Un brasileño cuenta cada una de las variaciones que debió probar –sin suerte– antes de comprar el más común de los productos en un mercado colombiano
Diccionario de la RAE/elespectador.com |
Ahora se
recrimina no haber optado desde el comienzo por escribir en una hoja de
papel esa palabra. En portugués, como en español, su morfología es la
misma: sal. Pero en buena parte de las regiones lusófonas se pronuncia
sau. El portugués, de manera general, evita las terminaciones
consonantes. La similitud morfológica es, en sí, la razón arquetípica
que soporta la creencia de que ambas lenguas son muy parecidas. La
realidad, sin embargo, es menos cómoda.
En un artículo
publicado en 2008 por la Fundación del Español Urgente, Fundeú, esa
entidad calculó que los ciudadanos españoles usan, en promedio, mil
palabras al hablar. Y agregaba: "sólo los muy cultos alcanzan los 5.000
vocablos. Es más, algunos jóvenes utilizan sólamente un arsenal de 240
palabras". Dependiendo de la fuente consultada (y del idioma), estas
cifras pueden subir o descender drásticamente, pero se estabilizan entre
las 200 y las 5 mil palabras. Si se considera, como señaló 2010 el
vicedirector de la RAE, José Antonio Pascual, que "se suele estimar el
léxico de una lengua añadiendo un 30% al de los diccionarios", el
español cuenta entonces con poco más de 100 mil vocablos. Así que
incluso los más cultos usan cotidianamente solo un 5% del idioma.
El
portugués, comparado por el mismo método, tiene un léxico más extenso,
de unos 140 mil vocablos (cifra basada en el Dicionário Priberam da
Língua Portuguesa, Portugal). Sin embargo, el número de palabras
promedio en el uso cotidiano tiende a la universalidad. Usamos entre 200
y 5 mil palabras. Tal vez sea la manera más práctica de catalizar la
comunicación entre dos personas.
Leídas estas cifras, la mentada
similitud entre el portugués y el español adquiere más sentido. ¿No es
posible que entre ese cultísimo 5% de vocablos de uso común haya una
buena cantidad de palabras homónimas entre dos lenguas que son
mutuamente (casi) inteligibles? Sí, es posible. ¡Todo lo es! Pero la
realidad se abastece del azar, y no de la conveniencia. Si bien un
lector culto podrá comprender una considerable porción de un texto en
portugués (y esto basta para exhortarlo a comprar libros en ese idioma),
la homonimia de las palabras no quiere decir también homofonía o
sinonimia. La Comisión Europea publicó en su página web un listado de
estas palabras, conocidas como falsos cognatos o falsos amigos, gracias a
la colaboración de los boletines puntoycoma y a folha: más de 500
términos que tienen una escritura semejante en ambas lenguas, pero con
significados diferentes o incluso opuestos. Además, existen vocablos
equivalentes, iguales, que han entrado en desuso en una u otra parte.
Lembrar y estragar son buenos ejemplos: existen, significan lo mismo,
pero parecen condenados al exilio en el 95% de idioma menos usado.
No
deja de ser una lástima. El español y el portugués son idiomas
complejos y fascinantes; en sus resquicios puede uno tropezarse con
inquietantes hallazgos. Elucidário, por ejemplo, es la palabra
portuguesa que designa el "libro que elucida o explica el sentido de las
cosas ocultas". ¿Sabía que existía una palabra para referirse a La
Náusea o Dejemos hablar al viento? ¿Existe su equivalente español? ¡Por
supuesto! Otras palabras (abro el Dicionário da Língua Portuguesa de
Larousse y dejo caer el dedo: ese es el método): almejar es, a un mismo
tiempo, "desear ardientemente" o "estar agonizando"; poesía pura en
portugués, criadero de almejas en español. O aluado, que significa
"influenciado por la luna", mientras que alunado, en español, solo se
aplica a animales que enfermaron por haber estado expuestos a los rayos
de la luna. O âmago, palabra poco usada en portugués pero ostenta un
significado que encierra buena parte de toda la literatura: “la parte
más íntima; esencia”.
Sobre las diferencias fonéticas, a veces
insorteables, preferiré guardar silencio. Você vai querer conhecê-las
pelos seus proprios meios.
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