En 2006, en plena investigación por las cuentas secretas que el dictador chileno Augusto Pinochet tenía ocultas fuera del país, en el Banco Riggs, un grupo de funcionarios judiciales que realizaba una auditoría sobre sus finanzas descubrió uno de sus tesoros mejor guardados: su biblioteca, de 55 mil volúmenes. A partir de ese hallazgo, el periodista chileno Juan Cristóbal Peña escribió el libro La secreta vida literaria de Augusto Pinochet, un ensayo y biografía literaria que se sumerge en dos de las facetas menos conocidas del dictador: su fetichismo por los libros y su deseo de ser reconocido como intelectual
Juan Critobal Peña, autor de La secreta vida literaria de Augusto Pinochet./pagina12.com.ar |
En diálogo en Santiago, Chile, Peña reconstruye el itinerario de Pinochet como profesor en la Escuela de Guerra, los excesos de algún biógrafo que pensó que, de no dedicarse a las armas, el dictador hubiera sido uno de los grandes escritores latinoamericanos, y los pormenores de la visita de Borges que le costaría el Premio Nobel para siempre
“Muchos
que llevan estoque les temen a las plumas de ganso”, escribió
Shakespeare en Hamlet. Se sabe, la historia ha demostrado más de una vez
que la pluma es más poderosa que la espada. El dictador chileno Augusto
Pinochet creía conocer la eficacia de ambas. Desde muy joven, durante
sus días como mediocre estudiante y gris profesor de la Academia de
Guerra chilena, Pinochet intentó sin demasiado éxito construirse un
perfil de hombre de letras e intelectual de fuste que manejaba con la
misma destreza la pluma y la pistola. Sus pésimas calificaciones y su
baja capacidad intelectual, sin embargo, le jugaron en contra. De allí
nació en Pinochet un profundo recelo y resentimiento por sus compañeros
de camada más brillantes. Aquellos que, según el futuro tirano, sabían
de sus limitaciones y complejos intelectuales.
Poco tiempo después de ordenar el bombardeo de La Moneda, derrocar
al gobierno constitucional de Salvador Allende y decretar el inicio de
la dictadura más sangrienta de la historia de Chile, Pinochet puso un
inusitado empeñó en borrar de la memoria histórica o en eliminar
físicamente a quienes, según su delirio, le habían hecho sombra desde
sus años mozos, como el general Carlos Prats, su predecesor al frente
del Ejército chileno y ministro de Defensa y del Interior del gobierno
de la Unidad Popular, quien fue asesinado en 1974 por agentes de la
DINA, durante su exilio en la Argentina. Las acciones de la dictadura
también incluyeron quemas masivas de libros y la aparición de
editoriales que ciegamente defendían al régimen y maquillaban la figura
del tirano. “Pinochet se sacaba del camino a sus potenciales rivales o a
los generales y oficiales más capaces. Y por otro lado se propone
construirse un perfil de intelectual. Durante sus 20 años como profesor
en la Academia de Guerra, Pinochet publicó libros e intentó validarse en
ese campo pese a sus deficiencias. Pero cuando accede al poder, se
convence de que debe hacer lo mismo ante el pueblo chileno. Que lo
reconocieran como una persona capaz e intelectual. Y por eso se rodea de
una corte de aduladores profesionales, de amanuenses que le escriben
libros, en los cuales van construyendo la figura de un líder político,
estratega militar y gran escritor. De este experimento surgen tramas
excesivas, como la del biógrafo que escribe que si Pinochet no hubiese
elegido la carrera de las armas, probablemente hubiera sido uno de los
grandes escritores de Latinoamérica”, explica el periodista Juan
Cristóbal Peña, en el barrio de Bellas Artes de la capital chilena. El
autor de La secreta vida literaria de Augusto Pinochet señala que su
nuevo libro permite asomarse a una faceta que hasta ahora había sido muy
poco explorada: la pretensión del tirano de ser reconocido como un
intelectual y el profundo sentimiento de inferioridad y resentimiento
que gobernaron la psique del militar.
La secreta vida... es un libro que intenta trazar un perfil
de Pinochet a partir de una “desconocida” vida intelectual. ¿Cómo
definirías a Pinochet desde esa faceta?
