Holanda literaria
La narrativa y la poesía del país donde Máxima es reina se distinguen, según sostiene el autor de este artículo, por su insistencia en la derrota, fascinación que encuentra su símbolo perfecto en la final de la Copa del Mundo perdida por los Países Bajos contra Alemania en el ya lejano 1974
Y no es que Holanda ande escasa de buenos autores. Al igual que la Argentina, siempre hay algún "eterno" candidato al premio Nobel./adncultura.com |
Últimamente he reflexionado mucho sobre la literatura
neerlandesa. Y sobre lo que conozco de la literatura argentina, que no
es mucho, puesto que, de la amplia oferta literaria del país, sólo he
leído novelas de Julio Cortázar, de Manuel Puig y de Ernesto Sabato,
además del poema Fausto de Estanislao del Campo (porque escribí
un libro sobre la figura de Fausto a través de los siglos), los cuentos
de Borges y mi favorito,Crónicas de Bustos Domecq.
Por supuesto, se podrían establecer muchísimas
diferencias entre la literatura de la pequeña Holanda y la gran
Argentina: la literatura del gaucho frente a la del pequeño comerciante;
las epopeyas pampeanas frente a los libros para chicos, llenos de
prados con acequias; el realismo mágico frente al ambiente del cuarto de
estar holandés; la literatura de emigrantes que huyeron de las
dictaduras de la Argentina frente a la literatura de inmigrantes que
encontraron un refugio en Holanda. Sin embargo, hay al menos tres
coincidencias que llaman la atención.
Primero: Jorge Luis Borges ejerce igual influencia en
ambos países; en la década de 1970, en Holanda, hubo incluso una
corriente -los denominados Academistas- que elevó el posmodernismo
filosófico de Ficciones a la categoría de ejemplo edificante.
Segundo: la reina Máxima conoce ambas literaturas y según dice le gusta leerlas por igual.
Tercero: las dos grandes literaturas nunca han recibido
el Premio Nobel de Literatura y miran con envidia a los países vecinos
que sí han resultado agraciados... en ocasiones más de una vez.
Y no es que Holanda ande escasa de buenos autores. Al
igual que la Argentina, siempre hay algún "eterno" candidato al premio
Nobel al que cada año se le escapa la ansiada distinción de las manos.
En los años cincuenta y sesenta del siglo XX fue Simon Vestdijk, un
autor polifacético que, como sentenció un crítico, "escribía más rápido
de lo que podía leer Dios" y que alternaba obras maestras
autobiográficas con novelas históricas e incluso obras mágico-realistas.
En la década de los años setenta le tocó el turno a Hella S. Haasse,
que cosechó varios éxitos, sobre todo en los países del Mediterráneo y
en Escandinavia, con complejas novelas históricas y obras de ensayo
contemporáneo. En los años ochenta y noventa le tocó el turno a Harry
Mulisch, conocido por El atentado y El descubrimiento del cielo
, novelas de corte filosófico moral que se leían como si fueran libros
de aventuras. Y en el siglo XXI tenemos a Cees Nooteboom que, a sus
ochenta años, sigue viajando incansable alrededor del mundo y recogiendo
premios aquí y allá por su vasta obra en la que la literatura de viajes
y los ensayos filosófico-culturales compiten en importancia con sus
melancólicas novelas y su inteligente poesía.
Trinidades de escritores
Vista la calidad de Vestdijk, Haasse y Nooteboom puede
resultar extraño que no se los haya incluido entre los que son
considerados los Tres Grandes de la literatura de la posguerra que,
admitámoslo, fueron "aupados" un poco arbitrariamente. Ese honor se
concedió sólo a Willem Frederik Hermans, Gerard Reve y Mulisch, el más
joven de los tres. Los tres fueron innovadores, no sólo en el ámbito de
la literatura sino también en el social. Experimentaron con estilos
clásicos, como las novelas epistolares y el ensayo literario.
Escribieron novelas incomparables que denunciaban sobre todo la tenue
frontera entre buenos y malos durante la Segunda Guerra Mundial. Y no se
mordían la lengua. Las novelas irónicas de Gerard Reve sobre el amor
entre personas del mismo sexo constituyeron un factor importante en la
emancipación de los homosexuales en la década de 1960. Los ensayos
periodísticos de Mulisch juzgaban la mentalidad autoritaria de la
Holanda pequeñoburguesa. La obra maestra existencialista de Hermans - Siempre tengo razón- provocó incluso un juicio (ordinario) por "agravios contra los católicos de Holanda".
