"Gracias a Dios, todo es misterio", escribe Guimarães Rosa. "Y riqueza, ¡oh riqueza!... Por lo menos, impiadoso, horror al lugar común". Sagarana es eso: misterio, riqueza, horror al lugar común
Sagarana de Joao Guimarães Rosa./elpaiscom |
Dice el escritor brasileño Joao Guimarães Rosa (1908-1967)
que antes de embarcarse a escribir Sagarana
(1946) se puso a rezar de verdad para olvidarse de “modas, tendencias, escuelas
literarias, doctrinas, conceptos, actualidades y tradiciones… Eso, porque: en
la olla del pobre, todo es condimento”. Es cierto que se olvidó de muchas cosas
para reinventarlas a su manera, ¿pero, si este escritor veía su olla como la de
un pobre, cómo vería la nuestra? Guimarães Rosa dominaba más de diez idiomas y
gracias a ese conocimiento exprimía el lenguaje en cada frase. Esa riqueza
lingüística proporciona una asombrosa cantidad de hallazgos literarios en cada
página (en sus relatos, un personaje no muere sino que “desvive”, la humedad
“enmela” las ropas, y una lluvia fuerte es la caída de “un mazo de agua mal
atada”).
Guimarães Rosa no es tan conocido como debiera en el
mundo hispanoamericano. Los que han leído Gran
Sertón: Veredas (1956) suelen quedar deslumbrados con esta novela joyceana
que anticipa al Boom. Pero la feliz explosión comienza con los largos relatos
de Sagarana, en los que el escritor
brasileño da cuerpo a su particular visión del sertón, en el interior de Minas
Gerais, su estado. Es un mundo vasto, descrito con exactitud
“micromilimétrica”: “Están el pato fierro y el pato cabeza roja… Están el ánade
de pico grande y otro azulado, y uno con un adorno de muchos colores… Está el
ánade rabudo, que silba… Está el sirirí pampa… están las garzas. ¡Un
montón!...”. Un montón, sí.
Como otros grandes escritores de la transculturación
–Rulfo, Arguedas, Carpentier, Castellanos, Roa Bastos— Guimarães Rosa logró
mezclar los relatos populares de su tierra –las cantigas del sertón- con los
logros formales de la narrativa europea y norteamericana de la primera mitad
del siglo XX; a eso le añadió su léxico maravilloso y su mirada poética (“En
noche de roza todo es canto y recanto. Y siempre hay un perro ladrando lejos,
en el fondo del mundo”; “Volvió a llover… Y casi todo el día, un sapo sentado
en el barro, se preguntaba cómo se hizo el mundo”). Después de él, el
regionalismo ya no será lo que era.
En Sagarana está
el pueblo y sus creencias contradictorias: el narrador de 'San Marcos' no cree
en hechiceros, pero acepta supersticiones como “sal derramada; un cura viajando
con nosotros en el tren; no decir rayo: como mucho, y si el tiempo está bueno,
decir ‘centella’…”. En 'Cuerpo sellado', Manuel Fuló es capaz de enfrentarse a
un valentón del lugar gracias a que le han hecho creer que un hechizo lo
protege. El sertón está encantado, los animales están muy presentes (y a veces
son capaces de pensar, como en el magistral 'Conversación de bueyes'), y el
hombre se halla en constante diálogo con una naturaleza a veces hostil y otras
protectora.
“Gracias a Dios, todo es misterio”, escribe Guimarães
Rosa. “Y riqueza, ¡oh riqueza!... Por lo menos, impiadoso, horror al lugar
común”. Sagarana es eso: misterio,
riqueza, horror al lugar común.
* Edmundo Paz Soldán ha publicado Billie Ruth (Páginas de Espuma)
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