allende el sueño de su generación. El golpe de Estado pareció condenar a
sus coetáneos, hijos de la revolución cubana, a mirar permanentemente
hacia atrás, convertidos en estatuas de sal. A Bolaño, por el contrario,
lo empujó literariamente en la otra dirección: “Según [Ulises Lima],
los actuales real visceralistas caminaban hacia atrás. ¿Cómo hacia
atrás?, pregunté.
—De espaldas, mirando un punto pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo desconocido.
Dije que me parecía perfecto caminar de esa manera, aunque en
realidad no entendí nada. Bien pensado, es la peor forma de caminar”.
En la otra dirección, hacia lo desconocido, quedaba Santa Teresa, el
final del camino latinoamericano y de la búsqueda del escritor, tema
central de su obra. En Santa Teresa termina Los detectives salvajes y empieza 2666,
una obra inconclusa de más de mil páginas cuyo núcleo es la relación de
la muerte de casi cien de las más de cuatrocientas mujeres asesinadas
en Ciudad Juárez desde 1993. Ambas novelas están llenas de pasos en
falso, de equivocaciones, de pasajes inútiles: juntas, son la obra más
contundente en el panorama literario latinoamericano de la última mitad
del siglo XX. “Escribir maravillosamente bien lo puede hacer
cualquiera”, dijo Bolaño, y lo confirma la cantidad de maravillas
babosas que se publican a diario y que leemos sin pena ni gloria.
Estamos de acuerdo en que su aporte principal fue la invención del
español latinoamericano; pero no menos importante fue su excepcional
valentía literaria: Bolaño no ha dejado lugar a dudas sobre el deber del
escritor ante el pavor de las fosas comunes.
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