La escritora alemana, ganadora de la edición 2013 del prestigioso premio Georg Büchner, que se otorga sólo a autores en su idioma, recrea en su reciente novela los últimos años de la vida del filósofo Hans Blumenberg. Aquí, habla de cómo construyó ese personaje, de religión y de la relación entre literatura y pensamiento
La escritora alemana vivió un tiempo en Buenos Aires. /Uwe Zucchi/adncultura.com |
En 2001, apareció Löwen ("Leones"), libro póstumo en
el que el filósofo Hans Blumenberg había trabajado -de noche, como
siempre- hasta su muerte, en 1996. Löwen es un libro singularísimo que
no paga ningún tributo a la fábula: historias breves, miniaturas que
giran caleidoscópicamente y encuentran su centro en un único objeto, el
león, coloreado por la filosofía, la teología, la literatura, la
pintura. Rara coronación de la obra de un fenomenólogo, aunque de todos
modos no tan rara en el caso particular de Blumenberg. Su preferencia
por la literatura era más antigua y se remontaba a Glossen zu Fabeln
("Glosas sobre fábulas") -escrito de 1981 habitado también por fieras y,
en línea con el título, por fábulas- y sobre todo a su escrito
temprano, Paradigmas para una metaforología, de 1960, en el que
proponía, podría decirse, un logos de la metáfora, cifrado justamente en
el término "metaforología", que pretendía enunciar una teoría de la
metáfora filosófica.
No deja de ser singular que esa vuelta de la filosofía a
la literatura encontrara un nuevo avatar en la conversión del propio
filósofo como personaje de novela. Es lo que ocurre en Blumenberg, el
libro más reciente de Sibylle Lewitscharoff, con el que ganó hace pocas
semanas el premio Georg Büchner, uno de los más importantes para
escritores en lengua alemana. Es el segundo libro de Lewitscharoff que
se conoce en castellano; el anterior, Apostoloff, fue publicado también,
como lo será Blumenberg, por Adriana Hidalgo. Que el desembarco de la
escritora alemana en lengua española se produjera en la costa argentina
constituye en cierto modo una continuidad. "Viví en la Argentina hace
mucho tiempo -cuenta Lewitscharoff-. En 1977, conocí en Berlín a un
realizador cinematográfico argentino que estaba haciendo un curso sobre
la televisión en colores, que entonces era nueva; en 1979, lo acompañé a
Buenos Aires. Después recorrimos prácticamente toda Sudamérica. Eran
los tiempos de la dictadura militar, pero aun así lo pasé muy bien. Creo
que si no hubiera estado la dictadura tal vez me habría quedado ahí."
Restos de esa experiencia aparecen, velados y casi al pasar en
Blumenberg cuando, por ejemplo, uno de los personajes dice que en una
época vivió en la avenida Monroe.
El primer relato de Löwen empieza con la frase "Si los
leones pudieran pintar, sus cazadores serían los cazados". Podría
resultar tentador buscar en esa especulación una alegoría de la novela
entera de Lewitscharoff. "No estoy segura de que se pueda fijar la
chispa original del libro en esa frase específica -explica la
escritora-. Pero Hans Blumenberg era evidentemente un gran amante de los
leones y ya ese solo dato me dio la idea de ubicar en la alfombra de su
estudio a ese animal, el más poderoso que el hombre conoce. Lo hice, a
la vez, para honrar al filósofo. El león ha sido desde siempre el
compañero del santo y del soberano."
-No es la primera vez que los animales aparecen en sus novelas. ¿Encuentra en ellos una interpelación a lo humano?
-Me apasiona observar a los animales. Son muy
importantes para mí. Afortunadamente, el contacto con los animales nos
permite olvidarnos cada tanto de que somos humanos. Crecí rodeada de
perros y gatos. A mi basset de pelo duro le conté al oído todas mis
penas infantiles, y estaba segura de que el basset comprendía cada una
de mis palabras. Los animales son los habitantes más sublimes del
paraíso. Un paraíso sin animales, incluso sin animales peligrosos, no
tendría ningún valor. Mi relación con los animales es de naturaleza
infantil. Sigo hablando con ellos. Hay solamente una especie que odio:
¡las avispas! Son como nazis voladores.
- Löwen , el libro de Blumenberg, se
caracteriza por su erudición perspicaz y, al mismo tiempo, aun en su
entramado de citas, es a su modo una narración. Algo de esa forma parece
organizar también su novela.
