Oriundo del norte de México, se ha convertido en un referente a la hora de narrar los terribles conflictos de su país, siempre con una prosa clara y potente
ÉLMER MENDOZA. En 1999 publicó Un asesino solitario, que lo instaló como uno de los narradores más importantes sobre el tema narco./revista Ñ |
Élmer Mendoza ha sido señalado por la crítica y por muchos de
sus colegas como el padre de la Narcoliteratura. Desde Un asesino
solitario (1999), su primera novela, hasta la saga del Zurdo Mendieta,
sus ficciones han vuelto una y otra vez al imaginario del narcotráfico,
siempre impregnado de violencia (y amor), corrupción (y lealtad),
cinismo (y honestidad). Se trata de un universo ambiguo, lleno de
claroscuros, que se torna mucho más dramático cuando se mide con los
varios miles de muertos reales que va cobrándose la “guerra” emprendida
por el estado mexicano contra los cárteles de la droga.
En ese
barro camina Mendoza. Sin embargo, no es ésa la mayor virtud de sus
novelas. En ellas, el habla adquiere una materialidad contundente,
impone una respiración, afecta al lector. Mucho más que una nutrida
balacera. Los enigmas de la trama, la velocísima prosa, o el melancólico
escepticismo del Zurdo Mendieta, por nombrar sólo algunas de sus
fortalezas, se subordinan a la intensidad de un habla plagada de
matices, ironías, contrapuntos. Una poética urbana. Un habla
comprometida, y comprometedora.
Tras su paso fugaz por el Festival Azabache de Mar del Plata, y cuando Tusquets acaba de publicar Nombre de perro , tercera entrega de la saga de Mendieta, Mendoza aceptó responder por mail algunas preguntas.
“¿Será
tarea del escritor traer más miedo a este mundo?”, se pregunta Rubem
Fonseca en uno de los epígrafes de La prueba del ácido (la segunda
novela de la saga Mendieta). ¿Cuál es su propia respuesta a esa
pregunta? ¿Qué lugar ocupa el miedo en su escritura?
No
es tarea; sin embargo no lo puede evitar. Un buen escritor genera
emociones y sentimientos y por ahí aparece el miedo. Pensé en Fonseca,
me pareció muy claro y lo dejó abierto: hay asuntos que no caben en
respuestas definitivas. Creo que no incito al miedo; más bien hay una
carga de temeridad; quizá trabajo para que mis libros tengan usa postura
temeraria y que se contagie. Tampoco estoy tan seguro.
Generalmente lo consideran el máximo referente de la Narcoliteratura. ¿Qué valor atribuye a esa categoría?
En
la medida que es una categoría que contiene un realismo inconveniente,
que señala, no el folklor, sino las peligrosas debilidades de la
sociedad contemporánea corrupta, tiene valor. Desde luego que las más de
las veces el término se usa para descalificar; no obstante,
posiblemente los lectores y algunos críticos, nos han llevado a un sitio
elevado, y el carácter social de esta literatura gana terreno. Funciona
como plataforma y si se lo permites se convierte en una limitante,
porque los temas están vivos y todos los días muestran facetas, y este
tema es demasiado activo.
“Ya no hay más que decir, el
mundo ya no es digno de la palabra”, escribió Javier Sicilia tras el
asesinato de su hijo por el narcotráfico en 2011. Su verso recuerda a la
célebre consideración de Theodor Adorno sobre la imposibilidad de
escribir poesía después de Auschwitz. ¿Cómo se posiciona la literatura
frente a la violencia? ¿Cómo afecta esa tensión a su propio trabajo?
La
literatura está más allá de la gente que la sufre o disfruta, y no
pocas veces hay frases lindas; pero es un producto humano, y mientras
haya alguien… Ahora hemos acomodado algunos factores y hablamos de una
estética de la violencia; hemos conseguido escribir historias de
temática dolorosa y provocar algunas emociones que contradicen las
declaraciones de los príncipes del poder; usamos el lenguaje de la
calle, el español estándar, algunos tecnicismos; adaptamos el ritmo
narrativo a algún habla en particular, yo la del norte de México, y
dimos la sorpresa. Lo agradable es que pronto fue más que
narcoliteratura. No permito que la tensión de la violencia afecte mi
trabajo: jamás podría concluir una novela. Como individuo me cuido y
sigo los códigos para estar seguro; pero en mi obra son otras leyes las
que valen.
En su paso reciente por el Festival Azabache
habló sobre la “estética narco” ¿Cómo la caracterizaría, y de qué manera
se nutre de ella su producción?
Hay mitos y leyendas
nuevas. Algunas demasiado sangrientas. Hay expresiones con que se
nombran. Nombrarlas provoca sentimientos encontrados. Hay una manera de
nombrar la maldad que es prohibida. La estética de la violencia aporta
las opciones: palabras, historias, nombres, que semánticamente generan
ciertos sentimientos, generalmente ambiguos, que acercan o alejan al
lector de la realidad de la que forma parte. Si un autor consigue el
equilibrio entre lo que se conoce y lo que se propone como novedoso:
está en el camino.
¿Diría que la suya es una escritura pesimista?
No
sé. Espero que en primer lugar provoque un interés inconsciente que
nazca de la emoción de leer, de seguir personajes que se parecen a
alguien, que viven situaciones más o menos familiares. Si después hay
reflexiones me gustaría que fueran optimistas, pero si son pesimistas
significa que traigo la brújula alterada.
Nombre de perro parece la más sentimental de las historias de Mendieta; ¿habrá –pese a todo– lugar para el amor?
Es
justo lo que me pregunto. Ya ves que conviene resolver algunos aspectos
antes de teclear. Aunque el club de fan del Zurdo exige que tenga
relaciones un poco más largas, perdería un instrumento narrativo de
poderoso atractivo en la personalidad de mi detective. De momento, no sé
qué tanto pueda soportar una intrusión tan obstinada.
Es
notable la atención puesta sobre el estilo, y sobre registros regionales
y sociales muy particulares, en sus novelas. ¿Cómo orienta su
producción en ese nivel de escritura?
Corrijo mucho. Cada
párrafo debe sonar y estar quieto de tal manera que pueda leerse.
Quiero que mi lector experimente otras sensaciones, desde el rechazo
irritado a la sonrisa complaciente. Cada párrafo es parte de una trama.
Creo que los registros regionales expresados con precisión dan
personalidad a un autor, y a veces es tan especial que se vuelve único:
eso quiero. Quiero que la novela de aventuras sea una obra de arte sin
otros calificativos. Quiero demostrar que después del boom, aún tenemos
ideas por desarrollar.
¿Cómo valora el campo literario actual en México y el resto de América Latina?
Me
gusta. Una vez más nos unimos, tenemos intereses comunes. Hay autores
representativos en todas partes y lectores que los siguen. Deberíamos
ayudar, al menos en narrativa, a que el trabajo de paraguayos,
ecuatorianos, venezolanos, bolivianos y centroamericanos se conozca más.
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