La idea de los Tres Grandes sigue siendo algo a tener
en cuenta en el mundo literario holandés. Tras la muerte de Hermans (en
1995), Reve (2006) y Mulisch (2010), los diarios y las revistas de
actualidad se lanzaron a la búsqueda de los nuevos Tres Grandes. Era
evidente que Nooteboom debía ser uno de ellos. Pero sobre los otros dos
se entablaron enconados debates. Hella Haasse, fallecida en 2011 a la
edad de noventa y tres años, quedó descartada pronto. A. F. Th. van der
Heijden se encontraba sin duda entre los candidatos al ser uno de
principales estilistas modernos, creador de un admirable ciclo de
novelas que comenzó con las revueltas durante la coronación de la reina
Beatriz -hará treinta y tres años- y autor de una desgarradora "memoria"
sobre la muerte de su único hijo. Y el número tres tenía que ser Arnon
Grunberg, niño prodigio de la literatura neerlandesa actual, un
novelista que aúna con elegancia una visión cínica de la vida con un
sentido superior de la tragicomedia.
En una vida anterior, cuando era crítico para el
suplemento de literatura del prestigioso diario holandés NRC
Handelsblad, tuve que escribir un artículo sobre lo típico de la
literatura holandesa: ¿Qué caracteriza a la prosa y a la poesía de
nuestro país? Empecé mi artículo rememorando un gran trauma de nuestra
historia contemporánea: la derrota de Holanda en la Copa del Mundo de
Fútbol en 1974, símbolo de la obsesión holandesa con la derrota, su
tendencia a deleitarse reafirmando su propia incapacidad. Quizá piensen
ustedes que el pueblo holandés también está agobiado por la derrota en
la final del Mundial de 1978 contra la selección argentina de Mario
Kempes (y en efecto: yo todavía sueño a veces con el balón que lanzó
nuestro delantero izquierdo Rensenbrink y que se estrelló contra el
poste, justo antes del final del tiempo reglamentario). Sin embargo, el
impacto de aquella derrota no fue nada comparado con la derrota anterior
frente a Alemania Occidental en 1974, el anticlímax de un torneo en el
que la Naranja Mecánica de Johan Cruyff había arrasado.
Casi cuarenta años después, los ánimos no se han
apaciguado. "Múnich 1974" sigue apareciendo con regularidad en diarios,
libros, películas y obras de teatro, y cada pocos años se vuelve a
analizar el partido en documentales televisivos. Holanda sigue echándose
sal en la herida con el mismo fanatismo con que el equipo perdedor fue
recibido en 1974 como triunfador moral (diez mil personas se agolparon
para recibir a los jugadores en el aeropuerto de Schiphol; luego éstos
fueron condecorados e incluso bailaron una polonesa en los jardines de
la residencia del presidente del gobierno). Por muy dolorosa que fuera
la derrota, sigue siendo irresistiblemente heroica. Como dijo el
columnista Jan Mulder en Brilliant Orange , el clásico de David
Winner sobre "el arte, la fuerza y la vulnerabilidad del fútbol
holandés": "Seguimos hablando de aquel maravilloso equipo que perdió,
precisamente porque perdió. Si hubiese ganado, sería menos interesante,
menos romántico".
En Brilliant Orange -un libro que relaciona,
entre otras cosas, la espacialidad del fútbol holandés con los pólderes
del ingeniero hidráulico Cornelis Lely y los sobrios cuadros de Pieter
Saenredam-, Winner proclama el "undécimo mandamiento" para los
holandeses: jugarás bonito, ganar es secundario. Puede que sea herencia
del calvinismo o un resultado de la doctrina de la predestinación (que
recalca la inmutabilidad del destino), pero la cultura holandesa siente
simpatía por los perdedores. Son ellos quienes se llevan las palmas:
siempre y cuando hayan muerto bellamente o, al menos, hayan perdido con
estilo. Pues un vencedor es bueno, pero un perdedor es mejor: un
perdedor fascina.
