La literatura del siglo XX tiene un antes y un después con Ulises, la novela publicada en 1922 en París que, a primera vista, trata del simple recorrido de un hombre común por las calles de Dublín. Aunque la obra de Joyce (1882-1941) parte de la cotidianidad, su furiosa ambición pretendía crear una obra universal y mítica. Lo logró
JOYCE sufrió censura, exilio y pobreza, pero escribió una de las novelas más importante del Siglo XX./revista Ñ |
Hoy podés entrar a cualquier buena librería y llevarte una copia de Ulises
de James Joyce (1882-1941) como si fuera una docena de huevos. Pero en
1922, cuando fue editada por primera vez, la novela era literalmente
contrabando. Las aduanas de los Estados Unidos e Inglaterra estaban en
alerta roja para confiscar y quemar cualquier ejemplar que entrara por
el correo. Recién en 1934 estuvo autorizada en los Estados Unidos, y en
1936 en el Reino Unido. Mientras tanto, sólo se conseguía de manera
ilegal y pasaba de mano en mano en secreto. (Según una nueva biografía,
¡Ernest Hemingway ayudó armar un convoy para pasar ejemplares por la
frontera con Canadá!). En su Irlanda natal, Joyce era considerado un
degenerado satánico. Por eso, para comenzar a hablar sobre esta novela
que cambió la literatura y que ahora es un clásico –reverenciado a la
altura de La divina comedia, Hamlet o Don Quijote– resulta útil recordar que durante mucho tiempo fue un libro peligroso.
Aunque la obra de Joyce y su importancia para las letras universales no se limita a Ulises,
cualquier discusión sobre su vida y obra tiene que comenzar por esta
novela que escribió entre los 32 y los 39 años de edad. Y tal vez, para
ser breves en esta vida breve, nos limitaremos principalmente a esta
obra: el centro de su universo creativo. En ella Joyce metió todo lo que
sabía de literatura y de su Dublín natal, donde vivió hasta los 22
años.
Sus obras previas, la colección de cuentos Dublineses y la novela Retrato del artista adolescente, pueden ser vistas como prólogos a Ulises. De hecho, Stephen Dedalus, el protagonista de Retrato… (y alter ego literario de Joyce) es un personaje fundamental en Ulises, que comenzó como un cuento para ser incluido en Dublineses antes de tomar vida propia como novela. Y Finnegans Wake, la obra que sigue a Ulises, es maravillosa entre otras cosas porque es tan pero tan compleja e inaccesible que hace que Ulises –un libro de por sí muy difícil– parezca un cuento de hadas.
Ulises
es una novela simple y compleja a la vez. Trata, principalmente, de las
andanzas de Leopold Bloom a través de Dublín durante un solo día: el 16
de junio de 1904. A pesar de que la superficie de la novela es la
cotidianidad más rasa (la primera vez que vemos a Bloom está desayunando
y después defecando) la novela tiene una arquitectura secreta que la
liga íntimamente con la Odisea de Homero, y también con una constelación de símbolos anatómicos y esotéricos que logran (para los creyentes) hacer de Ulises una especie de libro universal, como una Biblia.
La
imaginación de Joyce es humorística y, al mismo tiempo, enciclopédica.
Como una metáfora, cada cosa que escribe es lo que dice y también lo que
alude. Joyce dijo que metió tantos rompecabezas y enigmas en Ulises
como para mantener a los profesores ocupados durante siglos. Hasta
ahora lo ha logrado: se han escrito bibliotecas enteras sobre James
Joyce y su obra.
Pero el principiante no tiene que alarmarse por
todo esto. La primera entrada a la obra de Joyce es por el sonido de su
prosa y la belleza de sus imágenes. Por lo tanto, si es posible, hay que
leerlo en inglés. Esto no es esnobismo. Es que su prosa es musical y,
como los poemas, es literalmente intraducible a otra lengua. El sonido
no tiene equivalencias que se puedan transferir de un idioma a otro. Por
ejemplo, describe de Stephen Dedalus –el Sancho Panza de Bloom–
caminando por la playa:
Ineluctable modality of the visible:
at least that if no more, thought through my eyes. Signatures of all
things I am here to read, seaspawn and seawrack, the nearing tide, that
rusty boot.