-Sí, sobre todo porque una novela debería funcionar más
allá de su pura técnica narrativa. Una novela necesita personajes y no
puede embarcarse únicamente en profusas conversaciones filosóficas. Por
supuesto, deslicé en la novela algunos pensamientos centrales de
Blumenberg, pero son muy pocos en relación con la obra colosal del
filósofo.
-¿El descubrimiento de la filosofía de Blumenberg fue la consecuencia de una relación personal con él?
-No lo conocí personalmente. Si lo hubiera conocido, me
habría resultado imposible escribir un libro sobre él. Trabajé de
manera muy discreta, no quería invadir la esfera privada del hombre. Su
mujer y sus cuatro hijos aparecen en el libro con sus luces y sombras.
En cuanto a la filosofía de Blumenberg, siempre me entusiasmó. Empecé a
leer sus libros a los dieciocho años, pero me resultaron entonces muy
difíciles y no creo haberlos entendido del todo. Con los años, la
comprensión se profundizó. Por lo demás, Hans Blumenberg es un filósofo
maravilloso para los escritores. Sus ideas acerca de la utilidad y el
rendimiento de las metáforas son únicas.
-¿Cómo lee filosofía un narrador? ¿Busca algo que
active la imaginación o se concentra en la comprensión conceptual y la
literatura viene después?
-Creo que los narradores leemos a los filósofos de un
modo distinto; distinto por lo menos de la manera en que lo hace el
especialista en filosofía. A mí me gusta leer a filósofos que sean
además grandes estilistas, que cuiden el revestimiento narrativo y que
no se abandonen sólo a las cuestiones abstractas. En el caso de
Blumenberg, esta condición se cumple plenamente porque escribía de
manera muy expresiva y con una riqueza metafórica inusual.
-Hay una marca religiosa en el libro que se
encuentra, aparte de la condición simbólica del león, en la cercanía del
filósofo con la teología. A esto podrían agregarse las numerosas citas
de Clemens Brentano, poeta católico. ¿Cómo se relaciona usted con esa
dimensión?
-No soy católica sino protestante, pero la Biblia y
especialmente ciertas exégesis agudas de las historias bíblicas tienen
una enorme importancia en mi vida. Mi abuela era además muy devota y me
contaba maravillosamente esas historias de la Biblia. Y Clemens Brentano
es para mí el más grande poeta alemán.
-Según aparece en su novela, Blumenberg es un
solitario que sólo encuentra consuelo en el trabajo, en el león que lo
visita y en la música, en los pianistas Arturo Benedetti-Michelangeli y
Glenn Gould. ¿Esas preferencias musicales son las de él o también las
suyas?
-¡Las de él y las mías! Hans Blumenberg amaba realmente
a esos músicos. Se conserva una abundante correspondencia de Blumenberg
con un amigo que era crítico musical en las que hablan principalmente
de las nuevas grabaciones del repertorio clásico.
-Se nota una entonación elegíaca en Blumenberg, en
el sentido de que habla de un mundo perdido; un mundo en el que
pensamiento tenía acaso una influencia mayor. Esto sin contar, por
supuesto, el mundo de la Alemania dividida.
-Sí. Es evidente que en la época de Blumenberg, e
incluso en mis años de estudiante, la vida intelectual tenía un
significado mayor que el que tiene actualmente. Pero, por otro lado, hay
que decir que la división de Alemania no desempeña ningún papel en la
obra de Blumenberg.
-Blumenberg era de Lübeck, lo mismo que Thomas Mann. ¿Qué vínculo tenía él, y tiene usted, con la obra de Mann?
-Naturalmente, Hans Blumenberg admiraba a Thomas Mann.
En el archivo de literatura de Marbach se conserva un gruesísimo legajo
con apuntes para un libro sobre Mann. Por mi parte, guardo un cariño
especial por La montaña mágica.
-Cuando Apostoloff se publicó en la
Argentina, algunos notaron cierta influencia de Thomas Bernhard.
Personalmente, no veo tan clara esa relación, pero de todos modos me
gustaría saber cómo se sitúa usted respecto de Bernhard y, más en
general, en qué tradición de la literatura en lengua alemana se
reconoce.
-Amo a Bernhard y leí cada línea que escribió, pero en
eso usted tiene razón, mi obra no se parece a la de él ni en la actitud
ni en el estilo. Yo diría que soy, de pies a cabeza, una dócil y
aplicada discípula de Franz Kafka, algo que, gracias a Dios, no se nota
demasiado en mis libros.
- Blumenberg
Sibylle Lewitscharoff
Adriana Hidalgo
Traducción: Claudia Baricco.
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