–Hay que entender que si hay algo que define a Pinochet es su
desconfianza, sus celos por dejarse leer, por dejarse penetrar. En ese
sentido es un personaje sobre el cual se ha escrito bastante, pero sigue
siendo difícil desentrañar su personalidad, porque siempre se preocupó
por ocultar quién era, qué pensaba y qué sentía. Toda una coraza que
tiene sus antecedentes mucho antes del golpe de Estado, y que surge
prácticamente desde sus épocas en la academia militar. El entra a la
academia en 1949, y ahí comienza a usar los lentes oscuros. Y la
interpretación que le doy a ese gesto, y que incluso el propio Pinochet
reconoce en una entrevista, es que comienza a aplicarles una lógica de
guerra a sus acciones cotidianas y profesionales. Los lentes oscuros
operan como una técnica de guerra para ocultar sus acciones. Y este
juego de apariencias es lo que le permite llegar al poder, cuando da el
golpe contra el gobierno de la Unidad Popular.
Por eso esta construcción lateral de su personalidad que
realizás, tejiendo una suerte de biografía literaria, de alguna manera
permite romper esas tácticas de ocultamiento que aplicaba.
–Sí, creo que la clave para entender a Pinochet está en el campo
académico, intelectual. Una de las formas de romper con ese cerco es a
través de sus lecturas, una interpretación que parece lateral, a través
de su faceta literaria o de su carrera académica, y ahí surge algo muy
interesante en sus años de estudiante, donde desarrolla un fuerte
complejo de inferioridad intelectual, y a la vez genera un profundo
resentimiento que deriva en venganza una vez que accede al poder. Y eso
explica por qué intentó borrar de la memoria a los grandes intelectuales
militares chilenos, hasta el punto de plagiar en uno de sus libros al
general Gregorio Rodríguez Tascón, el profesor al cual le debe el inicio
de su carrera académica. Todo eso obedece a un fuerte complejo de
inferioridad intelectual, y también a un delirio.
EL COLECCIONISTA
Vestido de short blanco, chomba Lacoste celeste, zapatillas
deportivas claras y medias al tono subidas casi hasta sus rodillas, el
dictador, apoyado en su bastón, mira con recelo cómo los peritos revisan
el más preciado de sus bienes: la biblioteca que atesora en su mansión
de Los Boldos. Corre enero de 2006 y la Justicia le pisa los talones en
la investigación por sus millonarias cuentas secretas en el Banco Riggs.
Es la primera vez que el tesoro bibliográfico tasado en 3 millones de
dólares, una de las mayores colecciones privadas del continente
americano, sale a la luz pública. “La biblioteca se mantuvo oculta por
empeño del propio Pinochet –cuenta Peña–. Siguiendo su lógica de guerra,
la mantuvo en secreto, pese a ser una colección muy valiosa en términos
patrimoniales y de cantidad de volúmenes. Pinochet nunca hizo gala ni
ostentación de ella, muy por el contrario, son contadas las personas de
su confianza que entraron a su biblioteca.” Peña recuerda que los
funcionarios judiciales que realizaron el peritaje contaron que en los
estantes de la biblioteca reinaba un gran caos que incluía chocolates,
regalos sin terminar de abrir y una colección de bustos de Napoleón.
A partir de tomar nota del allanamiento, Peña escribió una crónica
de largo aliento sobre el rastro de los 55 mil volúmenes que integran la
biblioteca del dictador, que fue publicada en Ciper. El texto le valió
en 2008 el Premio Nuevo Periodismo de la fundación de Gabriel García
Márquez. Ahora, en La secreta vida literaria de Augusto Pinochet, su
tercer libro, Peña se ha tomado el tiempo suficiente para profundizar en
el tema y trazar un perfil intelectual del tirano. “Pinochet era un
hombre muy solitario –arriesga Peña–, y pasaba mucho tiempo en su
biblioteca. Tal vez eludiendo a su esposa, que era insoportable. Pero es
un hecho que se encerraba y pasaba horas en su biblioteca, cuando
volvía de la casa de gobierno y también durante los fines de semana. Les
tenía mucho afecto a sus libros, y por eso lo afectó sobremanera que un
equipo de peritos estuviera curioseando en su bien más preciado. En un
libro que escribió Rodrigo García, uno de sus nietos, se cuenta que cae
enfermo algunos días después del peritaje.”
¿Cómo está compuesta la biblioteca de Pinochet?