Que en castellano se tradujo:
Ineluctable
modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través
de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aquí para leer;
huevas y fucos marinos, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa.
(Fíjense, en particular, y simplemente en términos de sonido, en: seaspawn and seawrack contra huevas y fucos marinos, la marea que se acerca.)
El
ejemplo también ilustra el gran descubrimiento de Joyce: el monólogo
interior. Como en la teoría de la evolución o el cálculo integral, es
conflictivo señalar un solo descubridor. Virginia Woolf, Marcel Proust y
William Faulkner son laderos indiscutibles de Joyce en esta empresa.
También Sigmund Freud y Carl Jung, de cierta manera. Sin embargo, el
consenso crítico dice que en Ulises logra su máxima expresión.
Justamente,
fue este recurso estilístico el que resultó tan ofensivo para tantas
personas (además de lo escatológico y lo sexual de la novela). Jung
mismo dijo sobre Ulises: “El estilo de Joyce es
definitivamente esquizofrénico, con la diferencia de que el paciente
común no puede impedirse a sí mismo pensar de esa forma, mientras que
Joyce lo hace a voluntad y, además, lo desarrolló con sus fuerzas
creativas.”
Ahora que Joyce es un monumento aparentemente
irrebatible, es importante reafirmar enfáticamente que su obra, además
de haber sido peligrosa, aún sigue siendo muy extraña y muy nueva: por
su lenguaje, por su compleja arquitectura narrativa y por su gigantesca
ambición de describir el mundo universal a través de un mundo
particular.
Un esbozo biográfico
Joyce
nació el 2 de febrero de 1882 en Dublín, Irlanda. Fue el primero de 15
hijos que su madre pariría, cinco de los cuales murieron durante la
infancia. John Stanislaus Joyce, el hermano tres años menor, fue central
en la vida de James. Entre otras cosas se mudó a Trieste con él
apoyándolo financieramente, aunque ambos vivían casi en la pobreza.
Joyce lo trataba condescendientemente y también lo usaba como un frontón
para sus ideas. El libro de Stanislaus, My Brothers Keeper, es de fundamental importancia para los biógrafos de Joyce.
Hasta
los 9 años, la vida de Joyce fue tranquila. Estudió en un prestigioso
colegio jesuita donde fue buen alumno y un católico devoto. (Pronto, sin
embargo, abandonaría la fe con vehemencia, al punto que no se arrodilló
a rezar delante de su madre moribunda a pesar de las súplicas de ella.
Como casi todo en su vida, esto está presente en Ulises.)
Cuando tenía alrededor de diez años, el padre de Joyce comenzó a tener
problemas financieros que lo perseguirían toda la vida: a partir de ese
momento, la familia se mudaría cada vez con más frecuencia y a lugares
más tristes y decadentes.
La educación preuniversitaria de Joyce
se completó en otro colegio jesuita donde, junto a su hermano
Stanislaus, estudió sin pagar la matrícula gracias a unos curas que
admiraban su intelecto y conocían la precaria situación financiera de la
familia.
Entonces es cuando Joyce se sumerge en la literatura
clásica, aunque también leía fuera del programa escolar en las librerías
de viejo en la ciudad. Para su carrera universitaria, Joyce asistió
University College Dublin entre 1899 y 1902, concentrándose en lenguas
modernas. Allí descubrió a Henrik Ibsen –que se convirtió en su primer
modelo literario por mezclar el realismo con el simbolismo, según Gordon
Bowker. Estudió noruego para poder leerlo en el original y publicó
reseñas de sus obras. Hasta tuvo una breve correspondencia con el
dramaturgo. Con la arrogancia que lo caracterizaba, le escribió: “Nos
hemos conocido demasiado tarde. Eres demasiado viejo para que yo tenga
efecto alguno sobre usted.”