En el campo holandés canta el rey perdedor, "con el
cielo encapotado y el sol sofocado en vapores grises multicolores",
escribió Hendrik Marsman en el poema más famoso de la literatura
neerlandesa. Lo que importa en Holanda no es llegar al final, sino la
gracia que se pone en el intento, ya sea en la vida cotidiana, en la
cultura popular y, por excelencia, en la literatura. Así, en la
elección, hace quince años, del Poema Favorito de Holanda, los más
votados fueron los versos sobre la inutilidad y sobre perdedores
heroicos. El poeta más popular (con siete poemas entre los cien
principales) fue J. C. Bloem. Textos como "Todo es mucho para alguien
que no esperaba gran cosa" y "Podría haber sido muchísimo peor" lo
convierten en el precursor del " blues del pólder". Muy
significativas son también las buenas notas alcanzadas por "El jardinero
de la muerte", de P. N. de Eyck (un criado que intenta con valentía,
pero en vano, escapar a caballo de su destino).
Y luego la prosa. Mientras que el estilo de la novela
holandesa media se caracteriza por la contemplación y el miedo al
lenguaje coloquial, el argumento suele girar en torno a un protagonista
que fracasa. El canon de la literatura moderna -desde el pionero del
siglo XIX, Multatuli- es un desfile de heroicos fracasados e idealizados
perdedores, partiendo del idealista Max Havelaar de la novela homónima
de Multatuli a las figuras centrales en la obra de Thomas Rosenboom. Y
eso que no incluimos la obra del holandés honorífico, Willem Elsschot,
el escritor flamenco creador de personajes que se esfuerzan en vano. Su
famosa novela Queso es holandesa a más no poder, no sólo por su
título sino también por su protagonista, que lo tiene todo para
convertirse en un comerciante de peso y que, a pesar de ello, fracasa.
Pequeños titanes
"Ser un gran poeta y luego caer" es el lamento
recurrente en "Pequeño poeta" de Nescio, una de las historias más
holandesas del pasado siglo. No se trata de llegar a ser un gran poeta y
seguir siéndolo. No. Para Nescio, y para sus lectores, basta con que
alguien con talento lo intente. Para los protagonistas de sus historias,
el éxito es tan secundario como para la selección holandesa, pues lo
que cuenta es el "carácter", como el título de una famosa novela de
Ferdinand Bordewijk. El pequeño poeta acaba volviéndose loco y muere,
pero aun así es un héroe, como los pequeños titanes de otra famosa
novela corta de Nescio, admirados por generaciones de lectores porque
sucumbían heroicamente frente a la burguesía.
Esta línea puede prolongarse. En su novela nihilista Las noches
(1947), Gerard Reve, un admirador de Nescio, dio vida a un "pequeño
titán" de posguerra que era grande a la hora de proclamar su innata
cualidad de perdedor. Willem Frederik Hermans consagró las más bellas
novelas de la literatura de posguerra - El cuarto oscuro de Damocles y No dormir nunca más
- a dos perdedores sin remedio: un geólogo embarrancado y un héroe de
la resistencia, a la par que colaboracionista. Arnon Grunberg, Herman
Koch, Gerbrand Bakker y Jan van Mersbergen (todos estuvieron presentes
en el pabellón holandés de la última Feria del Libro porteña) crearon
una obra basada en las formas tragicómicas de estos arquetipos.
Por supuesto, la glorificación del perdedor no es lo
único que caracteriza a la literatura neerlandesa moderna. También
podría haber hablado del "realismo de cuarto de estar" que, como
herencia de los grandes pintores, dominó la novela neerlandesa durante
mucho tiempo. Podría haberme explayado sobre la tremenda influencia que
tuvo la Segunda Guerra Mundial en la generación de los Tres Grandes, e
incluso después. Podría haber prestado atención al papel que
desempeñaron las Indias Neerlandesas en nuestras letras, al ser la
primera representación importante de la literatura de inmigrantes.
También podría haber abordado los ataques contra la religión, "la fe de
nuestros padres" de toda una generación de escritores de los años
sesenta y setenta, entre ellos Jan Wolkers (el autor de la recientemente
traducida Delicias turcas ). Podría haber disertado sobre el
surgimiento del ensayo literario en los últimos veinte años, o sobre la
competencia con la floreciente literatura neerlandesa en Flandes en la
última década. O sobre el hecho de que la enorme variedad de los libros
escritos en los últimos años en Holanda equivale a un todo vale
literario que ha demostrado ser muy fructífero..
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