–La biblioteca de Pinochet se divide en tres partes. La de los 55
mil volúmenes, que está en poder de la familia, pese a que ha quedado
demostrado que esos bienes fueron comprados en forma irregular con el
uso de fondos públicos o con el tráfico de armas. La otra mitad de su
biblioteca Pinochet la entregó en donación al ejército en el año 1989.
Hasta hoy en día están en la academia militar, en la biblioteca llamada
“Presidente Augusto Pinochet Ugarte”. Eso marca el respeto, el poder y
la adoración que sigue teniendo el personaje. Y una tercera parte está
en manos de la Fundación Augusto Pinochet, que maneja mucho dinero por
los aportes de empresarios nostálgicos del pinochetismo, que también
tienen mucho poder todavía. Ahí hay unos 600 libros que tienen la
característica de que tuvieron un valor especial para Pinochet. Libros
que le llevaron durante su detención en Londres, a los cuales les tenía
cierto aprecio porque estaban autografiados, dedicados o bien subrayados
por el propio Pinochet.
¿Cuáles eran esos libros a los que les tenía tanto aprecio?
–De los que detecté que se llevó a Londres durante su detención
estaba El libro negro del comunismo, en el cual pude ver sus subrayados
con fosforescente. Y también, curiosamente, libros sobre derechos
humanos en regímenes comunistas. Lo que leía eran fundamentalmente
textos genéricos sobre comunismo y también libros sobre la historia de
Chile. Y en ese sentido, si bien Pinochet nunca demostró ser un lector
ducho ni una persona de mucha cultura, más bien siempre fue bastante
básico, tenía dominio de ciertas materias, como la geografía.
¿Qué tipo de coleccionista era Pinochet?
–Pinochet era un coleccionista compulsivo. Hay piezas muy valiosas
en su biblioteca. Estamos hablando de textos de la Colonia, como una
primera edición de la Histórica Relación del Reino de Chile, del año
1646, o de ejemplares de La Araucana, del siglo XVIII. Pinochet se
dedicaba a coleccionar de manera compulsiva y enfermiza. Esencialmente
libros de ciencias sociales, historia de Chile y geografía. Creo que
Pinochet no era consciente de todo lo que tenía. Era más un fetichista
que un dictador ilustrado.
También era un gran coleccionista de libros sobre marxismo,
incluso en la foto de portada del libro se lo ve leyendo un libro sobre
Gramsci.
–Sí, pero tengo serias dudas de que haya sido un gran lector en esta
materia. Pinochet se ocupó de reunir todo lo que llegara a sus manos o
existiera sobre marxismo o literatura de izquierda. Resulta difícil
saber si Pinochet leía sobre esta y otras materias. Alguna vez él dijo
en una entrevista que leía 15 minutos a la noche antes de dormirse, que
–entre paréntesis– es un promedio bastante alto para lo que se lee en
Chile.
LA HORA DE LA ESPADA
Corría septiembre de 1976 y Pinochet recibió una visita largamente
esperada por el régimen que comandaba a punta de pistola. En ese mes,
Jorge Luis Borges visitó Santiago para recibir un título honoris causa y
dictar una conferencia en apoyo a la dictadura, en un momento en el que
las denuncias por violaciones de los derechos humanos asfixiaban al
régimen chileno.
En la ceremonia en la Universidad de Chile, Borges pronunció un
discurso que, para muchos, le costó el Nobel de Literatura. “Hay un
hecho que debe conformarnos a todos, a todo el continente, y acaso a
todo el mundo –dijo en la conferencia–. En esta época de anarquía sé que
hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones
predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo
declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Y lo
digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo. Pues bien,
mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. Creo que
merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por
obras de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa
ciénaga. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez
una larga patria y una honrosa espada.” En su libro, Peña destaca que ni
el mejor vocero de la dictadura podría haberla defendido en forma tan
enfática y lírica.
¿Cómo se gestó la llegada de Borges a Chile en el año ’76?