Al mismo tiempo, Joyce empieza a
conocer las calles y la noche. Los dos lados de la moneda de Joyce,
tanto en su vida como su obra, son la descomunal erudición literaria y
cultural, por un lado, y un íntimo conocimiento del sórdido y
escatológico submundo urbano por otro. El barrio de prostíbulos de
Dublín en ese momento se llamaba Monto y en Ulises
tomaría el nombre Nighttown. Joyce los frecuentaba con entusiasmo. Años
después, voluntariamente exiliado en Trieste con su pareja Nora Barnacle
(embarazada del primer hijo de la pareja) visitaría, también, los
prostíbulos de esa ciudad.
Joyce tuvo dos exilios: uno tentativo y
otro permanente. En el primero, se fue a París a intentar estudiar
medicina. Un amigo, luego enemigo –que en Ulises se
convertiría en Buck Mulligan– le sugirió a Joyce que esa profesión le
daría dinero, prestigio social y tiempo para escribir. Pero apenas
comenzó a estudiar medicina, además de pasar hambre, lo que hizo Joyce
en París fue, como antes en Dublín, devorar bibliotecas.
Su
segundo exilio fue permanente. A principios de junio en 1904, cuando
Joyce tenía 22 años, conoció en la calle a Nora Barnacle, una mujer dos
años mayor que él que trabajaba de mucama en un hotel. Por el gorro
blanco de marinero que Joyce llevaba puesto, ella pensaba que era un
marinero noruego. El se enamoró de un flechazo. Le pidió una cita. Tras
un malentendido, por fin salieron el 16 de junio (el día que quedó
inmortalizado en Ulises). Para tener una idea de hasta
qué punto la vida de Joyce ha sido investigada, un dato: hay un serio
debate académico-biográfico sobre si Nora lo masturbó a Joyce en este
primer encuentro o no. Lo cierto es que estarían juntos por el resto de
sus vidas. Tuvieron dos hijos, Giorgio y Lucía, a los que amaron pero no
les fue muy bien en la vida. Barnacle era la musa de Joyce. Fue la
modelo para Molly Bloom, la mujer en el centro de Ulises y cuyo monólogo al final de la novela es en sí mismo una obra maestra.
Con
Nora se fueron a la Europa continental, sin casarse, para nunca volver a
vivir en Irlanda. Ella era la contrapartida ideal para Joyce; no le
daba importancia a la literatura y no creía en la eventual fama de su
marido. En la última biografía de Gordon Bowker, una anécdota sobre Nora
encapsula la relación que ella tuvo con su marido: explicándole a una
amiga por qué le costaba dormirse, dijo: “Me voy a la cama y ese hombre
se sienta en el cuarto de al lado y se ríe sobre lo que está
escribiendo. Y yo le toco la puerta y le digo: ‘Mira Jim, o dejas de
reírte o dejas de escribir’.”
La vida de Joyce estuvo repleta de
angustias y dificultades, pero también de enorme fortuna. Desde
adolescente, lo que quiso fue escribir, pero no sólo escribir sino crear
obras que lo pondrían a la altura de Shakespeare. Célebre es la frase
en la que dice que su ambición en Ulises era escribir
algo tan completo que si se llegara a destruir la ciudad podría ser
reconstruida a partir de su libro. Para lograrlo necesitaba dinero y
gente que lo ayudara.
Durante sus años en Trieste, donde
trabajó de profesor de inglés, vivió de la generosidad de su hermano.
Después, en decenas de mudanzas, principalmente entre Trieste, Roma,
Zurich y París, terminó encontrando a sus ángeles guardianes. Es
probable que sin el enorme apoyo financiero de sus patrocinadoras,
principalmente Harriet Shaw Weaver –por el lado financiero– y Ezra Pound
–por los contactos y la promoción dentro del mundo literario– no
hubiera logrado dedicarse a la literatura de la forma en que lo hizo.
Joyce
es un escritor sublime, el constructor de los más maravillosas
laberintos literarios del siglo XX. No hay que pedirle más que eso.
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