–Hay un funcionario muy de segunda categoría que en algún momento
oficia de profesor en la Universidad de Chile, al cual le encomiendan
gestionar la venida de Borges a Chile para nombrarlo doctor honoris
causa. Pinochet no era un lector de Borges, en su biblioteca no hay
libros de Borges, no era lector de ficción y aborrecía todo lo que
tuviera que ver con poesía. Ese funcionario, favorecido por la fortuna,
logra comprometer a Borges a que visite Santiago. Fue absolutamente
fortuito, y es un momento que coincide con su agrado por los regímenes
dictatoriales. Es un capítulo cruzado por la comedia, por la fortuna y
el azar, que termina con Borges entrevistándose con Pinochet en la sede
del gobierno. Ahora bien, Pinochet era una persona que se creía
escritor, tenía ínfulas de ser reconocido como tal, y se sintió muy
halagado por esta visita de un par. Esa reunión fue muy afortunada para
el régimen, y a la vez muy desafortunada para la humanidad, ya que
Borges asumió la visita como una causa política.
¿Otros intelectuales y escritores visitaron Chile durante la dictadura para brindarle apoyo al régimen?
–Si bien la visita de Borges fue la más sonada, también hubo otras
visitas y encuentros con escritores internacionales que simpatizaban con
el régimen, como la del escritor y bestseller español J. J. Benítez,
autor de las novelas Caballo de Troya, que llegó a Chile investigando
casos de ovnis: una posible abducción de un soldado chileno, que en
realidad eran acciones propagandísticas muy propias de la dictadura para
esconder hechos o denuncias sobre violaciones de derechos humanos. Pero
además Pinochet solía organizar encuentros, en el Palacio de la Moneda o
en otras dependencias, donde se hablaba de historia, de política.
Siempre se las ingenió para complacerse, para ir construyendo esa imagen
del gran intelectual, y de que era uno más entre ellos.
PAPELES VIEJOS, COLONIA BARATA
El trabajo de Peña también posa su mirada sobre los fondos
utilizados por Pinochet para adquirir su pantagruélica biblioteca. El
tirano utilizaba a gusto los fondos del Estado para comprar volúmenes,
tenía a sus dealers libreros favoritos que le garantizaban ediciones de
lujo y hasta llegó a apropiarse de libros patrimoniales de museos. “Diez
días después del golpe de Estado –afirma Peña–, Pinochet declara tener
una casa, un auto y una biblioteca por un valor de 12 mil dólares, y al
año 2006 tiene aproximadamente 55 mil volúmenes, de un valor estimado de
3 millones de dólares. Ese es un número muy conservador, ya que ese
monto tendió a ser disminuido por una estrategia judicial, para que no
fuera objetado por la defensa de Pinochet. Se le dio un valor mínimo a
esta biblioteca que, de acuerdo con expertos y bibliófilos, vale
muchísimo más.”
¿Cómo fue el trabajo de auditoría sobre su biblioteca?
–Los encargados de hacer la auditoría sobre la biblioteca hicieron
un trabajo acelerado y exprés, con pocos recursos, y trabajaron contra
el tiempo: tuvieron sólo dos semanas para visitar las bibliotecas de
Pinochet. El equipo de expertos sólo llegó a revisar un 10 por ciento
del total de los libros. En realidad no se sabe –ni siquiera Pinochet
supo– qué es lo que tuvo en su poder. Además era una persona bastante
desprolija y caótica como coleccionista: no tenía un orden ni estaba
catalogada su colección.
Algo que llama la atención es que, durante las
investigaciones sobre sus cuentas ocultas, Pinochet justifica su nivel
económico amparándose en sus dotes intelectuales.
–En una de las declaraciones judiciales, Pinochet dice que era un
hombre muy ahorrativo, y que en un momento escribía libros y artículos, y
eso le permitió ganar dinero extra. Utiliza su faceta intelectual para
justificar las cuentas y el dinero que tenía en el extranjero. Y fueron
declaraciones que sorprendieron, eso de pensar a Pinochet como un
intelectual, de justificar su fortuna a partir de sus dotes como
escritor.
En el libro contás cómo Pinochet se burla de los peritos, cuando no encuentran sus libros más valiosos en la biblioteca.
–Pinochet tuvo tiempo de sacar las cosas más valiosas. En las
bibliotecas tenía cajas fuertes, y cuando llegan los peritos con la
orden judicial para abrirlas, lo que encuentran –incluso ante la
presencia del propio Pinochet, que sonríe socarronamente– son papeles
sin importancia y alguna colonia barata. Pinochet tuvo tiempo de sacar
sus libros más valiosos.
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